Capítulo sesenta y cinco

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Daisy

Regresamos a la casa. Habíamos  planeado cenar primero y celebrar, pero John no aguantaba más. Subí a toda prisa a la habitación con la intención de quitarme el traje y cambiarme, pero al parecer, él venía detrás de mí a toda prisa también. Se detuvo frente a la puerta, devorándome de arriba a abajo con la mirada. 

—No te lo quites. 

—No pensarás hacerlo con el puesto, ¿o sí?

—Claro que sí. Así como estás, te ves muy bien. Será la primera vez que lo hagamos como esposos. 

—Cualquiera diría que te excita eso.

—Más de lo que crees. Me hiciste pasar una vergüenza delante de todos. No creas que no voy a cobrarte lo que me hiciste— me acorraló a la pared y llevó su mano a mi cintura —. Te ves muy hermosa así. El rojo encaja perfectamente contigo, y la tela es demasiado cómoda y suave. No debe haber problema si te lo hago con el puesto—me giró haciéndome mirar la pared—. Inclínate— ordenó.

Puse ambas manos en la pared y me incliné, las suyas descendieron de mi cintura a mis muslos. Recorrieron cada centímetro de ellas, hasta levantar la parte trasera del traje. El contacto de su mano en la mía me encendió más de lo que debería. No sé si es parte de las hormonas revueltas y el embarazo, pero amo con locura la manera en que me toca. El calor que desprenden sus manos sobre mi piel, me envuelve con facilidad y me estremece. Adentró ambas manos por debajo del traje, hasta levantarlo completamente y dejar visible mi ropa interior. 

—¿Incluso te pusiste esto para mí? — se arrodilló detrás de mí y puso su rostro entremedio de mi trasero.

—John— gemí. 

—Es una buena vista. Te queda muy rica está lencería roja— sentí su lengua pasearse entremedio y me tensé—. Me gusta verte así. Sujeta el traje al frente— mi ropa interior cayó a mis pies y mantuve sujeto el traje.

En instantes, sentí el roce de su dedo entre mis labios. Fue como una corriente en mi espina dorsal. Su dedo se movió lentamente, hasta desviarse a mi apertura. Mordí mi labio inferior, tratando de contener mis gemidos. Sus movimientos se iban acelerando poco a poco; era increíble esa sensación. Al momento que los sacó, pude percibir su lengua ocupar el lugar de sus dedos, y cómo sus manos abrían paso para que él pudiera alcanzar a explorar a su antojo. Al sentir cómo fue subiendo con su lengua, mis piernas flaquearon. Escuchar sus quejidos mientras lo hacía, me provocaba mucho. Siempre que lo hace, se vuelve otra persona; es como si disfrutara mucho jugar con cada parte de mi cuerpo. 

Luego de unos instantes, en que su lengua me había torturado, se puse de pie detrás de mí. Quise mirar lo que hacía, pero antes de que pudiera hacerlo, habló.

—Quédate así— ordenó.

Escuché el cierre de su pantalón, y en instantes, el roce de su pene caliente y duro en mi cavidad. Traté de mantenerme en esa posición tal y como me ordenó, pero su ruda embestida me arrancó fuertes gemidos. 

Sus uñas se clavaron en mi piel, cuando me sostenía con fuerza por la cintura, sometiéndome a su enorme y rígida hombría. Estaba más sensible que de costumbre, lo supe al sentir mis jugos desbordarse y crear un camino por mi entrepierna. Los movimientos constantes y profundos me tenían al borde de perder la poca cordura que me quedaba, si alguna. 

Su fuerte mano se envolvió en mi cabello y la otra se aferró a mi seno izquierdo. Fue masajeándolo de manera indecente, sin parar de moverse y golpear justamente donde un sinnúmero de cosquillas arrasaban en mi interior. Antes no me gustaba que me tratara así, pero ha llegado un momento en que no puedo estar sin esto. Poder hacer que se sienta bien, es algo que me hace sentir genuinamente satisfecha. 

Despertó tanto esa necesidad y deseo latente en mí, que me sentí desesperada cuando se detuvo. Quería sentirlo por más tiempo. Giró mi cuerpo hacia él, llevando mis dos manos a sus hombros. 

—Aferrate a mi cuello— ordenó.

Otra vez me pone en esa incómoda situación. No puse resistencia y lo hice. El traje lo amarró arriba, en mi escote, luego me subió en sus brazos, pegando mi espalda en la pared. Bajó una mano para volver a penetrarme, luego retomó el agarre para sujetarme mejor. Se sentía increíble. Lo único que me causaba algo de vergüenza era que me viera tan necesitada, como una perra en celo; su mirada, y esos ojos profundos y negros, era una de mis debilidades. 

Recostó su cabeza en mi pecho y lo hizo más rápido. Su brusquedad y la forma en que me embestía, con tanta precisión y soltura, desataba una lluvia furiosa de calor en mis entrañas. Podía oír claramente sus dulces gruñidos. En sus brazos me sentía segura. 

Pasó su lengua en mi pecho, ascendiendo a mi cuello y se quedó besándolo por unos segundos, luego me miró y sonrió.

—¿Marcando territorio? — mi voz apenas era un susurro de la fatiga. 

—¿Tú qué crees, cosita? — las gotas de sudor bajaban por su lindo rostro, y eso lo hacía ver más sexi de lo que ya es.

Lo besé y mordió mi labio inferior, para luego esbozar una sonrisa.

—¿Cherry? —dijo, refiriéndose a mi labial.

—Sí. 

Lamió mis labios, culminando en un apasionante beso, para luego lamer los suyos.

—Delicioso. 

Cada vez que hace ese gesto y dice esa palabra, me debilita. 

Caminó conmigo hasta la cama y me recostó con delicadeza en ella, para luego subirse sobre mí y penetrarme de vuelta. 

Entrelazó sus dedos en los míos y subió mis brazos por arriba de mi cabeza, mientras continuaba moviéndose a su antojo, golpeando y maltratando con asperidad mi coño. Se adueñó de mis labios, haciendo que todas esas deliciosas sensaciones se unieran. Mis piernas se enredaron alrededor de su cintura, apresándolo a que permaneciera dentro.  

—Eres una esposa muy mala, mami.

Que use ese término conmigo me hizo doblemente feliz.

—Te amo, mi esposo— musité a solo centímetros de sus labios, y se me quedó viendo sorprendido.

—Esta vez no vas a salirte con la tuya— soltó mis manos y llevó la suya a mi cuello, sin ejercer excesiva fuerza y aceleró sus movimientos.

Cruzamos mirada y esta vez ninguno de los dos la desvió; normalmente siempre lo hace y más cuando le digo esa palabra. ¿Acaso ya no se avergüenza de que se la diga? 

—Te amo, mi esposa—esta vez, sus palabras no sonaron fingidas. 

Esta vez fui yo quien se avergonzó tanto que, tuve que desviar la mirada. 

—Mírame, antes de terminar dentro de ti. Quiero ver cómo me dedicas esos últimos gestos y gemidos—sostuvo mi mentón, obligándome a mirarlo—. Di que amas a tu esposo, preciosa— sonrió con malicia, sus mejillas rojas de la excitación. 

Maldición, acaba de darse cuenta lo que me avergüenza eso. 

—Te amo, John. Te amo demasiado. 

Escuché su último gruñido y, en instantes, el calor de su semen esparcirse en mi interior; ese mismo calor que hace mi cuerpo estremecerse. Recostó su cabeza en mi pecho y la agitación nos impidió articular palabra alguna por unos minutos. 

—Has logrado lo que querías. Me tienes loco y no puedo dejar de pensar en ti, cosita. Cada parte de mi te pertenece completamente, así que no me falles. 

—No lo haré— acaricié su pelo, y sonreí.

Es la primera vez que me habla de esa forma y admite lo que siente. No puedo ser más feliz que ahora.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora