Capítulo once

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—Te vas arrepentir, muchacho, no sabes con quién te estás metiendo.

—Y tú tampoco. Has sido muy descuidado, no entiendo cómo puedes ser tan reconocido en el bajo mundo, si eres tan imbécil. Traer un solo hombre a que te cuide el trasero, no es muy inteligente de tu parte. Has sido cazado por un simple estudiante. Al parecer es mi día de suerte.

Intentó arrodillarse y se quejó.

—Permíteme ayudarte— me fui a su espalda y lo ayudé a levantar, pero se quejó al tener contacto con el suelo, por lo que evidentemente cayó de rodillas—. Olvidaba que no puedes pararte.

—¡Maldito cabrón! En cualquier momento llegarán mis hombres y te van a liquidar.

—Aún si logran llegar, no podrás caminar y, lo más probable, ya estés muerto cuando eso suceda. Estás sangrando mucho— le di una patada a sus pies—. Haré que tomes asiento— busqué la silla nuevamente, y lo alcé para sentarlo, en esta ocasión no opuso resistencia—. Estás pesado, ¿qué mierda comes? Volviendo al tema principal; te haré la historia larga, corta.

—¿Mataste a mi hija, infeliz?

—Déjame contarte, ¿quieres? Cuando conocí a su hija me caía muy mal; era muy engreída, creía que se merecía todo, quería comer de aquí, le hacía falta un hombre que le diera lo que en su trabajo parece que no le daban. Salí con ella por órdenes de arriba, pero terminé obsesionado con su cuerpo y esa forma tan rica de tener sexo. Era muy divertido cogérmela.

—¡Hijo de puta!— trató de levantarse, pero cayó sentado de regreso en la silla.

—Resulta que luego de comenzar a salir con ella, empezó a actuar extraño y no entendía la razón. Un día me enviaron unas fotos donde aparecía con otro hombre y, al ir al lugar, ella estaba revolcándose como una zorra con un tipo que se notaba que era mucho mayor que ella. Eso me hizo molestar bastante, me estaba encariñando de esa puta. Luego comprobé que trabajaba en ese lugar, dando sus buenos servicios. Me pregunto, ¿qué la llevó a entrar al negocio de la prostitución? No creo que la hayas metido tú, ¿o sí?

—Mi hija no es una prostituta.

—Era prostituta.

—¿Era?

—Luego de verla, no tuve de otra que sacarme esa espinita que tenía en el pecho. Después de todo, solo fue una prostituta que me utilizó y eso no lo tolero. Aunque, debo admitir que disfruté mucho los últimos momentos que tuve con ella. Tenía un culo de infarto.

—¡Te voy a matar, hijo de puta! — trató de levantarse por segunda vez, pero cayó al suelo.

—No sabes cómo gritó del dolor cuando le quebré el culo. ¿Dónde estabas cuándo eso ocurrió? Tu hija era una sucia que no merecía seguir respirando. Tarde o temprano tenía que matarla, digamos que le hice un favor y saqué mucho a costa de ella. Hubieras visto cómo quedó luego del balazo que le di en la cabeza. La liberé de su sufrimiento instantáneamente.
Se arrastró hasta llegar a mis pies y me limité a observarlo.

—¡Te mataré! — arañaba mi pierna y, con ella misma lo empujé haciéndolo quedar boca arriba, para luego poner ambas piernas en sus hombros y ejercer presión contra el suelo.

—No hay peor tortura que el remordimiento, ¿cierto? —me agaché encima de él—. Es tu culpa de que ella esté muerta ahora. Ella era mi objetivo y no solo el mío; al ser hija tuya, ya estaba condenada desde que nació a tener ese destino. No sé por qué te afecta tanto — al verlo llorar y rechinar lo dientes, reí—. Que patético. ¿Qué dirían tus enemigos al verte llorando como una niña?

—¡No es mi culpa, no lo es!

—La culpa es huérfana y nadie la quiere. No sabes cómo gritaba tu nombre desesperada, para que la ayudaras—mentí—. Lo único que recuerdo de ella eran sus lágrimas, sus gritos y su culo roto. ¿Quieres saber qué ocurrió luego? — sonreí malévolo—. Su cuerpo lo llevé a lo que llamamos “el mercado negro”. Tú más que nadie debes saber de lo que hablo, ¿cierto? Ordené a que removieran todos sus órganos y los vendieran; un dinero extra para mi bolsillo, no venía mal.

—¡Eres un cabrón! — forcejeaba en el suelo, y más reía.

—Un cabrón con clase, suegro. Imagina e imagina y vuelve a imaginar sus gritos de desesperación y cómo la penetraba arduamente una y otra vez, hasta aburrirme de sus gritos.

—¡Ya no más!

—Admite que es tu culpa, no estuviste para protegerla cuando más te necesitó. La mataría una y un millón de veces más, lastima que no tenía una cuchilla para ser yo quien cortara pedazo a pedazo cada parte de su cuerpo. Hubiera sido divertido verla morir desangrada, a tener que acabar con su sufrimiento tan rápido. Adivina lo que haré contigo ahora que sí tengo una cuchilla conmigo — sonreí, y la acerqué a su rostro—. Comencemos con las orejas.

Puse mi rodilla en su mejilla, girando su cara a un lado y con mi otra rodilla presioné su hombro junto a su brazo. Fui cortando lentamente su oreja y el suelo se fue tiñendo de su detestable sangre. Sus gritos hacían eco en el lugar, alimentando mi sed venganza.

Terminando con una, comencé con la otra. Entre más lento la cuchilla perforaba su carne, el proceso se volvía más desesperante. No obstante, adentré la cuchilla en su boca y forcé sus dientes para ponerle el pedazo de oreja en su boca.

—Buen chico — me puse de pie, descansando la suela de mi zapato en la cara y presionando el botón con el pulgar para que la navaja que yacía incrustada en mi zapato hiciera su aparición.

No le quedaba mucho después de la sangre que estaba perdiendo a cántaros, por eso no desaproveché la oportunidad de descargar toda la ira acumulada con su hija y con él, en las patadas que le proporcioné en la cara, el cuello y donde lo alcanzara. Quedó completamente desfigurado. Sus gritos dejaron de escucharse y el forcejeo al fin se detuvo.

Permanecí estático, observando su repulsiva cara y los diminutos pedazos de su piel que se habían adherido al filo de la navaja y mis caros zapatos. No tengo con qué limpiarlos.

Mis pensamientos intrusivos fueron interrumpidos por los pasos y la presencia de varios hombres armados que rodearon la habitación, a quienes reconocí de inmediato, como el rostro furioso de mi padre que estaba entre ellos.

—¿Sabes lo que acabas de hacer? ¡Has estropeado mis negocios, John! Ahora tendremos a todos los del cartel detrás del culo nuestro.

—¿Debía dejar que me matara entonces? ¿Eso sí te haría sentir satisfecho?

Mi respuesta fue amortiguada con el golpe a mano abierta que me proporcionó en la cara.

—Tú y yo arreglaremos esto en la casa. Te lo he dicho muchísimas veces que el negocio va por encima de todo.

—¿Por encima de mi vida también?

—Eres un hombre inteligente y estoy seguro de que podías haber hecho algo sin matarlo. Por lo que veo, te divertiste mucho con él, claramente lo planificaste. No te quieras hacer la víctima conmigo, ya te conozco. Mírate, estás ileso.

×××

Tras llevar a la casa, era evidente lo que venía. Nada diferente a lo que he recibido por años. Los castigos y el dolor físico es lo único que puedo sentir y me hacen sentir vivo. Me golpearon entre tres hombres y mi padre me prohibió defenderme. Tuve que hacer lo que pedía, de igual manera, no había nada que pudiera hacer para evitarlo y tampoco quería. Cuando se le mete algo en la cabeza, no hay nada que lo haga cambiar de opinión. Aunque, para ser sincero, no me arrepiento de nada. Lo disfruté hasta el final.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora