XII. Camino a Egipto.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

José se levantó, incapaz de seguir durmiendo por el ruido de su padre, trabajando en su taller del otro lado de la pared. De todos modos, ya había tenido un sueño lo suficientemente reparador.

Bajó los pies de la cama y se sentó a un lado del camastro. Bostezó, estiró los brazos, y chasqueó la lengua al sentir cierta sequedad en la boca.

—Buenos días —saludó María con una voz suave y tranquila, desde la cama del lado.

—Buenos dí... —al levantar la mirada hacia ella se percató de que se encontraba amamantando al bebé, por lo que rápidamente, desvió la mirada, interponiendo su mano entre sus ojos y ella. —Lo siento—se disculpó.

—No te preocupes, no es nada—le aseguró ella, enternecida al verlo avergonzado. —Es natural —sonrió —Ven —lo llamó.

Dudoso, el muchacho regresó lentamente la vista hacia ella. Asintió, comprendiendo que era lo más normal del mundo y que es algo tonto que se ponga así, siendo que ella estaría haciendo eso repetidas veces al día de ahora en adelante.

Con cuidado, se recostó en el pequeño espacio que quedaba junto a ella, una de sus piernas quedó colgando fuera del colchón, pero por lo menos logró rodear a María con uno de sus brazos. Ella aprovecha y apoya la cabeza sobre el hombro del muchacho. Así, ambos veían fascinados a su bebé, mientras succionaba el pecho de su madre bastante motivado y con sus pequeños puños cerrados contra su torso.

—¿Lloró mientras yo estaba dormido? —preguntó el muchacho.

—Sí, pero descuida. Como ves, era algo que únicamente yo podía solucionar—aclaró, para evitarle cualquier sentimiento de culpa. —Además, estabas muy cansado —añadió comprensiva.

Era razonable, era su madre, y, por ende, obviamente ella era la que sería capaz de cubrir necesidades que él no podría, como esta, por ejemplo. Pero, aun así, el punto desde el principio fue que harían esto juntos.

—Sí, pero también lo estás tú—besó su coronilla. —No somos sólo tú y yo, ¿recuerdas? —susurró contra su cabello.

—Es un nosotros—completó, delatando nostalgia en su sonrisa.

—Exacto—apoyó su mejilla contra su cabeza. —Solo quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que necesites. Incluso si solo quieres un respiro—dispuso.

—Yo que tú, tendría cuidado con lo que propongo —advirtió burlona.

—Oh, ¿de verdad crees que no buscaré nada a cambio? —sonrió de lado al sentir el leve golpe del dorso de su mano contra su hombro.

El silencio reinó nuevamente al momento en que volvieron a centrarse en Jesús. Por alguna razón, al carpintero le parecía graciosa la manera en la que cerraba sus diminutos puños contra su pecho.

—Ey, amiguito, baja la guardia —acercó la mano y con el dedo índice trató de separarle los puños, pero lo único que consiguió fue que el niño atrapara su dedo en su pequeñita mano.

El agarre no era fuerte, y sus deditos apenas alcanzaban a cerrar todo su dedo índice, pero por alguna razón, José se sentía inmovilizado.

—Parece que te atrapó—dijo María al ver al pequeño aferrado al dedo del carpintero, pero a la vez, sin ninguna intención de soltar su pecho.

—Eso creo —el muchacho se sentía cautivado al ver al pequeño tan sereno al sentir su toque y aferrarse a este, como si estuviera de acuerdo con lo que estaban diciendo, lo necesitaba tanto a él, como a ella, sin importar que sea de mayor o menor medida.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora