Capítulo noventa

84 12 2
                                    

Daisy

Desde aquella noche, me propuse descubrir la verdad sobre John Devon, dispuesta a desentrañar los misterios que rodeaban su presencia en mi vida. Durante semanas, esperé pacientemente a que mi contacto de confianza recopilara la información necesaria para resolver mis dudas. 

Finalmente, el día llegó y me encontré con mi compañera Clarisa, quien depositó varios archivos sobre la mesa con una mirada cargada de advertencia. Sabía que lo que iba a descubrir no serían simples respuestas, sino más incógnitas que se sumarían a mi lista. Aun así, decidí revisar cada documento con detenimiento, mientras ella me observaba en silencio, esperando mi reacción. 

—Hemos sido compañeras por dos largos años, pero nunca me habías pedido algo tan arriesgado como esto. Asegúrate de eliminar cualquier evidencia que pueda involucrarnos en esta búsqueda. Más que nadie sabes que si alguien de arriba se entera que hemos estado buscando información de otro miembro, nos cortarán la cabeza. 

—No te preocupes. Eso no va a pasar. Permíteme leer, ¿quieres?

Mientras hojeaba los documentos, cada página me sumía más en un mar de confusión y dudas. Ajeno a su historial criminal, de cómo lo conocen en el bajo mundo, sus aliados, socios y los negocios que maneja, lo que realmente me dejó sin aliento fue descubrir que ese hombre estaba casado, ¡y con una mujer llamada Daisy! 

Sentí un nudo en el estómago al ver una foto de ella, una versión más robusta y desconocida de mí misma, que aparecía en un certificado de matrimonio. Además, había una mención de una hija de por medio, cuya aparición estaba ligada a un simple registro. 

Miré la foto de esa mujer con atención, sus rasgos, su cabello, su vestido, y llegué a una conclusión algo escalofriante y difícil de procesar, pues las palabras de ese hombre seguían repitiéndose en mi cabeza: «Si estás intranquila sobre mi identidad, es tan sencillo como descubrirla por tu cuenta. No sé, quizás encuentres algo que sí te parezca interesante». Eso explicaría el hecho de que me resulte tan familiar. 

—¿Te has dado cuenta? Siempre quisiste saber sobre tu pasado, y aquí lo tienes. Todo apunta a que tienes una hermana gemela. 

—No, Clarisa. Esta mujer soy yo. 

—¿Por qué estás tan segura? 

—Mírala. En la foto se asoma el tatuaje de mi pecho. 

Tomó la foto en sus manos y abrió los ojos de sorpresa. 

—Tienes razón. No me había percatado de ese detalle. ¿Qué harás ahora? Esta información no la puede saber nadie. Sabes bien que está prohibido involucrarse sentimentalmente con otro miembro. Si esto se llega a saber, están muertos. 

—Ya te dije que por mi parte no te preocupes. 

Ahora lo entiendo todo. Esa confianza, esa mirada tan intensa que me eriza la piel, esa voz… 

Estuve casada… no, estoy casada y ni siquiera lo sabía. ¿Por qué no puedo recordar nada de él y de esa vida que tenía a su lado? ¿Hay una posibilidad de que ese bebé que esperaba haya sido suyo? ¿Por qué los únicos recuerdos que pasean por mi mente son los más dolorosos y horribles? ¿Acaso en esa unión no hubo momentos de felicidad? ¿Realmente alguna vez fui esa mujer de expresión serena y risueña que es todo lo opuesto a mí? Esa sonrisa no es de alguien que haya sido infeliz. 

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Dime—levanté la mirada del papel. 

—¿Tienes planeado hablar con él sobre esto?

—Por supuesto que sí. ¿Cómo pudo ocultarme algo así?

—Quizás es el único sabio aquí… De nada sirve que hablen sobre algo que murió hace tiempo y que ahora no puede ser… Quiero creer que serás inteligente y no te dejarás llevar por esas emociones sin sentido. 

—Esto cambia por completo el panorama. Tengo un esposo y probablemente una hija, Clarisa. ¿Lo entiendes?

—Nada de esto está confirmado. De igual manera, si es verdad, y él es tu esposo y tienen una hija, ¿qué harás? ¿Crees que podrán tener una vida normal, tranquila y feliz? ¿Tienes una idea de cuántos de nosotros deseamos lo mismo? Pero hay que ser realistas, si realmente quieres hacer el bien, lo mejor será que te mantengas al margen, lejos de esa pobre bebé. ¿Qué vida podría esperarle contigo o con él? Aunque suene cruel; a veces es mejor renunciar, si detrás de ello hay un angelito inocente que deseamos proteger. Sé que no es el camino que elegiste por decisión propia, pero ya estás aquí; y nuestra única salida es la muerte. 

—Consígueme su ubicación. 

—¿Acaso no has escuchado nada de lo que te dije? 

—No recuerdo haber pedido tu opinión. Te estoy pagando; tú simplemente limítate a hacer lo que te digo. 

Odio a muerte admitirlo, pero creo que me equivoqué. Todo apunta a que su reacción no fue por desagrado como creí. Tal vez exageré un poco comportándome de ese modo tan infantil. 

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora