Capítulo ochenta y cinco

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Llegamos a nuestro destino, un edificio recóndito e ideal para no perder de vista cualquier movimiento del objetivo, quien debía encontrarse en el interior todavía.

Mientras nos preparábamos, Daisy me extendió el collar clerical, una insignia que me ayudaría a moverme en el interior sin llamar demasiado la atención. Mientras me lo ponía, noté su mirada curiosa recorrerme de arriba abajo, pero no con esos aires de desdén como en otras ocasiones, más bien como si la situación o mi vestimenta le atrajera lo suficientemente como para que le costara tanto disimular.

—No sabía que estabas puesta para estas cosas.

—¿Por qué no cierras el hocico e inviertes el mismo tiempo e interés que usas para hablar pendejadas y mirarme como un subnormal, en hacer algo productivo? —se colocó los auriculares con los que nos mantendríamos en contacto.

¿Por qué me tiene que poner tan cachondo su maldita actitud?

Abrimos las cajas que contenían nuestros rifles de francotirador y comencé a montar el mío, ajustando el silenciador en el cañón y dejando por último el ajuste de la mira telescópica.

—Los dos hombres en las torres de control son nuestros objetivos primarios —agregó, mientras ajustaba la mira telescópica de su rifle—. Debemos eliminarlos antes de que detecten nuestra presencia.

Tal y como estaba en el plano que estudiamos, este fue bastante certero con la revelación de las ubicaciones de cada uno.

—Sin errores. Por nada del mundo pienso perder esos 400,000 que están en juego.

Y saber que antes el dinero no la movía. Los tiempos han cambiado, y no me atrevo a decir si para bien o para mal.

Con el rifle apoyado en el borde del edificio, ajusté mi posición para tener la mejor vista posible del objetivo. Mi dedo reposaba con firmeza sobre el gatillo, mientras analizaba cada detalle: el viento que soplaba suavemente, la dirección y fuerza del aire, incluso el más mínimo temblor en mis manos.

Concentré mi mirada en el hombre armado en la torre de control, calculando la distancia y la trayectoria de la bala. Cerré un ojo, bloqueando todo excepto el blanco en mi mira telescópica. Respiré profundamente, dejando que mi cuerpo se relajara mientras me preparaba para el disparo.

Cuando todo estuvo en su lugar, apreté suavemente el gatillo, sintiendo el ligero retroceso del arma en mis manos. La bala salió disparada con precisión, siguiendo la trayectoria que había calculado previamente. Un instante después, escuché el eco del disparo de Daisy, sincronizado perfectamente con el mío y tumbando a ambos.

—Nada mal, novato.

Como le mordería esa lengua afilada…

—Algún día… algún día… —algún día le cobraré con creces cada palabra arrogante que ha salido de esa boca.

—No hay tiempo que perder—se puso el cinturón táctico alrededor de la cintura y la mochila negra en la espalda, luego se colgó el francotirador en el hombro—. Cúbreme.

Es una lástima que no recuerde cada una de las veces que la he cubierto enterita.

—Adelante. Te cubro.

La observé avanzar hacia la catedral, su figura destacando en la oscuridad de la noche. Mientras ella se infiltraba en la torre alta, me quedé atrás, cubriéndola desde la distancia con el francotirador en posición.

Mis manos apretaban con firmeza el rifle, mis ojos escudriñando cada movimiento a través de la mira telescópica. Pero, de repente, mi atención fue desviada por ese movimiento inesperado de sus caderas al trepar. Mi mirada se deslizó hacia abajo, siguiendo el ascenso de ella por las escaleras laterales de la torre y su enorme y ajustado trasero en ese pantalón.

—Jesús bendito, como quisiera enterrar mi cabeza en ese culo… —murmuré para mí mismo.

—¿Estás consciente de que te estoy escuchando?

—Nadie te manda a espiar conversaciones ajenas.

Cerré los ojos, intentando alejar esos deseos pecaminosos que, debido a la abstinencia, han estado nublando mis pensamientos. Y fue entonces cuando lo vi: el láser de su mira apuntando directamente a mi entrepierna.

—No hay tela especial que te proteja de quedar sin descendencia.

—Sería una lástima no poder comerte lo que has estado mirando con tanta curiosidad desde que llegamos aquí, ¿no crees?

—Cretino —se volteó, dándome la espalda.

Al parecer, no le soy tan indiferente como lo hace creer.

[...]

Con la mente enfocada, dejé el rifle cuidadosamente dentro de su caja y tomé la Biblia entre mis manos. Revisé mi cabello hacia atrás con un movimiento rápido, asegurándome de que no hubiera ningún mechón fuera de lugar que pudiera estorbarme en el camino. Bajé del edificio con paso firme y coordinado, cada paso calculado y preciso.

Visualicé el plano de la catedral en mi mente, trazando las rutas y ubicaciones clave que necesitaba tener en cuenta. Caminé por la calle Águila, contando a cuatro hombres. Noté que los cuatro estaban estratégicamente ubicados en las esquinas, como guardianes que protegían celosamente su territorio sagrado. Me detuvieron con miradas de desconfianza y preguntas directas, como si fueran los guardianes de la puerta al mismo paraíso.

—¿Quién eres tú y qué haces aquí a estas horas de la noche?

—Soy un enviado de la diócesis, aquí para bendecir este lugar sagrado y ofrecer mi ayuda en lo que sea necesario —respondí, tratando de mantener mi tono amable y sereno.

En un instante, vi a Daisy deslizar su mira telescópica hacia los dos hombres que se encontraban en el extremo opuesto de la calle, preparándose para neutralizar la amenaza desde las sombras.

Con un rápido movimiento y en un instante de silencio tenso, saqué cuidadosamente el arma oculta dentro de la Biblia. El metal frío y pulido relucía a la luz de la luna, un contraste impactante con la solemnidad del libro sagrado. Inspiré profundamente, apuntando hacia los dos hombres que tenía frente a mí, mientras Daisy se encargaba de los otros dos en las esquinas opuestas.

Los disparos resonaron en el aire nocturno, apenas audibles gracias al silenciador que equipaba mi arma. Los hombres cayeron como fichas de un tablero, abatidos por la fuerza combinada de la justicia. Una oleada de satisfacción y alivio me invadió al ver que nuestro plan había funcionado a la perfección.

—Cuatro menos— respondimos al unísono, como una especie de logro conseguido que debíamos alardear.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora