XIII. El último profeta de Amón.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

Llegaron pasando el mediodía. Avanzaban cautelosos, bajo las miradas curiosas de los habitantes, por el sendero que llevaba a la villa de Tebas, levantando polvo con el andar de los animales. Las construcciones de tonos terrosos se mezclaban armoniosamente con el entorno, contrastando con el cielo azul claro y el brillante sol del desierto.

Ella ya no era la niña que alguna vez cuestionó la decisión de sus padres, que alguna vez temió por lo que sería su futuro, que alguna vez dudó de la decisión de Dios de elegirla. Él ya no era el muchacho inseguro de sus capacidades que alguna vez siquiera pensó en anteponer el orgullo por encima de su amor.

Ambos estaban demasiado lejos de lo que fue, incluso en aspecto. María había recuperado su figura antes del embarazo: cintura fina, caderas, busto generoso por los motivos de la lactancia, lo que, en conjunto, daba elegancia a su figura. Labios secos por el viento del desierto, su cabello, ahora más largo, caía en finas ondulaciones hasta su cintura y se recogía los mechones de la frente en una media trenza, cubierta por el velo que flameaba con el aire del desierto. Traía en brazos a su precioso bebé, envuelto en telas suaves para protegerlo del sol abrasador, quien dormía sereno, indiferente a la magnitud de lo que había sido el viaje y su motivo.

José tenía sus facciones marcadas por el sol, una barba que ya cubría la mitad de su rostro y en la cabeza, mechones de cabello largos que se movían al avanzar. Sus ropas a tope lo protegían del calor y el polvo del desierto, pero se notaban sus manos fuertes y firmes sobre las riendas de los animales.

A medida que se adentraban en Egipto, el corazón de la pareja latía con una mezcla de temor y expectación. Sabían que era un país desconocido, un lugar donde su gente había sido esclavizada durante generaciones. Sin embargo, Dios lo había indicado así: este sería el refugio en donde criarán a salvo a su hijo, lejos del peligro que enfrentaban en su propia tierra con Herodes al mando.

Finalmente habían llegado a los portones del majestuoso templo de Karnak, donde las columnas se alzaban como gigantes de piedra en honor a los dioses egipcios.

José detuvo el andar de los animales y bajó de la carreta de un salto, indicando a su esposa que se mantuviera allí hasta que hablara con los guardias, quienes se miraban desconfiados a medida que el hebreo se asomaba a ellos.

—Hola —saludó al tiempo que se descubría su cabeza de las telas que traía —. Busco a Asim —dijo sin más.

Los robustos guardias compartieron una mirada de sospecha, reafirmando el agarre del mango de sus espaldas.

—¿Sunu del alto y del bajo Egipto? —supuso uno de ellos.

—¿El último profeta de Amón? —añadió su acompañante.

—Ahmm... Sí, ese—respondió José, llevando su mirada de uno a otro.

—¿Y quién lo busca? —soltó con desdén uno de ellos.

—Soy José, hijo de Jacobo, mi familia y yo venimos en nombre de los tres reyes del oriente—les sostuvo la vista a ambos.

Y por primera vez, desde que lo vieron llegar, lo tomaron en serio, a lo que uno de ellos se apresuró a llamar a un siervo que los escoltara.

El carpintero ayudó a bajar de la carretera a María, y con ayuda de su guía, se adentraron al templo. Avanzaban por los pasillos adornados con jeroglíficos y relieves tallados que contaban las historias de los dioses y los faraones. La pareja se sentía abrumada por la magnificencia del lugar. El aire estaba impregnado con el aroma del incienso y la reverberación de los cánticos rituales de los sacerdotes egipcios. Al llegar al corazón del templo, donde se alzaba el santuario más sagrado, el siervo pidió a la pareja que aguardara en su sitio.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora