Si le hubieran dicho que el placer completo se sentía así, tal vez hubiera intentado experimentarlo antes. Aunque, pensándolo bien, era tonto siquiera suponerlo. Nunca se sintió preparada para ese tipo de intimidad, y si pasó con Wynga fue solo porque ella era y sería su único ser amado. Sabía que no habría nadie más. Y aunque viviera mil años, nunca podría sentir esa entrega y conexión.
Tampoco creía que todas las experiencias sexuales fueran iguales. Aunque lo había escuchado antes, ya sabía que el sexo con quien amabas podía ser una forma de trascender, de dejar de pensar en uno mismo y conectarse con una realidad más alta y hermosa. Porque podría jurar que el momento exacto del éxtasis se sintió tan cercano al cielo y a lo divino como cualquier otra experiencia mística. No era solo un acto físico, era algo más profundo.
Se alegraba de haberlo experimentado antes de morir. De haberse elevado aún más en la conexión espiritual con otro ser. Porque mientras estaba con Wynga, entendió que el placer en los de su especie no se encontraba estimulando alguna parte del cuerpo, sino en sentir y compartir el goce, algo que se provocaban el uno al otro con señales placenteras de su mente. Los cuerpos de los egelianos no eran muy sensibles a los estímulos, sus mentes sí. Eso los hacía especiales.
Eva estaba recostada, respirando lento, pensando en que no quería que eso acabara. Pero tenía que terminar, tenía que irse de allí y no podía perder más tiempo. Wynga la miraba, paseando una vez más los dedos por su rostro, su cuello, y dibujando luego el círculo de sus pezones. A ella parecía fascinarle verla responder a sus caricias, ver como sus pezones se erguían, y todo su cuerpo se revolucionaba con su tacto.
—¿Lo harías de nuevo para mí? ¿Por última vez? —dijo Wynga, y ella no entendió.
—¿Qué cosa?
—Gemir así como lo haces, complacerte cuando te toco. Quiero verte sentir placer, y quiero probar como sabe tu cuerpo cuando te desbordas de goce.
—Bueno, eso depende de ti. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Wynga pareció sonreír, aunque ese rostro seguían siendo tan impenetrable como siempre. Pero sus ojos chispeaban con alegría, y una vez más se unía a ella, conectando sus sensaciones para estimularse. Eva apretó la mano de la extraterrestre contra su intimidad, esperando con ansias que la tocara.
Para ella era más intuitivo. Podía sentir cuando Eva experimentaba más placer, y allí atacaba. Eso no podía ser normal, nadie gozaba de esa manera. Y se miraban mientras ella la tocaba, mientras hundía sus dedos en su cuerpo. Arqueó la espalda, y no fue necesario esforzarse en absoluto para darle a Wynga lo que quería, y eso era el regalo de su placer compartido.
Con otra de sus manos, Wynga levantó sus nalgas, y la acomodó. Sabía lo que seguía, y le encantaba. En el momento preciso en que el orgasmo más abrumador llegó, la boca de la extraterrestre rodeó por completo su zona íntima, y su lengua saboreó todo como si de verdad fuera el néctar más delicioso de la Tierra.
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Los desterrados hijos de Eva
Science FictionA Eva no tienen que contarle la historia: Ella lo ha vivido todo. Desde una pandemia global en su adolescencia, hasta el invierno nuclear del año 2024. Trece años después, con el mundo al borde del colapso social y económico, los países antes indepe...