Capítulo cincuenta y tres

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La despojé de la blusa y besé su pecho, bajando lentamente a su seno y lo mordí, hace mucho no veía el tatuaje.

—Eso da cosquillas. 

—Tienes unos senos grandes. Lo que no tienes de estatura, lo tienes esparcido en todas partes. 

—John… 

—Solo fue un pensamiento en voz alta—le quité el sostén que solo estorbaba en estos momentos, tirándolo a otro lado de la habitación—. Ahora sí se pueden apreciar mejor. 

La sujeté firmemente con una mano y la otra la elevé para agarrar su seno y cubrir su pezón con mi boca. La excitante sensación de su suave y tierno pezón endureciéndose en mi boca, se mezclaba con los gemidos melodioses de esa hembra que había sido creada justo a mi medida y las palpitaciones incesantes de mi miembro.  

Nunca me había tomado el tiempo de atenderla como debía. Las viejas costumbres no me permitan ver más allá de mis propias narices. Tenía la falsa creencia de que las mujeres solo servían para complacerme. Pero jamás me había causado tanta satisfacción apreciar sus tiernas reacciones al ser atendida por mí. Su cuerpo es tan honesto y erótico. 

—Aférrate a mi cuello, cosita. 

La levanté, sujetándola en el aire. 

—Yo pensé que ibas a pesar, pero no, fíjate que eres liviana. 

—¿Liviana? Estás levantando casi 113 kilos.

—¿Estás segura? Esas pajas me han servido para fortalecerme — reí—. Debería hacértelo así. 

—Suéltame, John. 

—¿Tienes miedo de que te deje caer? Tengo fuerza en mis brazos, y más ahora por haberme dejado todos meses sin acción. Sé lo que te digo. 

—Eres un depravado.

—Lo dice la que se me subió encima buscando esto— la dejé caer sobre la cama. 

—¿Podrías ser menos rudo? Vas a lastimarme la herida. 

—Me pediste que te soltara, solo hice lo que me pediste, por eso debes pensar bien en lo que dices, topito— la atraje hacia mi por la pierna, hasta llevarla al borde de la cama, despojándola de toda prenda de ropa que pudiera estorbar, contemplando su desnudez con ostentación.

—Esto es muy vergonzoso, no me mires así. 

—Tengo que ver lo que estoy a punto de comerme. 

Me puse de rodillas, dispuesto a rezarle a esa diosa y al mismísimo paraíso que se desplegaba ante mis ojos. Nunca he sido fiel creyente, pero con semejante banquete servido, confiaba en la posibilidad de lo celestial y lo divino. 

Maldita sea, que sabrosa cremosidad. 

Me cuesta creer que con solo un par de besos se moje de esta forma. 

—Ponte en cuatro patas.

—¿Eh?

—Que te pongas como perrito y me des la patita, bueno, pensándolo bien, la patita te la debo dar yo. 

Ella se volteó, y tras poner su trasero delante de mí, casi sufro un infarto. Llevé el puño a la boca y lo mordí. Ese demonio está queriendo apoderarse y no puedo dejarlo. 

Bendito los ojos que la ven en esta posición. 

Se tapó por debajo con la mano y juro que me sentí tan molesto que estuve a punto de considerar amarrarla. 

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora