Eva descubrió que de verdad extrañaba el frío de la ciudad andina cuando dejó el desierto insoportable de las ruinas de Lima. La frescura helada del viento serrano la recibió para confortarla, y ella creyó que así, en el lugar al que sentía que pertenecía, al fin podría enfrentar lo que estaba por llegar.
Casi amanecía cuando su avión aterrizó en el aeropuerto privado, y para ese entonces ella ya había dado las instrucciones. La logística para una transmisión en vivo a todo el continente sureño, y tal vez a los otros sectores civilizados, no era como antes. No quedaban tantos satélites, y las personas que aún tenían televisor, no siempre contaban servicio eléctrico. Así que ese mensaje también se transmitiría por radio, y Eva esperaba que a lo largo de ese día la gran mayoría de personas supiera lo que iba a pasar.
Julio comunicó su decisión a todos los del gabinete y demás funcionarios del gobierno. Estos se encargaron de alertar a las regiones para que informaran a la población, y los medios oficiales empezaron a transmitir comunicados.
Fiorella habló con los traductores de los jefes de Estado que llegaron a la cumbre para pedir que en sus regiones también se trasmitiera el mensaje. Por supuesto que se negaron, dijeron que no aceptarían eso a menos que les dejara ver la copia del discurso primero.
El tema es que no había discurso. Solo ella frente a la cámara, lista para ser sincera y contarles a todos que llegó el fin. Así que no aceptaron transmitir nada hasta verlo, lo que era una pena, pero tampoco podía rogarles.
—Se negaron —le decía Fiorella mientras caminaban hacia la sala de conferencias—. Excepto la gobernadora de la Nueva Gran Rusia. —Entonces Eva se detuvo, y se giró a mirarla.
—¿En serio?
—Sí, su asesor se encargará de traducir el discurso en tiempo real para los rusos.
—Bueno, no lo esperaba —murmuró. De todas las personas que imaginó podrían ponerse de su lado, esa mujer nunca estuvo en la lista. Le parecía muy intimidante y fría, no tanto como Wynga, claro. Jamás como Wynga.
En la sala ya la esperaban todos los miembros del gobierno, y la prensa oficial. Los invitados verían su discurso en el auditorio, pues no quería ser interrumpida. Y cuando le dijeron que la hora había llegado y ya podía empezar, tembló como nunca antes. Fue algo parecido a cuando vio a Wynga descender de los cielos, o quizá hasta peor. Porque estaba a menos de un minuto de decirle a la humanidad que la extinción había llegado.
—Diez segundos, gobernadora —le dijo el director de las cámaras, y ella miró al frente. Cuando una pequeña luz roja se encendiera, tendría que hablar.
Respiró hondo, se paró firme. Y miró al frente a esperar la luz. Así sucedió.
—Saludo a la humanidad entera, en el segundo día del final de su historia. Muchos me conocen, otros no tanto. Soy Eva María Huamaní, gobernadora de la región continental sudamericana. Nací en un mundo de conflictos y tensiones, uno que cada día se iba cayendo a pedazos, llevándose nuestra fe y esperanzas. Y viví, como ustedes, el fin del mundo que conocimos. También viví la incertidumbre, el dolor, la desesperanza. El hambre, el miedo, el horror. Y así como quienes me ven y escuchan ahora, sobreviví para hacer de ese mundo un lugar mejor para las nuevas generaciones.
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Los desterrados hijos de Eva
Science FictionA Eva no tienen que contarle la historia: Ella lo ha vivido todo. Desde una pandemia global en su adolescencia, hasta el invierno nuclear del año 2024. Trece años después, con el mundo al borde del colapso social y económico, los países antes indepe...