Últimos pasos

290 38 63
                                    

La vieron

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La vieron. Alguna vez toda aquella zona fue turística, y jamás dejabas de cruzarte con las personas. Pero en un mundo donde lo importante era permanecer con vida, no había tiempo para viajar por ocio, y no debió ver a nadie allí. Y aun así, la vieron.

Se cruzaron con un pastor que iba a caballo. El chico los saludó con amabilidad, y Eva no entendía si es que no había escuchado que el fin estaba cerca, porque seguía arreando a las llamas como si nada. Pero, poco después de que el pastor regresara rumbo al pueblo, más personas salieron al camino. Por supuesto que el muchacho la reconoció, y seguro también sabía que la estaban buscando.

Al principio se dedicaron a mirarlos de lejos, a una distancia prudente. Pero, conforme Eva y su grupo avanzaban, los curiosos salieron de todos los rincones del valle, e iban acercándose cada vez más.

No es que no fuera fácil reconocerla, siempre aparecía en los periódicos, y seguro de que todos ellos la escucharon por la radio. Y Eva no sabía qué pensar, ¿qué querían de ella? ¿Solo verla, o atraparla?

No le quedaron dudas cuando vio el primer auto al final del camino de trocha. Julio vio el polvo que levantaba, y las arrastró a ella y Fiorella a un lado, a esconderse entre la vegetación. Se quedó quieta, casi sin respirar, cuando vio que el auto era una patrulla, y que los hombres llevaban armas. No podía arriesgarse, no a ese punto.

"Si ellos saben que estoy aquí, pronto Igor y los otros también lo sabrán", se dijo. Estaba cerca de su objetivo, y ya no sabía como iba a llegar. A pie sería imposible, cualquiera podría detenerla, y no podían tomar más desvíos. Si no llegaba pronto a la estación aquella a transmitir, todo eso sería en vano.

—¡Eva! —gritó Fiorella. Se asustó, Julio y ella giraron al mismo tiempo. El chico apuntó con su arma, y los hizo ahogar un grito. Eran dos. Un muchacho, y una niña de la zona. Podía notarlo por la ropa, por sus mejillas coloradas por el sol, por sus rasgos tan característicos.

—Julio, baja eso —le pidió, pero su asesor no se decidía. Y, antes de que alguien pudiera decir otra cosa, la pequeña niña se lanzó a ella, abrazándola por la cintura.

—¡Yo sabía que no nos ibas a abandonar! —gritó, pegando la cabeza a su vientre. Superada la sorpresa, Eva sonrió y le devolvió el gesto.

—Jamás haría eso —le susurró.

Julio soltó un suspiro y bajó el arma, el muchacho que acompañaba a la niña pudo respirar con calma. Cuando este les hizo una seña para que avanzaran, le hicieron caso. Tenían que irse de allí, y si la zona ya estaba siendo explorada, era mejor alejarse.

Avanzaron unos minutos hasta llegar a una parcela despejada, con una casa hecha de adobe donde vivían esos dos. En el camino, les dijeron sus nombres: Sara y Pedro. Eva llevó a la pequeña Sara de la mano, y aunque Pedro estuvo nervioso al inicio por Julio y su arma, pronto entró en confianza y pudo explicarles mejor la situación.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora