XVII. Tesoro.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

Avanzaba por los pasillos del templo, saludando a los sirvientes, quienes ya lo ubicaban bastante bien. Se dirigía a los establos, ya que hacía días que no veía a Fig y Peach, y María le había pedido que fuera a verlos apenas tuviera tiempo libre.

—Adiós, José —dijeron al unísono dos siervas que pasaron por su lado, llevando consigo canastas de frutas para los altares.

El muchacho solo asintió con una sonrisa a modo de saludo, pero al ver lo que llevaban, las detuvo.

—¿Me darían un par de esos higos? claro, si no les va a dar problemas —pidió.

Las chicas compartieron una mirada cómplice y contuvieron un grito de emoción entre ellas.

—Toma los que quieras, José —ofreció una de ellas, a lo que la otra solo asintió en común acuerdo.

—Gracias —dice al tiempo que mete la mano en uno de los canastos y saca solo dos higos.

—Si tienes más hambre, solo pide —dispusieron, más que contentas.

—Oh, no son para mí —aclaró, antes de seguir su camino.

Las dejó con la palabra en la boca y la decepción en el rostro de las chicas no tardó en esparcirse, viendo como el carpintero se alejaba.

—El protegido del profeta está casado, buitres, a trabajar —ordena Ishaq, al verlas en el pasillo, señalando que siguieran su camino.

Ya en los establos, José se salta la pequeña reja de madera para entrar dentro del corral de Fig y Peach.

—Hola, amigos —extiende ambas de sus manos, ofreciendo las frutas para cada uno —Se ven bien —acaricia a ambos entre las orejas —Se merecían un descanso, ¿no? —extiende las caricias hacia sus lomos, pasando las manos por sus pelajes mientras masticaban los higos.

Fig en especial, que se había cargado con los viajes más largos de esta historia, pero tampoco le quitaba mérito a Peach, cinco meses en el desierto no son cualquier cosa.

—Tú ya no eres tan gruñón conmigo, ¿verdad? — El carpintero se acuclilla a la altura del rostro de Fig —Lo entiendo, debía ganarme tu confianza y descuida, María está bien, vendrá a verlos pronto —promete.

En eso, uno de los siervos entra para cambiar el agua, saluda a José, vacía el contenido de la cubeta en los bebederos y sale del corral.

—Oh, cierto —recuerda antes de cerrar la reja —, su burra alumbrará en un par de estaciones, hay que estar atentos —advierte el siervo.

—Disculpe, ¿qué? —Se incorpora, observándolo extrañado.

—La burra, la blanca —apunta el siervo a Peach como si fuera obvio —. Está preñada, ya son dos estaciones —explica y va al siguiente corral a continuar sus labores, dejando a José con la mandíbula en el piso.

¿Dos estaciones?

Eso quiere decir que durante el viaje...

—¡Fig! —voltea José, tan indignado como desconcertado.

El animal parece percibir la tensión y retrocede unos pasos, dando un rebuzno de pavor.

—Tú —lo apunta con el dedo, acusándolo—¿Pero cómo? ¡Acababas de conocerla! —exclama iracundo.

Un momento.

¿Por qué esto era extrañamente familiar?

Un escalofrío recorrió su espada al darse cuenta de que estaba sonando como Joaquín y su padre.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora