XXIII. La llama que persiste.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

María había terminado la carta para su familia; mañana sería el final de esta luna y, como Aya lo había dicho, los mensajeros llegarían y partirían al día siguiente a Judea.

Al pequeño ya se le podían notar los dos primeros dientes en las encías inferiores, y, tanto ella como José están realmente agradecidos de que finalmente hayan salido.

José. Es cierto, debía hablar con él.

Ella ve al niño jugando en la alfombra, bastante concentrado. Era el momento oportuno para escabullirse. Así que se levanta con cuidado de la mecedora, tratando de no llamar su atención. Encuentra al muchacho en su taller, clavando las patas de una silla, tan concentrado como el mismo pequeño con sus juguetes.

—José —llama, pero por el ruido de los martillazos parece no oírla —José, necesitamos hablar sobre...Los deberes maritales —dice ella, al tiempo que jugaba con sus dedos algo nerviosa, aguardando su atención.

—Hacerte el amor no es ningún deber, es el paraíso —responde, sin dejar su labor, más que nada, pensando en voz alta.

Ella levanta ambas cejas, viéndose sorprendida por su honestidad. Una sonrisa tímida asoma en su rostro, al tiempo que abre la boca para decir algo. Pero decide aguardar a que él se dé cuenta por sí mismo.

Cuando se percata de que la voz de ella no salió de su cabeza, no tarda en llegar a la asimilación. Detiene los martillazos, abre los ojos de par en par, dando un respingo, y voltea rápidamente para encontrarse con María, quien le dedicaba una sonrisa divertida mientras cruzaba los brazos.

—Yo... Ahh —balbucea nervioso, al tiempo que deja el martillo sobre la mesa y limpia sus manos por el delantal de trabajo —Dime que solo lo pensé —lo dice casi derrotado, sabiendo a la perfección que lo dijo en voz alta y con todas las letras.

—Claramente no —ríe—Pero no es malo, me hace sentir... Halagada, ciertamente —puede ver como el rostro del muchacho se relaja luego de eso.

—Por favor, te escucho —levanta la mano hacia ella, señalando que le cede la palabra.

Cierto, ella había venido a hablar. Se le había pasado por el pequeño momento de gracia, aunque con el o sin el, aún no sabe cómo es que debe decírselo. Es algo que usualmente solo sabe ella, pero ahora que son parte del otro, es algo de lo que él debe estar al tanto.

—Yo no podré...recibirte por un... tiempo—habla ella, pausadamente, rogando porque lo entendiera a la primera.

La frente de él se arruga, denotando sus esfuerzos por comprenderlo.

—Yo te, uhm... ¿Lastimé? — Es lo primero que se le viene a la mente. Hay veces en las que cree que lo hace, o eso parece. Cuando ella comienza a respirar en ráfagas profundas, hasta que lleva su mano a su pecho para darle la señal de que se detenga, su cuerpo parece temblar por sí solo, al tiempo que hunde la cabeza contra la almohada entre jadeos constantes y un enrojecimiento la cubre desde su rostro al pecho. Después, se ve tan exhausta, al punto de que a él le resulta egoísta seguir.

Ella afirma que no la lastima, que lo que ocurre en esos momentos es todo lo contrario. Pero siente que lo hace solo para no hacerlo sentir culpable, porque tampoco es que sepa explicarlo. Dice que su madre no mencionó nada acerca de que pudiera ocurrirle algo así. Y él, por su parte, en todas las charlas que ha tenido con su padre y su hermano acerca de los deberes maritales, jamás han mencionado algo parecido en sus experiencias. Tal vez haga algo mal, tal vez sí la haya estado lastimando. No obstante, la ve negar instantáneamente ante la opción.

—Entonces —él tiene otra idea, pero dado que solo está tratando de adivinar, intenta no mostrarse muy entusiasmado para no presionarla. —¿Lo estás? ¿Dios ya nos ha bendecido? —dice, intentando por todos los medios mantener el control de su emoción.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora