Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)

XXIV. La Segunda Navidad.

Narrador Omnisciente Todopoderoso.

María jamás ha dejado que el niño conviva con extraños. Pero dado que le debía una clase a Aya, y dejaron varios temas inconclusos, debían avanzar sin interrupciones. De modo que, luego de que Aya la convenciera de que su escolta vaya a vigilar al pequeño mientras ellas avanzaban, y afirmar que no era tan grave, ya que el soldado solo permanecía parado durante todas las clases en un rincón, sin hacer nada, le pareció razonable que hiciera esa simple tarea. Claro, no sin antes dejar la espada y cualquier objeto punzante sobre la mesa.

Cuando el enorme hombre se abrió paso imponente entre las cortinas, el bebé lo observó diminuto desde la alfombra, con sus juguetes amontonados alrededor de él.

Bomani no se mostró expresivo, únicamente llevó los brazos tras sí y se paró firme desde su sitio, sin más, como lo hacía siempre. El pequeño lo miró fijamente un instante, luego bajó la vista hacia sus juguetes y seleccionó uno.

—Fig. —Levantó figura de madera del burro, mostrándoselo a su inusual acompañante.

El soldado buscó con la mirada algún otro individuo en la habitación a quien pudiera estar dirigiéndose el niño. Luego de darse cuenta de que solo podía ser él, asintió con la cabeza, pero aun con el rostro enmarcado en seriedad.

El niño, al darse cuenta del poco interés del hombre, empezó a deformar su rostro, amenazando con romper estrepitosamente en llanto.

—No, no, no —rogó Bomani por lo bajo, entrando en desesperación rápidamente.

Tomó asiento ante el pequeño en la alfombra, implorando calma con una señal de las manos.

—Montu —señaló el águila dorada, que se mostraba con las alas extendidas en su peto.

El niño lo observó dudoso, como si decidiera entre largarse a llorar o continuar con el juego. Por esta vez, ganó la segunda opción.

—Peach —esta vez, levantó la burrita de madera.

El soldado asintió, para luego buscar su siguiente movimiento.

—Seth —apuntó la parte baja de su peto, en donde se mostraba la imagen de un perro dorado.

—Papi —alcanzó el pequeño martillo de madera, mostrándoselo.

El soldado lo pensó un rato, hasta que lo entendió. Su padre, el carpintero.

—Ahmm... —buscó entre los protectores de cuero de sus antebrazos —Sekhmet —señala la pequeña figura dorada de una mujer con cabeza de leona, una vez que la encuentra.

—Mami —esta vez, el pequeño levanta un muñeco de trapo. El soldado asume que se lo cosió su madre.

El hombre se despoja de su casco, dejando a la vista su cabeza afeitada, y señala la serpiente dorada que se levanta en la parte frontal.

—Mehen —dice pausadamente, mostrándoselo al niño.

—Bomani —llama María, a lo que el soldado da un respingo del susto y se vuelve a colocar el casco rápidamente.

—¿Sí? —pregunta, levantando la vista hacia ella.

—Te traje algo de agua —le tiende el vaso —. ¿No está dando problemas, verdad? —sonríe para el pequeño.

El soldado niega, al tiempo que toma el vaso, para luego dar un trago. María siempre solía ofrecerle agua o fruta, le daba pena verlo parado tras Aya, como una sombra.

—Está bien, solo llama si necesitan algo —dispone María, antes de regresar a la clase.

El egipcio deja a un lado su vaso con agua, regresando su atención al niño.