La luz que fluye de la divinidad

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Algo andaba mal, pero aún no podía verlo

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Algo andaba mal, pero aún no podía verlo.

Sus ojos no eran de estrellas o constelaciones, como sabía que pensaba Eva. Y, de hecho, no era el primer ser racional en hacer ese símil.

Lo que sus ojos reflejaban era la energía que proyectaba su luz interior. Y Wynga veía, desde lo alto, como los humanos destruían todo una vez más. Ella no hubiera resultado con daños severos de aquel ataque, pero Eva y los akgi sí, y no lo toleraría. Aunque hasta para eso ya era tarde.

Tontos humanos. Tan cortos de miras, tan irracionales a veces.

Habían pasado largas eras intentando dominar su instinto primitivo, civilizándose para no destruirse. Pero eso poco valía, pues al final su naturaleza salvaje siempre ganaba. Y Eva, que estaba dándolo todo para intentar salvarles aunque no lo merecieran, no tenía que soportar una existencia tan lamentable entre seres tan poco racionales y viles.

"Eva", se dijo.

Era ella lo que andaba mal.

Su mirada se alejó de las explosiones sobre los montes Urales, y se giró. Para cuando lo hizo, ya sabía que ella era la razón por la que estaba tan intranquila.

La vio desvanecerse, Sa'Riat y Sa'Tarie la sostuvieron como pudieron.

Las crías de Sa'Rat seguían sintiendo simpatía por ella, lo cual era una anomalía, pues los akgi siempre guardaban una rigurosa distancia ética de los humanos, y se suponía que sus crías debían seguir esa línea de pensamiento.

Wynga pensó que tal vez perdió el equilibrio por su maniobra de la nave, pero pronto notó que no estaba consciente. Y, que esa sensación que le oprimía el pecho al verla, esa conexión que sin querer estableció al mostrarle sus memorias, le dio la seguridad de que era malo lo que pasaba.

—¡Eva! —exclamó, casi sin poder dominarse. Dejó que la nave, que era una extensión de sí, se condujera y les mantuviera a salvo. Su reacción primaria fue apartar a las crías, y hacerse cargo.

Sostuvo a Eva en sus brazos, quitó los cabellos de su rostro. Tenía una palidez que para su raza no podía ser saludable, y los latidos de su corazón eran débiles.

—Ha hablado —dijo Sa'Rat a sus crías. Solo entonces la hija de Egel se dio cuenta.

Para ellos, debía de ser extraordinario.

Desde que en su planeta natal dominaron la comunicación mental, eran contadas las veces que abrían la boca para hablar. Incluso, otras civilizaciones decían que escuchar la voz de una nativa de Egel era un hecho digno de registro.

"Hablé, y dije su nombre. Es lo único que he pronunciado desde tiempos sin medida, pero ha sido ella. Solo he dicho Eevaa. Y nada más. Como si fuera lo único capaz de decir", razonó, sorprendida de sus impulsos y de mostrar su voz en una situación tan extraña.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora