Cuando la humanidad volvió a abrir los ojos, ella ya estaba allí.
Una parte de ella.
La otra parte, esa que se fue y trascendió, tardó un poco en desprenderse de la condena física.
Porque, después de todo, ese mundo que dejaba atrás fue el suyo.
Los vio cegados por la ira, regocijándose al ver arder el cuerpo que habitó.
La vieron arder hasta caer y la rodearon entre risas y celebraciones sin sentido. Pronto fueron conscientes de que el ritual había acabado. La mataron y solo dejaron un cuerpo carbonizado, pero eso no les trajo ni un poco de paz.
Cuando las risas cesaron, cuando quemaron en ella el odio y el miedo, solo les quedó el dolor.
Las risas fueron reemplazadas por el llanto. El júbilo, por la desesperación. Y el dolor se extendió sin tregua, pues nada de lo que hicieron para purgarse sirvió en absoluto.
No quiso ver, pero vio.
Algunos se desvanecieron y se ahogaron. Otros empezaron a gemir de dolor. Se les cayeron los cabellos, los ojos, las uñas... La piel. Y la carne se desprendía. La grasa salía a la superficie, derramándose. Cada hebra, cada tira. Sus cuerpos se deshacían, aun con ellos vivos.
Era un espectáculo macabro, pues todos agonizaban alrededor de sus cenizas negras.
No tenía que quedarse a presenciar eso. La luz la reclamaba.
Se elevó, y sabía a dónde tenía que ir. Pero quiso estar con ellos por última vez.
Cuando se vieron libres de sus captores, se arrastraron bajo tierra. Allí, a un refugio subterráneo que se construyó hacía mucho. De nada sirvió, lo supo después. Eva vio sus luces extinguirse también, azotados por un sonido que sus pobres cuerpos no pudieron soportar.
Qué triste se vio Hans Jørgensen en sus últimos instantes, mirando al techo gris y pensando en su bella Dinamarca. En la hygge que dejó atrás. Pero supo que su muerte fue pacífica. Se fue en calma pensando en la calidez, en la familia. En el calor de las velas de las noches de Navidad. Su mente lo engañó, llevándolo a tiempos mejores, rodeado de todo lo que amó y que sabía que ya no existía. Lo vio sonreír mientras moría, y se enterneció, porque el hombre no sabía que cuando viera la luz trascendental, esa calidez con la que soñó en su último suspiro sería eterna.
Ojalá hubiera podido acariciar la mejilla de Fiorella.
Aunque la muchacha luchó por calmarse, tuvo miedo. Conforme su cuerpo se debilitaba, el temor crecía en su pobre alma. Y no podía irse así; no podía morir con esa sensación. Sería una tortura, y sería terrible; no podría liberarse de las ataduras en mucho tiempo.
Así que ella la guió, tomando sus manos. Las apretó, aunque no pudiera sentirla. Su alma se sentiría confortada, lo sabía. Fiorella empezó a respirar con calma, muy lento, y con los ojos entrecerrados.
No sabía cómo, pero lo supo.
Sus labios no tenían la fuerza para hablar, pero su mente sí podía orar. Y ella podía escucharla.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades. Antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita...
Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre...
Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava...
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Los desterrados hijos de Eva
Science FictionA Eva no tienen que contarle la historia: Ella lo ha vivido todo. Desde una pandemia global en su adolescencia, hasta el invierno nuclear del año 2024. Trece años después, con el mundo al borde del colapso social y económico, los países antes indepe...