Aterrizaje forzoso

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"Hemos llegado", se le informó

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"Hemos llegado", se le informó. La nave se lo dijo.

Aunque no deseara hacerlo, apartó los labios de los de Eva, y la miró. La humana intentó mantenerse consciente, pero se desvaneció. Y eso significaba que el daño crecía, y que no debió acercarse tanto. 

¿Cómo hacer para no lastimarla cuando la quería cerca? ¿La necesitaba en verdad, o solo eran sus emociones desbordadas? Pasó sus dedos con lentitud por sus mejillas, por sus labios. Aún quería tomarlos entre los suyos.

Wynga la levantó en sus brazos, y pronto regresaron Sa'Rat y sus crías. La nave volvió al lugar de donde se fue, y un escaneo de la zona le reveló que les estaban esperando. Algunos tenían armas rudimentarias, pero con el campo electromagnético de defensa, no sería problema. Lo importante era poner a salvo a Eva, aunque eso significara alejarla.

La luz les envolvió, y así, bajaron a la superficie. Wynga esperó a que todo se aclarara, y miró alrededor. Los había visto antes, en la mente de Eva. Eran sus asesores llamados Julio y Fiorella, otras personas que parecían pertenecer a su guardia. Y esa mujer rusa que también vio durante esa conferencia. Yul, la que mintió. O a la que le mintieron, no podía saberlo aún.

Si bien en un inicio todos estaban pasmados al verla descender, y además acompañada de quienes ellos conocían como "grises", pronto se obligaron a reaccionar y, por sus gestos, estaba segura de que lo que veían no les parecía bueno.

Ella, la que fue a destruir su mundo, llevando a la salvadora inconsciente en sus brazos. Pálida, enferma, vulnerable. ¿No sería lógico que pensaran que le hizo daño? De cierta forma, así fue. Sin intención, pero la realidad percibida era distinta. Los miró a ellos, luego a Eva. A sus labios suaves y tiernos, los que no quiso dejar de besar. Y no tenía ningún temor en reconocer que en algún punto de aquel beso, Wynga se sintió correspondida.

—Suéltala —dijo Julio. Le tembló la voz cuando habló, pero intentó sonar firme y amenazante. La apuntaba con esa arma que no le haría el menor daño—. Déjela ir.

—No es mi prisionera —le habló a la mente, pero decidió hacer lo mismo con todos los presentes—. Ella quería pruebas, quería ver, y la llevé. Se las entrego para que puedan curarla.

—¡¿Qué le hizo?! —reclamó la otra, Fiorella. También tenía miedo, o respeto, evitaba que sus ojos se encontraran con los suyos. Podía sentir su temor, no tanto por ella misma, sino por Eva. Era claro que ninguno de ellos soportaría perderla.

—Será mejor que nos entregue a la gobernadora, y se retire, Wynga de Egel. —El hombre que acompañaba a la mujer rusa parecía hablar por ella. Los dos la apuntaban con armas, pero sus manos temblaban con cierta ligereza. Una muestra más del miedo que inspiraba aun sin pretenderlo.

—No la retengo, mi deseo es que cuiden de ella. —Las pistolas la seguían apuntando mientras avanzaba con Eva inconsciente en brazos. La dejó despacio sobre el pasto verde, y retrocedió—. Es mejor que la alejen lo más que puedan.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora