Cuando Wynga conoció la luz que emana de lo infinito, en ese mundo llamado Egel, la guerra ya existía.
No eran detalles los que veía, apenas pinceladas de las memorias de la extraterrestre. Una forma amable de decirlo, pues en realidad todo era confuso y disperso. Eva no entendió al inicio. Tampoco sabía como podía ver aquello, pero aun en su miedo se esforzó por concentrarse.
El mundo de Wynga se parecía al suyo. También había mares, tierra, plantas, y especies extrañas que supuso eran animales. Y los seres como ella. Que sufrían. Muchos lo hacían.
Una de las primeras cosas que Wynga recordaba era el ataque en el que murieron los de su grupo, o clan. Ella era pequeña aún, pero sus ojos estrellados brillaron asustados cuando tuvo que enfrentarse a eso.
El miedo, el horror. Porque una vez más los neeren atacaban. No les bastó con las conquistas que ya tenían. Ellos querían más, siempre querían más...
Y Eva sentía todo aquello que le provocó el ataque, sentimientos que no pensó que otros seres podían poseer. Eran como los suyos, o parecidos. Más intensos, más extraños. Pero los sintió en el pecho. Dolor, miedo. Y odio también, o algo semejante.
Todos conocían la historia. Los neeren fueron los primeros seres racionales, venían del centro de la galaxia. ¿Del agujero negro? No, pero lo usaban. Hasta habían aprendido a usar esa energía tan devastadora.
Las civilizaciones crecieron poco a poco. Unas se destruyeron por desastres naturales, o espaciales. Otras se autodestruyeron. Pero incluso mientras los mundos luchaban por trascender, los neeren ya eran poderosos.
Conquistaron y habitaron nuevos planetas, sin importarles si encontraban seres vivos o no. Si sentían o no. Solo tomaban todo como si lo merecieran, como si cada cosa en el universo estuviera a su servicio.
Pero incluso seres como ellos tenían limitaciones que aprendieron a sortear. Los neeren tenían una existencia física fugaz. Con los años mejoraron sus cuerpos. Descartaron a los más débiles, se modificaron, y se construyeron armaduras como las que tenía Wynga, solo que más fuertes. Y que los hacía casi invencibles.
Eva vio en los recuerdos de Wynga algunas imágenes de los neeren, y no se parecían en mucho a los humanos que la rodeaban. Eran más como seres de una película de ciencia ficción, como cyborgs. Pero seguían siendo humanos, podía verlo. En la sonrisa, en la mirada, incluso en las risas burlonas que Wynga recordaba. Eran ellos, los primeros. Sus ancestros.
¿Cómo empezó la guerra? No era del todo claro, pero se sabía que desde Neeredia dirigieron una especie de imperio de planetas donde habían llevado sus semillas, donde sometieron a los nativos. Y se dedicaron por mucho tiempo a fortalecer su imperio, a sentar las bases antes de seguir avanzando en la conquista de la galaxia.
Y tal vez fue esa espera lo que salvó al resto de mundos. Egel, por ejemplo. A Wynga le dijeron de pequeña que cuando los neeren llegaron a su lado de la galaxia, ellos ya podían defenderse. Para ese entonces ya varios mundos se conocían y habían contactado sin atacarse. Así llegaron los rumores de un imperio que se extendía desde el centro, y que quería apoderarse de todo. Los rumores dejaron de serlo cuando los ataques fueron acercándose. Y Neeredia tenía los recursos para mantener esa guerra por el tiempo que quisieran.
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Los desterrados hijos de Eva
Science FictionA Eva no tienen que contarle la historia: Ella lo ha vivido todo. Desde una pandemia global en su adolescencia, hasta el invierno nuclear del año 2024. Trece años después, con el mundo al borde del colapso social y económico, los países antes indepe...