Capítulo veinticinco

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Desperté por la llamada de Keny y después de colgar, no pude evitar ver la hora. Eran las diez de la mañana, jamás había dormido tanto. Anoche esa loca no me dejó dormir mucho, daba más vueltas que un trompo y hacía temblar toda la cama. Ella no se encontraba en la cama, intuí que debía estar en el baño, solo debía cerciorarme, por eso, al notar que la manija estaba sin seguro, abrí la puerta sin siquiera tocarla.

Mis ojos se pasaron en su cuerpo recién bañado y desnudo. Por un corto lapso de tiempo, tuve oportunidad de barrer de un extremo a otro su cuerpo. Fue la toalla quien lo cubrió, dejándome a ciegas. 

—¡Eres un pervertido! ¿Cómo te atreves a abrir la puerta y a quedarte viéndome con esa cara perversa? ¿No te enseñaron a tocar?

—No sé cuál es tu problema, no lo hice con esa intención de ligarte. ¿A quién se le ocurre bañarse con la puerta sin seguro? 

—La cerradura está fallando, de lo contrario, no la hubiera dejado así. 

—Ahí admitiste que es tu falla, no la mía. No tengo intenciones de mirarte, además, no es la primera vez que te veo como Dios te trajo al mundo. 

—Los hombres no disimulan. 

—Me gustaría saber qué harás ahora. No tienes ropa que ponerte, ¿no es así? Si quiero irme ahora y dejarte aquí sola, tendrías que salir así como estás. A menos que planees quedarte ahí todo el día. ¿Debería irme?

—¡No te atrevas! ¡Estarías incumpliendo el contrato!

—La que tiene que seguirlo eres tú, no yo. Si ya terminaste, te pido que salgas de ahí ya, yo también me quiero bañar. 

Con la toalla puesta, me pasó por el lado y caminó hacia la cama. Mis ojos se desviaron a la apertura de esta, de donde se asomaba su apetecible bulto. 

—No puedes cubrirte completamente con esa toalla. Tienes todo el trasero por fuera. 

—Parece que te gusta verme el trasero. 

—No sabía que tenías tremenda máquina, ni siquiera me había fijado en eso.

—¡Depravado! 

La dejé botando humo y hablando sola. Luego de bañarme, llamé a Abdiel, otro empleado que trabaja para mí, ya que necesitaba pedirle unos encargos. Anoté en una pequeña nota lo que necesito de ropa para la gorda. 

—Para la señorita, cualquier vestido casual y que sea bastante largo, porque con ese trasero que tiene lo más probable se le suba hasta la espalda — le pedí a Abdiel seriamente. 

—¡Idiota! — escuché el insulto de Daisy desde el cuarto. 

Cuando Abdiel se fue, regresé con ella. 

—Anoche estuviste quejándote como si estuvieras dolorida y me has dado una patada, que casi me saca de circulación.

—Debí sacarte de circulación realmente, lastima que no fue lo suficientemente fuerte. 

—Nunca había dormido con una mujer que se moviera tanto en la cama, y que no me esté refiriendo al sexo. No sé cómo no te tiré. 

—Ni yo con un hombre que ronca más que auto con la transmisión jodida. 

—Vamos a ir al centro comercial para que te compres ropa y luego iremos a mi casa. 

—Está bien.  

—Ahora solo falta esperar que Abdiel busque el vestido que le pedí y luego podremos irnos. La ropa interior deberás comprarla por ti misma en el centro comercial. Mandar a un hombre a comprar ropa interior de mujer, es como mandarlo a comprar toallas sanitarias. 

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora