UN MENSAJE PARA LA SEÑORA
El silencio era ensordecedor en aquella zona del burdel donde ni siquiera la luz se atrevía a hacer acto de presencia, estando marginada de todos los farolillos que colgaban de las paredes varios metros atrás y aislada de los rayos del sol que no parecían caber por el estrecho callejón al que daba la única ventana del pasillo. Un pasillo solitario, desolado y olvidado del que se habían inventado varias leyendas, entre las chicas que en ese establecimiento vivían, en los escasos momentos de aburrimiento y falta de trabajo, convirtiéndolo en un lugar que lograba erizar el pelirrojo y fino vello de sus brazos y que la empapaba de un desagradable sudor frío que sabía que debía soportar si quería seguir las explícitas órdenes de la mujer que, esperaba, lograra librarla de su futura vida llena de esclavitud y prostitución, a ella y a la pequeña y vulnerable niña de cabellos castaños a la que ya consideraba como una hermana, tal vez por la cercanía o por la lástima que le daba presenciar los malos tratos que su propia madre le dedicaba, no lo sabía, pero lo que sí tenía por seguro, es que quería sacarla de ese horrible destino.
Sus ojos azules brillaban y se movían constantemente vigilando cada rincón del corredor, adaptándose poco a poco a la penumbra y tratando de evadir aquellas sombras y siluetas, creadas por su propio subconsciente, que ya le habían dado numerosos sustos y la comenzaban a emparanoiar.
Unos suaves pero punzantes toques en el cristal de la ventana que tenía a sus espaldas la sobresaltaron y alarmaron notablemente, girándose de un brusco salto y un grito ahogado, debido al estado de tensión en el que se hallaba su cuerpo durante todo el rato que estuvo allí, y descubriendo la inconfundible figura de Lilian, bastante más agotada que cuando salió del burdel y se despidió de ella, pero manteniendo su elegante compostura y los restos de ese rostro sereno que, con el pasar de los meses y de los acontecimientos, iba desapareciendo paulatinamente.
Sin esperar ni un segundo más, y tras los claros gestos de la mayor desde el exterior, Lora abrió la ventana con bastante dificultad y esfuerzo, pues probablemente hacía años que nadie la tocaba y la suciedad la atrancaba, y apartándose del medio para permitirle el acceso al interior del pasillo, recibiendo inmediatamente un gélido soplido del aire nocturno que levantó su melena y le puso la piel de gallina mientras observaba fijamente a Lilian con clara confusión, aún sin entender del todo el por qué de sus acciones, el por qué no entraba por la puerta principal o por esa misma ventana hasta que, tras varios movimientos que estaban fuera del alcance de su vista por el tamaño y forma del cristal, la morena mujer asomó una ballesta con flechas de un tamaño considerable.
— Toma, agárrala con cuidado, pesa un poco... -advirtió en susurros, pasando la pulida arma de madera oscura y brillante por el marco a esperas de que la niña la tomara entre sus brazos, notando enseguida cómo sus extremidades tendían hacia abajo hasta que lograba hacerse con el control y encontrar la postura más cómoda posible para cargarla.
— ¿Cómo...? -puso una mueca impresionada, pues nunca había visto una ballesta tan de cerca, y mucho menos la había tocado, y le resultaba un artefacto extremadamente curioso y complicado para su joven entendimiento.
— Es de un cliente, pero eso no importa -se apoyó en el borde de la ventana, sin intención alguna de pasar hacia dentro, asegurándose de que la pelirroja dejara de lado su admiración por el arma durante unos momentos y atendiese a sus palabras, pues si algo fallaba en ese punto del plan las consecuencias serían nefastas- necesito que la lleves a mi habitación, sé que te estoy pidiendo algo muy arriesgado y entiendo que te pongas nerviosa, pero si te lo pido es porque eres una chica fuerte y puedes con esto, ¿sí? -la menor la miró con algo de nerviosismo, pero aún así asintió, sintiendo cómo su confianza en sí misma aumentaba siempre que hablaba con ella, incluso cuando su relación había decaído tanto y tan rápido, y creyéndose preparada para hacer cualquier cosa que le ordenase con éxito- asegúrate de que nadie te vea, Lora, absolutamente nadie, ni siquiera Arline, debes llegar allí y esconderla debajo de mi cama, luego te vas inmediatamente como si nada, si alguien te descubre, sea Victoria u otra compañera, no dudes en entregarles el arma y decirles que algún cliente se la dejó en las habitaciones, pero no intentes quedártela, ¿vale?, si eso pasara ya me ocuparé yo de recuperarla o de conseguir una nueva, no te preocupes.
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Entre tu lugar y el mío
RomansaUn inocente bailarín de palacio conoce a una joven invitada en una de sus fiestas. ¿Qué hay más allá de las paredes del castillo?, ¿cómo de fácil es enamorarse siendo un esclavo?