Capítulo ochenta y dos

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Daisy

Abrí los ojos, encontrándome atada a una camilla metálica, rodeada por el zumbido ominoso de las máquinas y el olor a desinfectante. El metal frío contra mi piel me recuerda que estoy atrapada en la misma pesadilla que me ha perseguido por bastante tiempo. Mis manos esposadas, incapaces de moverse, mientras las correas apretaban mi cuerpo con fuerza, como si estuvieran tratando de ahogarme en un abrazo de acero.

Las luces de esa extraña habitación parpadean, sumiéndola en una penumbra inquietante. El miedo se apodera de cada fibra de mi ser, mientras oía que algo o alguien se acercaba, algo oscuro y maligno. Sombras se reflejaban en las paredes, adoptando siluetas retorcidas y cientos de ojos que me observaban vacíos, sin vida.

El sonido de la electricidad chisporroteando llena el aire, y el dolor punzante de los electrochoques atraviesa mi mente como cuchillas afiladas. Cada descarga era como un golpe directo al corazón, arrancando gritos de agonía de mi garganta mientras me retorcía en la camilla, impotente frente al tormento.

La figura se acerca, sus ojos brillan con un brillo malévolo que me hiela hasta los huesos, extendiendo una mano hacia mí con garras afiladas como cuchillas. Con un gesto cruel y despiadado, la figura arrancó algo de mi interior con sus manos grotescas, desgarrando mi carne y mi alma en el proceso. Sentí un dolor agonizante que me cortaba hasta lo más profundo mientras veía horrorizada cómo esa cosa, esa vida que crecía dentro de mí, era aplastada y desfigurada frente a mis propios ojos. Intenté gritar, pero mi voz se ahogó en mi garganta.

Con un destello cegador, desperté con un grito de angustia que rasgó la noche misma. El sudor empapó mi cuerpo mientras mi corazón martilleaba en mi pecho con fuerza descontrolada. Una ola de náuseas me invadió, retorciendo mi estómago y obligándome a expulsar los restos de esa pesadilla que seguía presente en mi cabeza.

Dejé que el agua caliente recorriera mi piel, intentando lavar de mí los vestigios de esa pesadilla. Aunque no tenía certeza de que hubiera sucedido en realidad, se sentía tan vívida, tan opresiva, que me resultaba difícil deshacerme de esa sensación de terror que aún me envolvía.

Una vez fuera del baño, recorrí la casa con la mirada, verificando a través de las cámaras de seguridad que todo estuviera en orden. Me adentré en la habitación donde guardaba mi equipamiento y armamento, buscando algo que me ayudara a mantener la mente ocupada.

Decidí limpiar mis armas, encontrando cierto consuelo en ese ritual familiar. Con manos expertas, desmonté cada una, limpiando meticulosamente cada pieza y asegurándome de que estuvieran en perfectas condiciones. Mientras tanto, marqué las balas con la distintiva "V" de Vindicta, una marca que nos identificaba como parte de la organización y que nos unía en nuestra causa común.

El tintineo metálico de las armas y el suave roce del paño contra el metal llenaban la habitación, creando una especie de cadencia tranquilizadora que me ayudaba a mantener la calma. A medida que avanzaba con mi tarea, sentía cómo la tensión en mis hombros comenzaba a disminuir, reemplazada por una sensación de control.

Aunque la noche aún era joven, sabía que no volvería a dormir. Prefería mantenerme alerta, vigilante ante cualquier amenaza que pudiera acechar en las sombras.

Mi teléfono vibró con la notificación de un nuevo contrato activo, y al revisar la pantalla, vi el nombre de ese hombre destacando entre el texto. ¿Así que se llama John?

Para ser su primer contrato, me llamó la atención el hecho de que fuera múltiple. Una parte de mí se burló de la idea, pensando que nadie querría asociarse con alguien que apenas había pasado la prueba por un golpe de suerte.

Sin embargo, otra parte de mí se sintió intrigada. Recordé esa mirada intensa que intercambiamos durante nuestro primer enfrentamiento, y la curiosidad volvió a embaucarme. Me sentí extraña al pensar en él y al recordar su rostro, así como al escucharlo llamarme por ese nombre. Me dio la impresión de que él sabía algo que nadie más conocía, y eso despertó mi interés. No obstante, pienso mantener distancia, sin aferrarme demasiado a esa curiosidad. Después de todo, en esta organización, la confianza era un lujo que no podías permitirte fácilmente.

Dejando de lado mis pensamientos, presioné el botón para postularme como su compañera. No pude evitar una sonrisa maliciosa al imaginarlo luchando por cumplir con su primera tarea, y decidí que sería interesante verlo fracasar.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora