El chivo expiatorio [Final]

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Hoy, que en mis ojos brujos hay candelas

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Hoy, que en mis ojos brujos hay candelas

Como en un condenado

Dios mío, prenderás todas tus velas

Y jugaremos con el viejo dado

Tal vez, ¡oh, jugador!

Al dar la suerte del universo todo

Surgirán las ojeras de la muerte

Como dos ases fúnebres de lodo

Dios mío, y esta noche sorda, oscura

Ya no podrás jugar porque la Tierra es un dado roído

Y ya redondo, a fuerza de rodar a la aventura

Que no puede parar, sino en un hueco

En el hueco de inmensa sepultura

Los dados eternos - César Vallejo



Al principio, quiso saber cómo acabaría todo. Pero, para ese momento, ya no importaba. El cómo dejó de tener sentido tan pronto el cuándo se hizo inminente. Ya estaba sucediendo.

Primero, se perdió la comunicación con las naciones lejanas. Solo se escuchaba estática en las radios y teléfonos. Pronto, en medio de la desesperación y el terror, comprendieron que estaban solos. Nadie respondería, y con nadie podrían hablar. Si ese era el fin, el miedo a la soledad y la impotencia apenas era la primera fase.

Eva sabía que no tenía escapatoria, pero intentó llegar a Fiorella, Hans y los demás. Si iba a morir, prefería hacerlo con ellos. Tal vez podrían escapar y perecer juntos, tomados de la mano, tranquilos, orando. No todos compartían sus creencias, es cierto, pero todos pensaban lo mismo: habían fallado. Eva no iba a permitir que se despidieran del mundo con esa idea torturándoles el alma.

Por su parte, ella sabía que habían hecho lo necesario, y que, por más que doliera, aquello era lo que tenía que suceder. Todo estaba consumado, y caminaba hacia la muerte sin miedo. Pero no estaba sola; la acompañaba la esperanza de una existencia trascendental, más allá de la prisión del cuerpo.

Llegar a ese punto no fue sencillo. Quien afirmara que no temía al dolor, mentía. Todos, incluso los más fuertes, se quebraban cuando el dolor dejaba de ser físico y rompía la mente. Igor lo sabía, tal vez lo vivió, tal vez lo presenció. Pero de ella no sabía nada. En su ignorancia, creyó que la destruiría maltratando su cuerpo o sometiéndola a torturas. Claro que dolieron los golpes, pero no importaba. Porque Igor, y todos los que sucumbieron a su locura, actuaban bajo el poder del engaño. Ella conocía la verdad: nada de eso era el fin.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora