Y el que lo dice, no lo sabe

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La sala de conferencias era un hervidero de murmullos, gritos y -quién sabe- conspiraciones

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La sala de conferencias era un hervidero de murmullos, gritos y -quién sabe- conspiraciones. Eva no dudaba que más de uno estuviera decidido a darle la espalda, y que solo iban a comunicar su decisión, esperando que aceptara sin reclamar. Por eso, apenas entró, las voces se fueron acallando, y la atención se centró en ella y Yul.

Aceptó que la acompañara, aunque no a su lado, tampoco podría decir que eran aliadas. Su presencia allí dejó claro que la Nueva Gran Rusia iba a apoyar las decisiones de Sudamérica, y que era importante recordar que aún contaban con arsenal nuclear.

De hecho, no fueron ellos los que empezaron la guerra, y cuando las bombas estallaron en diferentes partes del mundo, una de ellas fue a parar a su territorio. Solo por eso devolvieron el golpe, y al ser uno de los últimos en ser atacados, no todo el país sufrió la devastación de las bombas nucleares, pero sí el desastre que quedó.

También sabía, pues Fiorella era muy buena en eso del servicio de inteligencia, que Rusia aprovechó el caos para apoderarse de los territorios que formaron parte de la Unión Soviética, incluida Ucrania. Y que a los ucranianos no les fue nada bien. De hecho, ya no existía Ucrania.

Sin el temor de represalias por bombardear ese territorio, el presidente Putin hizo lo que tuvo que hacer. Cosa que, con todos esos años de invierno nuclear, no logró mantenerse. En teoría, Rusia era más grande de lo que fue durante los años de la Unión Soviética. En la práctica, buena parte de su territorio quedó desolado y despoblado. Exceptuando las bases militares, que se habían reforzado con los años.

Así que, por un lado estaba la Gobernadora del territorio más grande del mundo. Y ella, la dirigente de medio continente, que además ya había restablecido sus comunicaciones, energía, tenían una economía autosustentable, y un gobierno organizado. Ellos no. Ellos apenas estaban empezando. 

Eva miró a los hombres que la observaban con molestia, y algunos con evidente desprecio. Ya no se preocupaban en ser amables. No, en ese momento solo eran hombres desesperados por salvar lo que quedaban de sus naciones. Y a ellos mismos, había que admitirlo.

—Veo que han estado debatiendo acerca de mi mensaje —dijo Eva por micrófono—. Entiendo que estén enojados y confundidos, así que responderé sus preguntas. Al menos las que pueda. —Los que entendían español asintieron, los demás escucharon a sus intérpretes.

—¡No tenía ningún derecho a ocultarnos esto! ¿Quién se cree que es, mujer? ¿La dueña de este mundo? ¡Tuvo mucho tiempo para informarnos! ¿Y qué decidió hacer? ¡Esperar a que nos dijeran que nos van a matar a todos!

El que gritó, enfurecido, fue el que Fiorella le señaló como el único del Comité de los Norteamericanos que hablaba español. Un hombre con un claro acento de los estadounidenses, pero con evidentes rasgos latinos. Raúl Smith, ese era su nombre. Hablaba tan lleno de odio que pensó que iba a lanzarse a golpearla. Tal vez quería hacerlo, lo único que lo detenía era que tuviera a sus guardias presentes.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora