XVI. Aya.

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Narrador Omnisciente Todopoderoso.

Se hallaba sentada en la mecedora, leyendo uno de los pergaminos que tenía, mientras vigilaba al pequeño, quien jugaba sereno en la alfombra, indiferente a lo que ocurría en la cabeza de María.

José la ha estado evitando.

Cree que no se ha dado cuenta, pero es tan claro como las aguas del Nilo. Cada vez que llega, se limita a un beso en la mejilla, cada vez que duermen juntos, le da la espalda. Ha estado, incluso, evitando mirarla demasiado tiempo, cuando usualmente lo atrapa espiándola mientras lee o entre las cortinas mientras le canta al bebé hasta dormirse. Nunca le llamó la atención por eso, es más, la hacía sentir especial, y era demasiado tierno cuando ella levantaba la mirada hacia él, viéndose atrapado, al punto de balbucear incoherencias tratando de justificarse. Comenzaba a extrañar eso.

Trata de escudarse en el niño para evitar demasiado tiempo a solas con ella, lo cual es estúpido, al ser literalmente ellos tres viviendo solos en un campamento frente al río, no tenían ni siquiera vecinos, era hablar con ella o con un bebé que apenas alcanzaba a juntar dos sílabas.

Pero no podía dejarse llevar por su enojo en este momento, tenía que preparar una clase, la primera, de hecho. Nunca había enseñado para alguien que no fuera un niño, es más, ni siquiera había enseñado a alguien que no sea hebreo. Pensaba que tal vez esta sería la primera y última clase, que aburriría soberanamente a la egipcia.

—Baba —oye al niño balbucear mientras apila torpemente los aros de colores que le había hecho José para que jugara.

Había hecho muchos juguetes en realidad, apenas se descuidaba y el muchacho venía del toldo que usaba como taller con algo nuevo.

Tenía estos aros de madera que había pintado en diferentes colores (descubrió que eso llamaba su atención) con un encastre que servía para apilarlos hasta formar una torre, un sonajero con cinco cuentas de colores que hacían ruido al sacudirse, también le había tallado un pequeño Fig de madera y una Peach.

—¿Te digo algo? —baja en su regazo el pergamino. —Tu padre empieza a ser ciertamente irritante —tenía que sacar esa rabia de alguna forma, ese hombre la traía de los nervios últimamente.

El bebé levanta la mirada y la observa atentamente desde la alfombra, como si procesara sus palabras, como si realmente planteara una gran respuesta para ella.

—Baba —suelta finalmente mientras levanta el sonajero que él le había hecho.

Para ella fue inevitable no reír ante su inocencia.

—Claro, no puedo competir contra eso —niega manteniendo una sonrisa. —Papá es el que hace cosas interesantes, demasiado ocurrente, diría —suspira al tiempo que apoya su mejilla en una de sus manos —Tan detallista, atento, esos ojos tan expresivos cuando me mira y esa sonrisa tonta y arrogante cuando tiene una respuesta para todos mis miedos ...—su mente queda suspendida en la imagen de él cuando menos lo espera.

Es el paso de fe que a veces debemos tomar.
Si estoy contigo, puedo hacerlo.

Pero si somos uno, ¿qué pasa con tú y yo?
Si estoy contigo, lo lograré.

Lo hizo el día de su boda, lo hizo la noche que nació Jesús, y lo sigue haciendo ahora, la reconforta, la calma, le dice que confía en ella y que puede lograr lo que se proponga. Él cree en sus ideas locas, incluso las defendió cuando ella ya no creía en ellas, cuando creyó que debía limitarse al plan de Dios y olvidarse de sí misma.

Ella lo ama, y lo ha hecho desde mucho antes de haberlo admitido.

Dios lo eligió para ella.

Él ve por su hijo y no pide nada más, no reclama nada más.

Antes, durante y después de la Estrella (Journey To Bethlehem / Camino a Belén)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora