Capitulo 11

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Roier pov.

──¡Roier! Pelotudo, ¿Estás escuchándome?

Despegó sus ojos de la laptop cuando observó el rostro de Spreen tan cerca que de un cabezazo seguramente podría romperle la nariz. Se alejó para evitar hacerlo y aunque siempre le molestaba cuando lo sacaban de sus momentos de concentración, no quería iniciar otra pelea, su familia ya estaba cansada con los arrebatos que tenían y de tener que arreglar su habitación por culpa de como la dejaban después de eso.

Spreen era su mejor amigo desde que inició la secundaria, ambos eran alfas, sin embargo de algún modo lograron encajar después de molerser a golpes un par de veces. No es que se quejara, así eran debido al constante deseo por ser mejor que todos sus compañeros del mismo rango, pero Spreen y él comprendían que no había necesidad de llegar eso. Habían sido amigos desde entonces y aunque algunas veces no compartían pensamiento, podían recurrir a los golpes, nunca más de eso, entre ellos el que ganaba la pelea, tenía la razón, fin de la historia.

Su familia lo "contrató" para que fuera como su ayudante, su mano derecha o su guardaespaldas. No importaba. Ellos se pasaban la mayor parte de sus años viajando y todo lo que sucedía ahí, en la isla, quedaba en sus manos, así que lo trasladaron para encargarse de la imagen familiar. Honestamente no le molestaba, su casa y habitación eran mucho más grandes que la anterior. Ser el único heredero de una de las compañías más conocidas a nivel nacional e internacional podía ser algo con demasiado estrés para cualquiera, pero él que nació en una cuna de oro, ya estaba completamente acostumbrado y sabía cuándo permitirse vagar e ignorar las responsabilidades, y cuando no.

Por ejemplo, cuando recogía o llevaba a Quackity, ahí se podía permitir ignorar el trabajo solo para después esforzarse el doble, no dejaría que todo se le juntara como aquel jueves donde las cosas se salieron de sus manos, incluso le hervía la sangre de solo pensar que no acabó con ese desgraciado que se había propasado con el azabache.

──Oye Spreen, ¿exactamente a donde les gusta ir a los niños de tres años?

──¿Qué? ¿cómo voy a saber yo eso?

──No lo sabes, perfecto. Entonces deja de estar chingando y permite que la máquina me responda.

Él rodó los ojos y se sentó en la silla corrediza frente a su escritorio, separados por una gran cama. Continuó buscando entre las páginas las actividades favoritas de pequeños de esa edad, aunque todas las opciones que le daban parecían demasiado clichés que quiso hasta mandarle una carta a los usuarios de yahoo para que se fueran a la mismísima mierda con sus respuestas tan obvias y pendejas.

Era importante agradarle a Tilin, no es que tuviera experiencia en niños o en cortejos, pero Quackity amaba a su hijo y si realmente deseaba llegar a algo con él, necesitaba poder agradarle a lo más importante en su vida, esa bolita con piernas y brazos que respondía al nombre de Tilin.

Sonrió al recordar aquel día que lo conoció, ese temor que creció en su pecho cuando Quackity le dejó saber parte de su vida y le contó su historia, pero por sobre todo, recordó esas ganas que tuvo de seguirlo apenas tres minutos después del que se fue. El no iba a renunciar a su omega solamente por un pasado oscuro, no sería igual que cualquiera, porque necesitaba a Quackity en su vida tanto como necesitaba respirar. Había oído esas historias tantas veces, pero realmente jamás creyó vivir una.

Como a cualquier niño pequeño, las historias que le contaban antes de dormir hablaban sobre dragones, príncipes y princesas amándose para siempre por tener un lazo destinado a existir, uno no suele creer en esas cosas porque la realidad cuando uno crece se basa en morder a alguien y ya, pero cuando él lo vió aquel día en el baño, se dió cuenta que quizás los cuentos no siempre eran historias ficticias.

© The Perfect Omega | Spiderduck Donde viven las historias. Descúbrelo ahora