CAPÍTULO 34

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Capítulo 34: Desafortunado

Cuando me desperté quería morirme

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Cuando me desperté quería morirme.

El dolor que surcaba mi cuerpo era profundo, punzante, y me mantenía casi inmovilizada. Mi mente viajaba una y otra vez al líquido que le inyectaron, pero no tenía como saber que era realmente.

Las clases de deporte de la secundaria no fueron nada en comparación con eso.

No tenía idea de lo que me esperaba para ese día, así que solo aguardé.

Aguardé a Vasile o a la muerte, aunque ambos eran lo mismo. Aunque en definitiva morir era una opción tentadora.

Traté de despejar esa idea de mi mente. Apenas llevaba un día de tortura, podría soportarlo, tenía que soportarlo.

La puerta se abrió y divisé al vampyr que tanto temía. Aquel día llevaba también una bata de laboratorio, lo que me sorprendió.

─Veo que amaneciste viva ─habló con tono burlón.

No fui capaz de responder.

Hizo un gesto con su mano y entró una chica de anteojos, a la cual no había visto antes, y dejó sobre la mesilla la bandeja con el desayuno. Tenía más comida que las veces anteriores.

─Comprenderás que no somos monstruos, así que te trajimos una amplia variedad para que recuperes fuerzas. ─Se sentó en una de las sillas─. Definitivamente vas a necesitarla.

No me negué a nada. Con los músculos acalambrados me levanté de la cama, haciendo una mueca de dolor, y me senté en la otra silla.

Tomé la taza de café y bebí. Agradecí mentalmente. Jamás iba a admitir frente a Vasile, o frente a mi madre, lo mucho que apreciaba ese desayuno en mi condición. No les iba a dar esa satisfacción.

Comí las tostadas, el jugo de naranja, incluso los chocolates que allí reposaban. Todo con la esperanza de sentirme mejor.

Cuando terminé no dije nada, me quedé en silencio mirándolo.

Vasile era atractivo, de infarto, pero su maldad no era como la de Pontianak, sino que era peor, una maldad genuina, no una máscara.

¿Amaría a mi mamá? Después de todo estaban casados, aunque tenía mis sospechas de que todo había sido una alianza. Incluso podía echar a volar la imaginación y creer que había más posibilidades de que Vasile sintiera algo por mi mamá, pero ella no sentía nada por él.

En realidad no sentía nada por nadie.

Vasile me observaba con detenimiento, y noté que apenas sí pestañeaba.

─Es hora de irnos. ─Se levantó de un salto y di un respingo.

No respondí, no tenía ganas. Esa sería mi forma de protesta de ahora en adelante: no hablar.

Cuidado con lo que deseas [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora