Encubierta caballera

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Su mañana comenzó como cualquier otra, continuando con su aburrida monotonía que debía seguir estrictamente mientras andaba por los largos pasillos de palacio soportando el peso que su brillante armadura plateada le provocaba, generando un pequeño estruendo que retumbaba por los alrededores cada vez que sus botas de hierro chocaban contra las frías baldosas del suelo, que hacía que todos con los que se cruzaba se giraran para verlo, en especial las sirvientas más jóvenes, una señoritas que le lanzaban coquetas y curiosas miradas que eran completamente evadidas por un hombre de ojos claros y cabello marrón que se encontraba sumido en sus angustiados pensamientos.

Tal y como su horario mental lo especificaba, a primera hora, nada más salir el sol, debían reunirse todos los guardias y caballeros en el salón principal para recibir las órdenes necesarias y estar al día de las nuevas noticias, rumores y problemas que podrían afectar al conde o su familia.

Se colocaron en una fila horizontal, unos al lado de otros, con un semblante extremadamente serio y una postura incómodamente recta, escuchando, o fingiendo escuchar, con atención las palabras que el portavoz oficial del noble les dedicaba leyendo un pergamino, algo doblado y desgastado, que contenía la información necesaria con todo lujo de detalles.

Tras unos minutos, que siempre se les hacían especialmente eternos, llegó el momento de separarse, de ir cada uno a su posición indicada y de estar allí de pie, totalmente quietos durante las siguientes 12 horas hasta que vinieran los guardias del siguiente turno a sustituirlos. A pesar del aburrimiento y la soledad que le hacía sentir su trabajo, no podía evitar tener un ápice de esperanza de que, ignorando el hecho de haber salido herido en varias ocasiones, ocurriera algo de interés, peleas, enfrentamientos, amenazas, robos, insultos al conde... cualquier cosa que pudiera hacer su servicio más ameno y que más tarde pudiera contarle con felicidad a su compañero de cuarto, aquel que no había dado señales de vida desde la noche anterior.

De nuevo, andaba, de una forma casi robótica por la poca movilidad que el traje le ofrecía, hacia la zona donde se encontraban los dormitorios de la condesa y sus hijas, un sitio donde numerosas veces se habían colado intrusos con la intención de asesinarlas o, simplemente, abusar de ellas sin compasión, viéndose obligados a tomar serias medidas contra los atacantes y a poner una severa vigilancia que no desaparecería ni por un segundo.

Mientras caminaba de un lado para otro, solo pudiendo observar los brillantes ornamentos y cuadros que decoraban el pasillo y las lujosas puertas que habían sido cerradas de par en par para mayor seguridad, su oído se percató de un constante golpeteo proveniente de la ventana que había al final del corredor, mas no le dio mucha importancia en un principio al pensar que sería alguna rama que se había descolgado o un pájaro que se había posado cerca del cristal, sin embargo, cuando este perduró durante un rato más, decidió ir para allá y eliminar de una vez aquello que tanto despiste y molestia le estaba causando.

Según se acercaba el golpeteo se intensificaba, sintiendo cómo retumbaba por las cuatro paredes y pudiendo ver a la perfección un dedo índice asomar con timidez y provocar el pesado ruido con su corta uña, estando acompañado por algunos mechones de color negro bastante despeinados.

Siendo consciente de los antecedentes que ese lugar tenía, no dudó ni un momento en abrir la ventana de golpe y, espada en mano, tratar de atacar a aquella persona que tan vagamente se había escondido.

— ¡Fuera de aquí, malech...!

— ¡Shhh...! -interrumpió una voz particularmente conocida para él, descubriendo, en cuanto bajó su mirada, que aquel hombre al que estaba amenazando con su arma y que se había encogido en su sitio, temeroso por salir gravemente herido, era su compañero de habitación y, considerado por él, su mejor amigo, el bailarín de palacio- soy yo, soy yo... -al ver cómo este retiraba su afilada espada y la guardaba en su funda se sintió seguro para incorporarse un poco más, bajando el volumen de su habla todo lo que pudo con miedo de ser descubierto por alguien más que no fuera el caballero.

— ¿Se puede saber qué haces aquí? -mirando a sus alrededores para comprobar que estaban solos, le ofreció la mano para ayudarle a entrar, fijándose, en cuanto este estuvo dentro del pasillo, de que no solo tenía todos sus ropajes arrugados, sino que también estaban húmedos y llenos de arena- ¿dónde has estado? -sacudió su ropa con confusión y algo de brusquedad, pringando sus dedos del barro que se había formado en la tela- no te he visto al despertarme.

— Nos quedamos dormidos y no me di cuenta hasta que se hizo de día.

— ¿Cómo que os quedasteis dormidos?

— Nos bañamos en un lago, luego nos dimos un beso y luego... ya sabes... fue increíble, no podría haber imaginado mi primera vez de una forma más bonita...

— ¿¡Qué!?, ¿¡has perdido la virginidad con una prostituta!? -escuchaba anonadado cómo el contrario relataba la historia vivida la noche anterior con un brillo en sus oscuros ojos que prometería no haber visto nunca en él.

— Ella es mucho más que eso, Elvin, es la mujer más divertida, dulce, agradable y cariñosa que he conocido nunca.

— ¿Acaso has conocido a muchas?, además, se dedica a eso, puede estar fingiendo perfectamente, e incluso podría haberte pegado algo.

— ¿Por qué eres tan negativo siempre?

— Solo trato de protegerte y de que te des cuenta de que esto de las escapadas nocturnas se te esté yendo de las manos y de que esa relación tan "bellísima" no tiene futuro.

— ¿Y cómo estás tan seguro?

— Por experiencia, Diego, una experiencia que, gracias a Dios, tu no tienes.

— Pues mientras ambos queramos y nos queden fuerzas para ello, yo seguiré saliendo cada noche a verla.

— ¿Y si te pillan?

— ¿Por qué iban a hacerlo?

— Porque tengas algún despiste, o porque alguien te delate, alguien que te vea, te siga y descubra todo esto, o alguien que no esté dispuesto a que sigas arriesgando así tu vida.

— ¿Eso lo dices por ti...?

— Puede ser -el gesto de su rostro, que en todo momento se había mantenido repleto de ilusión, se apagó en segundos, quedándose en él una mueca de miedo y tensión que hizo al contrario arrepentirse inmediatamente de sus amenazantes palabras.

— ... Y... ¿lo harás... me denunciarás...?

— No, claro que no, solo quiero que entiendas que esa mujer te va a acabar causando muchos problemas, y no te confundas, yo realmente quiero que seas feliz, realmente creo que tienes derecho a serlo, pero vivís en dos mundos muy diferentes, más lejanos de lo que parecen, y mientras eso siga así os va a ser imposible tener un futuro juntos, es triste, lo sé, pero así es la realidad, lo siento... -los azabaches ojos del esclavo, sin ningún rastro del brillo y la luz que habían tenido durante la noche y la mañana, se dirigieron al suelo con una fina capa de lágrimas, reflexionando sobre el discurso de su compañero y sabiendo que, aunque él estaría dispuesto a pasar hasta sus últimos instantes al lado de aquella muchacha, su amorío solo podría quedar en un sueño que poco a poco se iría olvidando junto al resto de cálidos recuerdos- venga... ve con cuidado hacia el dormitorio y cámbiate antes de que te pillen, ¿de acuerdo?, y no te preocupes por esto, pronto te darás cuenta de que es lo mejor para ambos, la superarás, por mucho que cueste, a todos nos ha pasado, es duro, pero también es necesario si quieres tener una vida sin más complicaciones de las que desgraciadamente ya tienes, eres fuerte, Diego, podrás hacerlo, estoy seguro, confío en ti.

Entre tu lugar y el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora