V. Tradiciones tontas.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

Al despertar, no había rastro de María; sus brazos estaban vacíos. Cuando no la vio a su lado, sintió que le habían desencajado una pieza mientras bajó la guardia.

Antes de quedarse completamente dormido, había planteado un montón de escenarios de cómo sería la reacción de ella al encontrarlo a su lado de esa forma, pero, al parecer, se había levantado primero. Ahorrándose el momento incómodo.

Pero él iba a enfrentar esto, después de lo de anoche, su relación no podía seguir estancada. Ya había pasado tiempo, era obvio que funcionaban. Lo único que quería era poder tomar su mano sin creer que la incomodaba, besarla sin arriesgarse a que volteara el rostro y decirle que la amaba sin el terror constante de ser rechazado, arruinando todo el avance que habían conseguido.

Salió de la cama, se mojó el rostro, se lavó los dientes y se vistió con una túnica limpia. Hoy sería el día.

Fue a la cocina y la encontró desayunando unas frutas mientras analizaba la lectura que daría el día de hoy. Hermosa, como acostumbra, con la luz de la mañana iluminándola y unos mechones rebeldes cayendo sobre su rostro. Había algo en ella que le hacía actuar como un tonto, incluso llegar a hacer el ridículo cada vez que la veía. Y claro, lo era, pero no demasiado, o eso siempre creyó.

La verdad, nunca fue hábil para hablar con una chica, siempre estaba ayudando a su padre en su taller o usando sus herramientas para sus inventos. Sin embargo, su hermano, si lo era, incluso por eso, se casó primero, lo que llevó a la preocupación de sus padres al no verlo interesado en conseguir una mujer.

Y hoy estaba aquí, paralizado por la belleza de su esposa, cuando pretendía establecer las pautas en su relación. Pero hey, no hay nadie en todo Nazareth que coloque repisas más estables. ¿Eso era bueno, no?

—Buenos días, ¿cómo te sientes? —saludó ella al percatarse de su presencia.

—Yo... — sacudió la cabeza para hacer que su cerebro conectara con su boca. —Mejor, mejor, gracias por preguntar —tomó asiento ante ella—. ¿Y tú? ¿Qué tal tu noche? — indagó en busca de una reacción.

—Nada especial, no tuve la visita de ningún ángel, bastante tranquilo todo —respondió como si nunca hubiera pasado nada.

—Interesante, porque yo creo que a mí sí me visitó un ángel —insinuó el muchacho.

—Oh...—levantó ambas cejas con asombro —A menos que te haya dicho algo importante, creo que estabas delirando por la fiebre —cuestionó María.

—No, la verdad se sintió muy re... —se detuvo a procesar lo que ella había dicho. —Espera, ¿tuve fiebre anoche? — preguntó al ni siquiera recordar ese punto.

—Desde antes de que yo me durmiera, sí —aseguró ella—. No te quedabas quieto, balbuceabas cosas raras, toqué tu frente, volabas de fiebre y me levanté para pasarte un paño sobre la frente —declaró—. Sea lo que sea que hayas visto, probablemente fue producto de la fiebre. Se encogió de hombros, volviendo la vista a su lectura.

El carpintero quedó estupefacto ante la información. ¿Todo se lo había imaginado? ¿De verdad? ¿Cómo pudo su cabeza evocar una imagen tan realista de ella y ponerla entre sus brazos?

Por supuesto, algo tan maravilloso solo pudo haber sido una visión, un delirio, un sueño.

—¿Quieres? — Ella le ofreció el cuenco de frutas, haciendo que salga de sus pensamientos de asimilación.

—Claro — tomó una manzana, masticando con resignación al verse con todas sus ideas frustradas.

***

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora