XXII. Primeros Problemas.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

El niño crece sin parar: juega, gatea, ríe, llora, le atraen los colores brillantes, lleva todo a su boca sin siquiera detenerse a pensar, incluso, ya comienza a pararse. Aparentemente, es como cualquier niño, pero José sabe que no es así. Él tiene un destino muy grande. Pero por ahora, solo es su pequeño.

—A ver —el muchacho aplastaba la banana en un cuenco de barro, transformándola en un puré bajo la atenta mirada del bebé, a quien había sentado al borde de la mesa, dejando sus pequeñas piernas colgando y pataleando.

Colocó una silla ante él y se sentó, removiendo el puré con la cuchara. Ya había hecho esto cientos de veces, Jesús no solía dar problemas con la comida, le gustaban casi todas las frutas.

Pero hoy, ciertamente no parecía de humor. Cuando colocó la cuchara ante su boca, miró fijamente el puré, luego giró la cabeza.

—Hey —lo observó extrañado, y volvió a revolver el puré, creyendo que el problema era la consistencia.

Sin embargo, cuando intentó darle un segundo bocado, el bebé cerró la boca firmemente y agitó la cabeza en señal de protesta.

—Vamos, amigo —soltó la cuchara dentro del cuenco. —Es tu favorito, hacemos esto todas las mañanas —le recordó.

El pequeño lo miró un breve lapso después de eso, para luego meter su pequeña mano en el puré.

—Oh, quieres hacerlo por ti mismo. Está bien —sonrió el muchacho.

El carpintero cerró los ojos en un reflejo antes de sentir el impacto de su diminuta palma contra su boca y su sonrisa fue borrada cuando el niño embarró de puré sus labios, dejando pegajosa su barba.

—Vaya —relamió sus labios, saboreando la fruta —. ¿Tu madre te ha estado contando cómo nos conocimos? —supuso con diversión, antes de tomar un paño y limpiarse los restos de puré de la barba.

—Mamamama... —balbuceó el niño luego de su mención.

—Esa soy yo, asumo —entra María, con el cesto de sábanas y pañales limpios en brazos. —¿Qué ocurrió? —preguntó conteniendo la risa al ver el rostro sucio del muchacho.

Nada que señale su incompetencia como padre, quiere decir, pero ella no es ciega.

—Solo... Ujum —aprieta los labios —Creo que no tiene hambre —supone, rascándose la nuca.

—Oh —dice extrañada —. Debería, no comió nada desde que lo amamanté temprano, esta mañana —baja el cesto en un rincón y se asoma al niño —. Y desde que empezó a comer fruta no ha rechazado nada.

—Lo sé, pero solo no tiene hambre o soy un padre terrible —dice de modo fatalista.

—No digas eso, sabes que no es así —niega con una sonrisa.

Ella alcanza el paño, limpia su pequeña mano y lo toma en brazos. Al sentir su piel, nota su temperatura inusual y, para confirmar sus sospechas, lleva una mano a su frente.

—Tiene fiebre —lo dice en voz alta, como si ella también intentara creérselo. El niño siempre ha sido sano, ni siquiera ha dado preocupaciones en el desierto. José se incorpora en ese instante, y lleva la mano a la frente del pequeño para constatarlo. Está tan sorprendido como ella.

—¿También le dolerá el estómago? —supone angustiado, ante el rechazo de comida.

—Tal vez —la aflicción se esparce por el rostro de María y recuesta la cabeza del niño contra su pecho.

José es bastante creativo y práctico para los trabajos manuales y de fuerza. Pero todo lo referente a los cuidados que debe tener un niño lo bloquean. Sabe qué hacer cuando llora, ha cambiado pañales, lo ha distraído cuando su esposa necesita tiempo para las tareas del hogar o simplemente leer, sin embargo, esto de aquí es completamente desconocido para él.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora