Primer adiós

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Esa última prueba no llevaría a nada bueno, y Wynga podía sentirlo

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Esa última prueba no llevaría a nada bueno, y Wynga podía sentirlo. Sin duda habría quienes lo tomarían con calma y se despedirían de sus seres amados, unidos en el final. Pero los que caerían en la locura de la desesperación serían más, y para variar ellos tenían el poder. Ya habían demostrado de lo que eran capaces, y ella tenía la seguridad de que todo estaba diseñado para probar el último punto de la sabia Masshis. El gran exterminio era inevitable.

Ya todo estaba en ejecución, y ellos monitoreaban las reacciones. Hasta el momento se desarrollaba de manera predecible, y tenían órdenes de no intervenir a menos que sea necesario. Los akgi, con la experiencia de surcar los cielos del planeta sin ser vistos, y de vigilar la actividad humana, una vez más eran los encargados de recoger los datos y retransmitirlos.

La mayoría de los representantes del Comité Intergaláctico habían vuelto a sus naves, ubicadas más allá de la luna, a suficiente distancia para no ser vistas. La de Wynga reposaba dentro de un hangar en la gran nave de los akgi, y nada la retenía allí.

Hizo lo que debía hacer, emitió su voto, y la decisión se tomó. Aún había una última oportunidad, y ella tenía que encontrar una solución. Hablar con Eva, tal vez. Pero no estaba segura de que esta quisiera escucharla, no después de que Sa'Rat la puso a salvo. Como fuera, no iba a quedarse sin hacer nada, no estaba en su naturaleza.

Nadie le pedía explicaciones, ni ella iba a darlas. Caminaba tranquila hacia la zona donde encontraría su vehículo. Bajó por un ascensor, y esperó con paciencia. No tuvo alternativa que contener sus emociones cuando vio a Masshis allí, cerrándole el paso.

—¿A dónde te diriges? —preguntó sin rodeos.

—A mi extensión vehicular.

—¿Con qué objetivo?

—Es obvio que para abandonar la nave matriz de los akgi.

—¿Por qué quieres irte? Pensé que te quedarías a observar como los neeren terminan de destruirse a sí mismos.

—No tiene sentido para mí. —Wynga avanzó a un lado, pero Masshis la siguió de cerca.

—Hija de Egel, no puedes huir de la verdad, es algo que sabes bien. Ahora necesito tu confesión, ¿por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué?

—Declarar en favor de los monstruos neeren. No se suponía que fuera así. —Wynga se giró, y la miró con calma. Masshis levantó despacio una de sus manos, percibiendo su energía, y todo lo que sentía. Cosa que solo acabó perturbándola—. ¿Qué pasa, Wynga? ¿Por qué hay tanto tormento dentro de ti? Tanta pena y dolor...

—No podrías entenderlo.

—Puedo, si lo explicas. No soy ajena a ti, no soy una extraña que jamás vieron tus ojos. Somos más que eso, hija de Egel. Las dos conocemos la luz, y el dolor de nuestro pueblo. No puedo ser indiferente a tu tristeza.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora