VII. La visita.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

Después de almorzar juntos, el muchacho fue a cortar madera, ya que, en la mañana, se encargó de entregar algunos pedidos que había terminado.

María tenía las tardes libres, así que usualmente estaba sola hasta la noche y aprovechaba para asear o estudiar las escrituras. Los quehaceres no eran demasiados. José lavaba su propia ropa, se encargaba de la limpieza de su taller y, en general, siempre trataba de dejar todo en su lugar. Ella solo se sacudía, estudiaba, preparaba la cena y, aunque no lo admita, lo esperaba. Incluso empieza a creer que el bebé lo esperaba, porque a medida que va cayendo la noche siempre se vuelve más y más inquieto hasta que él llega, escucha su voz y poco a poco deja de intentar matarla desde adentro.

No era hambre. En una ocasión había cenado antes de que él llegara y todo siguió igual hasta que el bendito hombre pasó esa puerta, saludando como si nada, como si ella no hubiera tenido que estar embarazada todo el día.

Tal vez Jesús quería a su padre y no ocultaba sus emociones al apenas escucharlo, tal vez le estaba dando una lección a ella, tal vez le estaba tratando de decir que dejara de ser una necia o la patearía hasta que entrara en razón.

—¿Ya vas a empezar? — se quejó, apenas comenzó a sentirlo inquieto, dejando sus pergaminos a un lado de la mesa. —Ni siquiera se puso el sol por completo —reclamó al levantar la vista hacia la ventana.

Suspiró y se incorporó para caminar un poco, tratando de distraerlo, si es que eso funcionaba.

—Entiendo que te agrade, pero tampoco te desquites conmigo si estás ansioso porque llegue —. Caminaba de un lado a otro, acariciando su abdomen. —Vas a ser un rey salvador, no puedes ponerte así solo porque todavía no llega papá —bromeó. Mala idea.

Recibió una puntada que la hizo sostenerse de la mesa y llevar su mano al costado de su vientre, conteniendo la zona afectada.

—O puedes hacerlo, ¿por qué no? —dijo entre dientes al verse vencida.

En eso, se oyeron golpes en la puerta. José no tocaba, y no tendría por qué hacerlo.

Con cautela, María entreabrió la puerta. Constantemente temía que fueran soldados y más cuando estaba sola, pero esta vez la sorpresa era grata.

—¡Isabel! —La muchacha no cabía de felicidad al ver a su prima.

—María —sonrió la anciana, quien traía a su hijo en brazos.

—¿Ese es? —preguntó María con asombro.

—Juan, así es —respondió Isabel, mostrando al pequeño, quien dormía tranquilo.

—Ay, por Dios —sonrió María—. Pasa, pasa, por favor —invitó.

Su prima le dio un beso en la mejilla a modo de saludo, y pasó dentro de la casa.

—Siéntate, por favor, deben estar exhaustos por el viaje —corrió una de las sillas de la mesa.

—Gracias —agradece Isabel, en lo que toma asiento.

—¿Y Zacarías? —preguntó María, mientras buscaba los vasos para servir el agua.

—Se quedó con Joaquín, Jacobo y Cleofás —respondió—. Juan empezó a llorar y, gracias a Dios, mi interrogatorio acabó rápido —dijo con alivio mientras tomaba el vaso con agua que le ofrecía su prima.

—Claro —dijo la chica, bajando la mirada, sintiéndose apenada—. Lamento que tengan que pasar por esto —se disculpó.

—Ay, niña —suspiró—. El muchacho lo reclamó como suyo, como dijo que lo haría, ¿verdad? —Sonrió conmovida.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora