🌠Epílogo 🌠

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Planeta Tierra

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Planeta Tierra. Veinte años después del juicio


Descender al infierno tuvo consecuencias.

Fueron pocos los que vivieron, pero ahí se quedaron. Por alguna razón, sus pequeños cuerpos no asimilaron la onda de sonido que mató a todos. La gran mayoría solo enfermó, como si fuese una gripe horrenda, de esas que tardan días en irse.

Luego llegó el segundo castigo.

Los confundidos niños de la Tierra, en todas partes del mundo, vieron los cuerpos de los muertos deshacerse con rapidez, hasta hacerse polvo que se fue con el viento. Y los niños que quedaron más enfermos después del sonido también se deshicieron sin dolor.

Así vio Sara morir a su hermano Pedro.

Ella lo tenía tomado de la mano cuando su cuerpo empezó a deshacerse y desaparecer. Polvo era, y a eso volvió. Volando lejos de ella, mezclándose con cada cosa que la rodeaba.

Por días y meses enteros vio sombras en el cielo. A veces pasaban rápido; otras, se quedaban allí, ensombreciendo el día.

Sara recordaba cada día las palabras de Eva María: que las cosas se iban a poner feas, que el final era inevitable. Ella y Pedro creyeron todo lo que dijo, y por eso se dedicaron todo ese tiempo a juntar comida dentro de su casa, a cerrar las puertas con maderas y a esconderse como si estuvieran en una trinchera. Apenas un poco de la luz del día se filtraba por una ventana cubierta con un madero mal clavado.

La comida, antes para dos, le duró mucho tiempo. Pasaron unos meses antes de que la niña se atreviera a salir.

Y cada día era una nueva pesadilla, porque sabía que estaba sola.

Al principio no quiso alejarse de su parcela. Luego, cuando aquellas naves dejaron de aterrorizarla, caminó y caminó en busca de más personas. No pasó un par de años.

No volvió a ver a sus hermanos ni a ningún adulto. Seguía siendo una niña cuando encontró, muy lejos del hogar, a otros niños que se cuidaban entre sí.

Se quedó con ellos.

Todos lloraban por las noches y tenían miedo. A veces rezaban juntos, pero no sabían ni qué ni a quién.

Crecieron y pusieron en práctica algunas cosas.

Todos eran niños de campo; vieron cómo sus padres y hermanos mayores labraban la tierra o cuidaban de los animales. Fallaron muchas veces, pero no se rindieron. Sabían que estaban solos en el mundo y que tenían que cuidarse, aunque fueran solo siete.

Tenía quince años cuando decidieron salir del campo e ir a la ciudad a ver. Si ellos sobrevivieron al fin del mundo, decían, seguro que otros más también lo hicieron.

Pero cruzaron el valle del Urubamba sin ver a una sola alma, y cuando subieron a Cusco, tampoco vieron a nadie, hasta llegar a la ciudad.

Algunos eran niños más pequeños; tal vez fueron bebés cuando el mundo se acabó. Otros tenían su edad. Eran apenas muchachos, pero se tenían miedo. Les tomó varios días entender que no eran una amenaza; al contrario, podían ayudarse entre todos.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora