Pergamino clandestino

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Su cuerpo pesaba, sus párpados se caían por momentos y su mente no lograba proyectar nada, ni palabras, ni imágenes, ni siquiera algún fugaz pensamiento sobre qué hacía o a dónde se dirigía al deambular por palacio.

La intensa discusión del día anterior le dejó completamente destrozado, dándose cuenta, a posteriori, de la bofetada y las vejatorias palabras que le había dedicado a la chica para luego marcharse sin más, sin saber cómo reaccionó tras eso, si le dio igual o se echó a llorar desconsolada, no lo sabía, pero tampoco se veía capaz de ir a buscarla, de hablar con ella y preguntarle sobre su estado, no se atrevía, pues sabía a la perfección que, al ver esos ojos marrones, que a pesar de haber pasado por experiencias tan desagradables seguían manteniendo de cierta forma un brillo de inocencia, se derrumbaría de nuevo, y no podía permitírselo, no enfrente de ella, no enfrente de esa traidora.

Tras acompañar al conde a una rápida reunión en la que, una vez más, fue exhibido como la mejor de sus pertenencias, poniéndole a la altura, incluso, de un abrigo de pelaje, le fueron otorgadas varias horas libertad en las que, sin salir de la mansión ni acceder a las exclusivas zonas de ocio de los nobles, podría hacer lo que quisiera, es decir, tumbarse en su cama a descansar o simplemente dar una vuelta por los corredores y estancias del lugar, y, por desgracia, esa noche no había descansado demasiado bien por las pesadillas que le atormentaban en cuanto cerraba los ojos, por lo que, muy a su pesar, escogió la segunda opción.

Se cruzaba constantemente con los trabajadores del conde, jóvenes caballeros, que apenas se giraban para mirarle o, si lo hacían, los gestos de superioridad y rechazo siempre se hacían visibles, o cansadas sirvientas, de varias edades y físicos, que siempre le lanzaban una humilde sonrisa que les daba un aspecto dulces y amigables. No obstante, cada vez que se encontraba uno de esos grupos, su vista se centraba involuntariamente en una persona, la chica a la que no quería tener cerca pero a la que su cuerpo exigía, con unas ganas irreprimibles, pegarse como si fueran dos imanes, agradeciendo en todo momento el no encontrársela hasta que, por desgracia o por fortuna, tras muchas vueltas en las que atravesó un ala entera de palacio, se topó con ella, rodeada de otras cuatro mujeres vestidas de la misma forma mientras hablaban alegremente y dejaban a Arline, callada, varios pasos más atrás, con la vista perdida en el suelo y una expresión de tristeza que era acompañada por la leve hinchazón de sus párpados y las notorias ojeras en su pálida piel que le rompían el corazón, pensando, apenado y con un fuerte sentimiento de culpa, que la joven había pasado la noche en su misma situación, sollozando, sin poder pegar ojo y rezando para que todo fuera solo una horrible pesadilla o una broma pesada que acabaría pronto. Pero no era así, esa era la realidad, su realidad, y esa relación que tenían de amantes o, simplemente, amigos, había caído en lo más profundo de un pozo, perdiéndose de tal forma que, a diferencia de las otras sirvientas, ellos no fueron capaces ni de dirigirse la mirada cuando pasaron por su lado, siendo su único contacto un ligero e indoloro golpe por parte de la muchacha que fue aceptado por el bailarín al creerlo un pequeño gesto de venganza.

Sin embargo, y después de unas cuantas horas más de andadas y acciones sin sentido, propias del aburrimiento y la soledad absoluta que pocas veces había sentido en su vida, cuando ya había regresado a su habitación, con intención de ordenarla, escribir algo o solo mirar al techo y fundirse en sus amargos pensamientos, y se había deshecho de su camisa para una mayor comodidad y movilidad, se descubrieron las verdaderas intenciones de los actos de la castaña, del desganado golpe que había recibido en el que, de forma totalmente sigilosa y secreta, la doncella había conseguido meterle un diminuto trozo de papel viejo y plegado que apenas había tocado el polvoriento suelo cuando fue agarrado y desdoblado con curiosidad por el moreno, que se sentó en la cama con bastante intriga.

Según lo iba estirando, se daba cuenta de que aquel era un trozo arrancado de otra hoja que, seguramente, fue arrancado sin miedo de algún libro o informe que encontró, pues el corte era muy irregular y la forma redondeada de una de las esquinas lo delataba.

Rápidamente empezaron a hacerse visibles letras que, poco a poco y siguiendo su unión, fueron convirtiéndose en palabras y, por último, frases, cuatro líneas apuradas hasta el límite del papel escritas con una ortografía bastante mejorable y una letra que iba a la par, movida, desastrosa e infantil, resultándole algo fácilmente reconocible, gracias a la cantidad de clases que habían tomado juntos para practicar su escritura, y sencillo de entender, pues se había acostumbrado a la desordenada forma de redactar de la chica.

Sin más preámbulos, y expectante por saber qué era aquello que con tanto ímpetu quería trasmitirle a escondidas, empezó a leerla:

"Hola Diego no tengo mucho tempo solo puedo deqirte qe todo lo qe robé lo tiene Victoria ella me obligo y me amenaco creo qe qiere vender todo esta noche en el merqado negro a qien le de mas monedas no e̶s̶t̶o̶i̶ estoy segura pero es lo qe hace siempre con lo qe roba siento no ser de mas ayuda y perdon por lo que echo espero qe algun dia me perdones

Arline"

— En el mercado negro... -repitió para sí mismo, releyendo una vez más el texto como excusa para pensar en qué hacer o cómo actuar ahora que tenía esa información tan valiosa y esencial.

Podría delatarla, pues en esa "carta" ella misma admite ser la autora de los robos, pero era perfectamente consciente de que jamás podría hacerlo, y menos ahora que la joven había mostrado su más sincero arrepentimiento, voluntad por solucionar el problema y valentía para entregarle aquello aunque fuera de forma oculta. Pero, sobre todo, no podría hacerlo ahora que se había percatado de los frutos que sus clases habían dado, logrando que la otra, a pesar de sus constantes errores, lograra escribir sola y sin demasiadas complicaciones su primer mensaje, un mensaje que había sido cuidadosamente dirigido hacia él, hacia su profesor, hacia el cómplice con el que había pasado tantas noches, hacia el amante que la hacía suspirar, hacia el hombre que pudo sacarla del infierno y llevarla de la mano a un sitio mejor, duro, sí, cansado, también, pero a un sitio en el que, si no fuera por las maliciosas órdenes y planes de su dueña, podría haber tenido una vida más tranquila, digna y feliz.

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora