El juicio final

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No podría definir el tiempo a partir de ese momento

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No podría definir el tiempo a partir de ese momento. Todo fue tan confuso que le costó trazar la línea entre la realidad y lo que creía estar imaginando. Tampoco sabía cuál fue su último instante de plena consciencia. ¿Cuándo Wynga descendió de los cielos a decirles que llegó la hora? ¿O fue cuando estuvo en la cabaña con Igor? No sabía, no entendía. Si pasó tiempo, tampoco podía precisarlo.

Pero su mundo se sacudió, y todo cambió de un momento otro. Flotaba, o levitaba. Iba hacia el cielo. No, a esa nave.

Recordaba la confusión. Los gritos, el temor. En algún momento se dijo, o le dijeron, que resistirse solo empeoraría las cosas. Por eso intentó calmarse, pero no lo logró del todo. Se sentía mareada, agitada. Golpeada. Porque no fue una transición pacífica, sino que aquellos que la arrastraron a quién sabe donde actuaron con violencia.

Por instantes vio el rostro de Wynga, pero fue poco lo que pudo hacer cuando eran otros quienes estaban a cargo, y la hija de Egel era apenas una voz entre tantas que clamaban justicia. Justicia. Increíble.

La arrastraron como si fuera una criminal, o un animal. Ni siquiera podía decir eso, un animal merecía mejor trato que el que ella y el resto de dirigentes humanos estaban recibiendo. Le dolía todo el cuerpo, sentía como si le estuvieran estirando la piel, los músculos, cada parte de ella. Como si se deshiciera y se volviera a armar, ¿o es que lo estaba imaginando? ¿Y si eso era una forma de tortura?

No entendía por qué tenían que ser crueles. Cuando Eva al fin se quedó quieta, sabía que su vista estaba nublada por lágrimas. ¿Eran ellos los que iban a juzgarlos? ¿Ellos, que los odiaban tanto, que despreciaban sus vidas, que no les importaba infligir dolor?

Y en esa tortura que le pareció infinita, Eva creyó escuchar gritos. También vio rostros, no todos humanos. "Akgi", pensó. No eran como Sa'Rat, pero comprendió que pertenecían a la misma raza, y que quizá eso sí era una venganza.

La realidad parecía cambiar, fundiéndose con la fantasía o visiones. Sí, porque se sentía como estar meditación profunda, como un encuentro con el todo.

En ese estado alterado de consciencia, de pronto Eva dejó de sentir dolor. Sabía que se movía, pero no a dónde.

Volaba, y bajo sus pies vio una destrucción que no logró imaginar antes. Cuando Wynga la llevó a Rusia vio las siluetas de las ciudades en ruinas, pero allí podía observar de cerca. No era una ciudad abandonada, era una ciudad atacada y destruida. Edificios en ruinas, oscuridad, autos pudriéndose en medio de la calle. Todo vacío, sin vida, solo desolación.

Contuvo la respiración cuando al mirar con más cuidado notó que algunos carteles caídos, entre otros anuncios, estaban en español. Era un lugar de Latinoamérica, sin dudas. Un árbol enorme que alguna vez fue un gran símbolo quedó derribado y muerto, pudriéndose en la nada.

Eva buscó más señales, intentando entender a dónde la habían llevado. Hasta que reconoció una bandera roja, verde y blanca. Un escudo. México, tenía que ser México.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora