Capítulo cuarenta y nueve

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Han pasado varios días y ella ni siquiera se ha atrevido a mirarme. Las pocas veces que hemos cruzados palabras, ha sido relacionado al trabajo, nada más ni nada menos. He tratado buscarle conversación, pero evade el tema y busca la forma de cortar todo e irse a su oficina. Mi cabeza estaba a punto de estallar. Me daba la impresión de que esta vez iba muy en serio con su distanciamiento.

Me molesta que todo se haya convertido en este martirio, pero más me molesta, no poder dejar de pensar en eso. Su pregunta ha estado dando vueltas en mi cabeza, pero no puedo aclararla. No sé lo que siento por ella, simplemente no lo sé. No puedo responderle algo de lo que ni siquiera yo estoy seguro. Sin duda alguna, ella ha sido especial, la veo de una manera diferente a las demás mujeres con las que he estado, quizá porque es con la mujer que más tiempo he convivido. Cuando estoy con ella me irrita fácilmente, pero a la vez, me divierto, puedo ser yo.

Disfruto haciéndola enojar o mirarme mal; incluso me gusta pasar tiempo con ella. El sexo también me encanta, aunque solo hayan sido pocas veces, de hecho, no he podido estar con otra mujer luego de la última vez que estuvimos juntos.

Sé que nos conocimos en las peores circunstancias, pero con el pasar del tiempo, la he llegado a considerar alguien especial y de confianza. Me hace sentir cosas raras y contradictorias que nunca antes había sentido, supongo que ha sido en parte la costumbre; me he acostumbrado a tenerla conmigo siempre. Incluso esos cambios de ahora me afectan. Todo lo que hace me termina por invadir la cabeza de muchos pensamientos.

Abdiel me informó que había visto a Daisy entrar a su habitación con varias botellas de alcohol, pero que no pudo hacerla razonar y por eso me llamó. A esta hora se supone que esté pegada al computador, ¿por qué anda en modo de fiesta? ¿Hay algo que celebrar?

Adelanté trabajo y dejé todo planchado para regresar a la casa cuanto antes.

—¿Qué estabas haciendo mientras no estuve? — pregunté en un tono alto donde pudiera despertarla.

—¿A ti qué te importa?

—¿Vas a continuar con esto?

—Sí, estoy cansada, déjame en paz.

—No quiero dejar las cosas así. No me gusta verte de esta forma, pareces una callejera.

—Pues déjame y vete, eso es lo mejor que sabes hacer, ¿no? — no puedo discutir este tema con alguien que está borracha, al final, solo se concentrará en su enojo.

—Me voy.

Salí de la habitación y me fui a dar una vuelta por la casa. Necesitaba despejar la mente de esa chiquilla. Mañana, cuando esté sobria, la enfrentaré. Al menos eso tenía pensado, pero tanto silencio detrás de su puerta, me tenía inquieto, tal vez más de lo que debería.

No sé si internamente buscaba un maldito pretexto para volver a verla, a si fuera en ese estado tan deplorable. Estaba consciente de que ella, al igual que yo, teníamos una manera diferente de lidiar con nuestros conflictos internos, pero odiaba a muerte su indiferencia.

Me agaché a un lado de la cama, llevando la mano a su mejilla enrojecida y la acaricié.

—¿No te es suficiente con saber que eres especial para mí, estúpida? ¿No te basta con tenerme así de cerca? ¿Por qué tenemos que estar distantes, si estamos acostumbrados a estar juntos? ¿Por qué haces que me vuelva un ocho? Me vuelves loco, ¿no te das cuenta? Si yo me siento satisfecho con tenerte así, ¿por qué tú no, cosita?

×××

En el trabajo me estuvo evadiendo y escondiéndose de mí como si fuera el mismísimo diablo en persona. Y en la noche, otra supuesta salida más con amigas, al menos, ese fue el pretexto que me dio para no darme la cara cuando fui a enfrentarla por lo de anoche. Es increíble la inmadurez de esa mujer.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora