EL COMIENZO
Una enorme marabunta de campesinos comenzaron a agruparse a su alrededor desde primera hora de la mañana, observando la escena con impresión, murmurando entre sí e ideando sus propias teorías con argumentos llenos de humillantes y despectivos comentarios sobre la mujer que yacía sin vida en la orilla del lago del pueblo.
Una resplandeciente cabellera pelirroja, que destacaba notablemente bajo las morenas cabezas, se hizo paso entre la gente, que ignoraba al completo su pequeña presencia, para llegar al frente de todos, a la primera línea del gran corrillo, a la posición más privilegiada para observar cómo el agua cristalina, iluminada por el radiante y amarillento sol recién despertado que le otorgaba un color azulado similar al de sus propios ojos, golpeaba de forma continua y pesada el cuerpo sin vida de la prostituta que para muchos no tenía nombre pero que, para ella, lo había sido todo.
Su cuerpo se estremeció desde los pies a la coronilla y su piel se puso de gallina de manera instantánea mientras sus orbes, cada vez más cristalizados y nublados por las inminentes e incontrolables lágrimas, observaban con desagrado, impotencia y asombro cómo una parte de ella se estaba desvaneciendo por segundos, cómo los pensamientos se agolpaban en su mente sin sentido y cómo se generaban mil preguntas dentro de ella que tal vez ni siquiera pudieran tener una respuesta.
Sus sentidos empezaron a perder fuerza, casi aislándola de la realidad, y sus piernas estaban inmóviles, totalmente paralizadas, como si fuera una estatua rígida e inexpresiva que ocultaba la horrible desesperación que luchaba por salir de su pecho en forma de un grito desgarrador, un grito que no se podía permitir soltar en medio de la multitud para no llamar la atención de los desagradables pueblerinos, un grito que quedó ahogado en su cerrada garganta, atascada por un asfixiante nudo, cuando una huesuda mano se apoyó en su hombro y le provocó un punzante dolor al clavarle sus finas y largas uñas.
Con su rostro completamente tembloroso y pálido, en el que las morenas pecas resaltaban más que nunca, alzó la mirada con lentitud hasta encontrarse directamente con una sonrisa llena de maldad y satisfacción, una sonrisa que fue la única señal que necesitaba para comprender que había algo más allá de los rumores que se contaban, que Lilian no se había quitado la vida en un impulso repentino y enajenado, que aquella mujer, de porte esbelto y distante, había tenido algo que ver, no sabía exactamente cómo y, a pesar del ansia de venganza que recorría sus venas con fiereza, tampoco quería saberlo, pues era consciente de aquellos detalles no servirían para más que para aumentar su dolor e imaginarse una terrible escena que sería fruto de sus pesadillas durante el resto de su vida.
— Vuelve al burdel, Lora, se acabó el espectáculo -le ordenó con absoluta frialdad, no queriendo que la niña pasara ahí más tiempo por el riesgo a que descubriera más de lo que debería y tuviera que tomar medidas similares también contra ella, no queriendo que conociera la verdad para evitar así otra rebelde en su propio negocio y no queriendo que se volviera a dar la vuelta mientras que, con una lentitud y unos andares propio de un muerto viviente, se alejaba de la escena del supuesto suicidio hasta desaparecer entre la multitud.
"Se acabó", "se acabó", se repetía en bucle en su mente al caminar, sin ser capaz siquiera de poner el foco de atención en el camino que había tomado, sin mirar a aquellos con los que se cruzaba, sin levantar su vista más allá de su siguiente paso. "Se acabó", se acabó la vida de Lilian, se acabó su sonrisa cálida y la protección maternal que tanto había necesitado en el pasado y en el presente, "se acabó", se acabó su comportamiento ficticio de odio, su lucha por conseguir la libertad y empezar una nueva vida, "se acabó", se acabó la tortura de esclava y su responsabilidad como madre, todas esas muecas infantiles y divertidas que la niña le dedicaba a diario, las inocentes ideas que expresaba a gritos eufóricos y que eran escuchadas con falso rechazo y el crecimiento de la pequeña que apenas estaba comenzando, todo había terminado para ella y había sido trasladado egoístamente, cual trozo de leña ardiente, a manos de una muchacha pelirroja, recién entrada en la adolescencia, que no podía mirarle a los ojos sin recordarla, sin extrañarla, sin comenzar a llorar, sin poder evitar preguntarse qué hubiera pasado si no hubiera nacido, sin poder evitar castigarla por algo de lo que Arline ni siquiera era consciente o culpable.
Su mente no era capaz de impedir todas aquellas ideas de realidades alternativas donde la niña nunca había existido y donde Lilian pudo luchar junto a ella sin impedimentos, sin miedos, sin quedarse sola, planeando algo juntas que les sacaría de la esclavitud de forma mucho más paciente y tranquila hasta lograrlo y correr hacia una libertad que nadie les arrebataría jamás. Pero no, Lilian, la mujer a la que había considerado una verdadera madre desde que llegó al burdel, la mujer que tanto amor y afecto le había regalado de forma desinteresada, había fallecido, se había ido para siempre, tan fugaz y silenciosa como el aire que se respira, salió la noche anterior, segura de sí misma y cargada con la pulida ballesta, haciéndole pensar con esperanzas vacías que no tardaría en regresar y despertarla para escapar al fin sin mirar atrás pero apareciendo repentinamente tirada en la orilla del lago, empapada y vestida con su sucio camisón, en una imagen deplorable que le recordaba una y otra vez el absoluto fracaso de toda la confianza que había puesto en ella y el futuro incierto, pero horrible sin duda, que le esperaba en soledad, pues volvía a estar condenada a una vida llena de penurias y abusos, a una vida sin ese cariño que la impulsaba a levantarse cada mañana, a una vida con lamentos y vulnerabilidad constante en sí misma y a su alrededor, a una vida vacía y patética que le pertenecía a Victoria como si fuera un objeto más, un objeto inanimado sin consciencia, y de la que Arline era la única e innegable culpable, el verdadero diablo en su historia en los infiernos, el origen de todos sus males y la mayor causa de su hipocresía, aquella hipocresía llena de un odio infinito que nadie más que ella podría demostrarle a la castaña si no querían enfrentarse a la ira de una resentida y herida hermana mayor, aquella que le hacía detestar pero amar al mismo tiempo a esa dulce niña que, al igual que su madre, luchó hasta el final por sus sueños, por su futuro, por su libertad y por su humanidad, demostrando el gran corazón y valía que unos simples esclavos sin siquiera apellido pueden portar en su interior y demostrando que el esfuerzo y las lágrimas de Lilian habían merecido la pena, pues Arline, finalmente, lo había logrado.
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Entre tu lugar y el mío
RomanceUn inocente bailarín de palacio conoce a una joven invitada en una de sus fiestas. ¿Qué hay más allá de las paredes del castillo?, ¿cómo de fácil es enamorarse siendo un esclavo?