Capítulo noventa y tres

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Daisy

Cuando sus labios tocaron los míos, sentí como si el tiempo se detuviera. Aunque no recordaba nada de este hombre con el que, según los documentos, estaba casada, mi cuerpo reaccionaba a él de una manera que no podía explicar. Mi corazón latía desbocado en mi pecho cada vez que lo tenía así de cerca. Sus ojos, tan intensos, tenían el poder de derretir algo en mi interior cada vez que me miraba.

Entre cada beso, anhelaba embadurnarme de su olor, de aferrarme aún más a él, de hacerlo mío. Había una conexión que no podía ignorar, una fuerza que me empujaba hacia él, aunque una parte de mí se negara a aceptar que era algo más que deseo carnal. Su presencia me hacía sentir viva de una manera que no había experimentado nunca. Cada caricia, cada susurro, me hacía desear más, querer perderme en ese momento y olvidar el dolor y la confusión que habían marcado mi vida.

Mientras sus manos exploraban mi cuerpo, mi mente corría a millón por chavo, intentando desentrañar las emociones que me abrumaban. La lógica y la razón se desvanecían, dejándome solo con la intensidad del ahora. Me perdí en su tacto, en la manera en que su boca se movía sobre la mía, con una mezcla de suavidad y urgencia que me hacía desear más. 

Era como si una parte de mí, enterrada profundamente en algún lugar de mi ser, reconociera a este hombre, respondiera a él de una manera visceral y primitiva. Aunque mi memoria me fallaba, mi corazón y mi cuerpo parecían saber algo que mi mente aún no podía comprender. La conexión entre él y yo era innegable. Cada vez que nos separábamos para tomar aliento, me encontraba buscando nuevamente sus labios, deseando mantener esa cercanía entre los dos. 

Había algo en él, algo que me hacía sentir segura, que me hacía querer confiar, aunque mi lógica gritara lo contrario. 

Hubo un ligero toque en la puerta, interrupción que maldije una y otra vez. ¿Por qué deben interrumpir en la mejor parte? 

John se puso visiblemente nervioso, claramente no quería que nadie me viera. Me indicó que me escondiera, y me moví rápidamente hacia el lado del armario, ocultándome lo mejor que podía.

A pesar de la incomodidad de la situación, no pude evitar que una sonrisa se dibujara en mis labios. Había algo en todo esto que me encendía por dentro, la adrenalina del momento, el peligro de ser descubiertos. Me daba una emoción que no había sentido en mucho tiempo, y esa sensación me hacía desearlo aún más.

Desde mi escondite, pude escuchar la conversación entre John y el intruso, quien reconocí rápidamente como Kleaven Roberts al momento de asomarme con cuidado.  

Cuando entró al medio de la habitación, no pude evitar fijarme en su mano. Llevaba una sortija en el dedo meñique. El anillo brillaba como si tuviera luz propia, y mi corazón se detuvo por un momento al reconocer el emblema grabado en el: el monograma IHS, representando "Iesus Hominum Salvator" (Jesús, Salvador de los Hombres), en un estilo caligráfico medieval. El símbolo estaba adornado con rayos de sol emergiendo del monograma, simbolizando la luz de Cristo irradiando al mundo. Alrededor del símbolo, en una inscripción en letra capital antigua, se leía "Lux Veritatis" (La Luz de la Verdad). La banda del anillo estaba hecha de oro blanco con detalles en esmalte dorado, decorada con filigrana intrincada inspirada en patrones renacentistas y pequeños símbolos de la cruz y rayos solares en intervalos regulares.

Una ola de recuerdos me golpeó, transportándome de vuelta a aquel lugar oscuro y frío donde me habían mantenido prisionera. Las paredes de la habitación donde me tuvieron encerrada estaban decoradas con ese mismo emblema, grabado en la madera y en la piedra. Aquella imagen se había convertido en un símbolo de mi sufrimiento, de los días interminables de angustia y tortura. 

Intenté concentrarme en la conversación que ellos estaban teniendo, pero mis pensamientos seguían regresando al anillo. ¿Cómo pude olvidar ese emblema, si me ha perseguido por años en cada una de mis pesadillas? ¿Cómo era posible que Kleaven, ese hombre con quien John trabaja, llevara una sortija con ese símbolo? La conexión entre Kleaven, la sortija y aquel lugar donde me mantuvieron prisionera era perturbadora. Pero aún más inquietante era la creciente duda. ¿Por qué mi esposo estaba trabajando para él? Cada vez que intentaba encontrar una explicación lógica, las dudas se acumulaban. ¿Realmente podía confiar en John? ¿O todo esto era parte de un juego más grande y siniestro del que no tenía conocimiento? ¿Podía ser que John, el hombre cuyos besos despertaban algo profundo en mí, estuviera involucrado en todo esto desde el principio? Eso explicaría que estuviera tan nervioso de que me vieran aquí. 

Cuando Kleaven se marchó, la habitación quedó envuelta en un silencio incómodo. John cerró la puerta con cautela, sus hombros relajándose apenas un poco, pero la tensión en su rostro seguía siendo evidente. Yo, por otro lado, sentí una ola de rabia y confusión arremolinarse en mi interior. 

—¿Qué demonios está pasando aquí? 

Se volvió hacia mí, visiblemente desconcertado. 

—¿De qué?

—¡No te hagas el tonto! —grité, mis palabras llenas de veneno—. Ese emblema, el anillo de Kleaven... lo he visto antes. ¡En el lugar donde me tuvieron encerrada!

Retrocedió un paso, su expresión cambiando a una mezcla de preocupación y sorpresa. 

—¿Qué? 

—Te estoy dando una oportunidad, no la desperdicies… ¿Qué está pasando aquí? ¡Habla! 

—Baja la voz, van a descubrirte.  

—¡No me importa! —le interrumpí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba aún más—. ¿Qué conexión tienes tú en todo esto? ¿Por qué trabajas para él? ¡Mírame y dime la verdad! ¿Acaso ustedes están confabulados? ¿Ustedes tienen algo que ver con lo sucedido? ¿Nuestro matrimonio también era una maldita mentira? ¿Un vil engaño? Tú, especialmente tú, ¿tuviste algo que ver con mi encierro? 

—¿Cómo puedes siquiera pensar algo así? —suspiró exasperado—. Escucha, no es prudente hablar de esto ahora y mucho menos aquí. Las paredes tienen oídos. Pero todo tiene una explicación. Estoy seguro de que la tiene. Pero no es el momento ni el lugar. 

—¿Y cómo puedo confiar en ti si estás vinculado a mis peores pesadillas? 

Él parecía herido por mis palabras, pero no retrocedió. 

—Daisy, estoy aquí para protegerte. Para averiguar la verdad y acabar con los responsables de tu sufrimiento. Pero necesito que confíes en mí.

Solté una risa amarga, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos. 

—¿Confianza? ¿Cómo puedo confiar en ti cuando todo lo que sé está patas arriba?

—Déjame demostrarte que estoy de tu lado —dijo con urgencia—. Déjame ayudarte a descubrir quién está detrás de todo esto. Juntos podemos...

—¿Juntos? —lo interrumpí, mi voz temblando—. Entonces, pruébalo. Pruébame que realmente no tienes nada que ver. Vámonos juntos de aquí, ahora mismo. Déjalo todo y demuéstrame que puedo confiar en ti. 

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora