Capítulo cincuenta

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El aire fresco golpeó y enfrió mis mejillas cuando abrí la puerta del avión privado.

—¿Todo está listo? 

—Sí, señor—afirmó Abdiel.

—Perfecto.

Me puse de rodillas al lado de la camilla, el sonido de la máquina del suero pitaba con regularidad.

—Ya hice lo que tenía que hacer, ahora nadie nos va a molestar por un tiempo, cosita. Te pondrás bien, lo prometo.

Hice todos los arreglos para comprar una casa en Miami, distante de todo, y la playa queda a unos minutos caminando. Fue el mejor lugar que conseguí, a ella quizá le guste. Necesito mantenerla a salvo de mis enemigos, no voy a permitir que nadie vuelva a lastimarla.

—¿Cómo está, doctor?

—Por la salud de la paciente, ella debería estar en el hospital. Aquí no tenemos la comodidad, no contamos con todo lo que se necesita, solo lo básico, y si se complica, no puedo garantizar nada.

—Mandaré a traer todo lo que necesite, solo anota todo en un papel y yo me encargo de conseguirlo.

—¿Tuvo que llegar a estos extremos, señor? Puedo comprender su preocupación por su mujer, pero esto es secuestro.

—Sí, tu deber ahora es ayudarla. Si algo le sucede a mi mujer, te aseguro que te mataré y le enviaré los restos a toda tu familia; así que procura que a ella no le suceda nada, y haz bien tu trabajo. La salvaste ayer, y estoy en deuda contigo, por eso dejaré que hagas una llamada a tu familia y le digas que tuviste que viajar de urgencia. Dile cualquier excusa, pero nada de intentar una estupidez o no respondo. Como has debido notar, tengo muy poca paciencia. Cuando ella esté estable y no necesite de su ayuda, lo dejaré ir. No te haré nada, mientras hagas todo lo posible por ayudarla.

—Está bien, haré la lista y se la entregaré.

Salí a darle órdenes a mis hombres, quienes habían llegado antes que yo y los dejé vigilando el perímetro de la casa. Si ese doctor trata algo, tienen órdenes de matarlo.

Al terminar con todo lo pendiente, fui al cuarto donde estaba Daisy, me incliné hacia ella y me le quedé mirando. Se veía muy relajada, parecía como si estuviera durmiendo plácidamente como siempre hace.

—Fui un idiota y te arrastré a esto. Perdóname por todo lo malo que te hice y que te dije. No pensé que podría sentir arrepentimiento, pero creo que eso es lo que estoy sintiendo ahora. Despierta, por favor. Quiero escuchar tu fastidiosa voz otra vez. Es como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hice— acaricié su mejilla y ese nudo en mi garganta volvió a aparecer—. Tenía tanto miedo de quedarme solo; miedo de despertar un día y no escuchar tus reclamos desde tan temprano en la mañana. No pensé tenerle miedo a nada, pero tú me has hecho experimentar todo eso. No vuelvas a hacer una necedad así, no decidas las cosas por tu cuenta, necia. Tu deber es estar conmigo y tines prohibido dejarme.

Me fui a bañar, necesitaba un baño urgente. Llevaba horas realizando cada trámite meticulosamente para sacarla del estado.

Caminé al armario en busca de ropa, cuando escuché que Daisy se estaba quejando. Abrió los ojos con cierta dificultad mientras se acostumbraba a la claridad del cuarto. Quería decirle muchas cosas, pero al ver lo adolorida que estaba me contuve.

—¡DOCTOR! — grité lo más fuerte que pude, y tocó la puerta antes de entrar—. Ella despertó y está adolorida, dale algo para el dolor— él se acercó a ella y la evaluó, luego salió de la habitación para buscar los medicamentos —. Cosita, ya van a traerte algo, te vas a poner bien.

—John… — su voz se era entrecortada y débil.

—No hables, te va a doler más.

—Tu toalla.

—¿Eh? —al mirarme se me había caído la toalla a los pies, y ni remota cuenta me había dado—. Ya me voy a cambiar— ¡Qué maldita vergüenza! El doctor tuvo que haberme visto en pelotas.

Entré de regreso al baño y me cambié rápidamente para volver a la habitación. El doctor había entrado y le estaba administrando el medicamento por el suero.

—La va a relajar y le permitirá dormir por unas horas. Ella estará bien, no sentirá dolor por ahora.

—Gracias, doctor.

—Llámeme si necesita algo más, o si la paciente despierta.

—Está bien.

Miré a Daisy y estaba con los ojos cerrados, surmergida en un profundo sueño. Por lo menos la pude ver despierta.

Suspiré aliviado y me metí en la cama, girándome hacia ella. Estuve mirándola por largas horas, hasta que me venció el sueño.

×××

Desperté al sentir una cálida caricia en mi mejilla y vi la mano de Daisy.

—¿Cómo te sientes? ¿Tienes dolor?

—No mucho, el doctor estuvo aquí— su voz aún era débil.

—¿Entró mientras dormía?

—Sí.

—¡Maldición!

—¿Es esto un sueño? — me agarró la mano y yo acerqué la suya hacia mí.

—No, no lo es— besé su mano—. Perdóname, Daisy.

—¿Qué cosa? — se quejó.

—No hables, no quiero que te sigas lastimando. Discúlpame por todo lo que te hice, por mi culpa estás así. Te dije que iba a protegerte y no lo hice. Casi te pierdo.

—¿Por eso te ves tan triste? Tú no tienes la culpa de nada. No quiero verte triste, John.

—Tenía miedo de perderte por completo, no vuelvas a hacerme esto, por favor.

—¿Estás llorando? —lucía sorprendida.

Ni yo mismo me había dado cuenta que lo estaba haciendo. Sequé rápidamente las lágrimas y suspiré. Creí que ayer había llorado lo suficiente como para no llorar nunca más, pero no fue así.

—Todo esto me sirvió para darme cuenta de algo, para al fin comprender lo que estaba sintiendo, y como un idiota no me di cuenta. Estaba confundido, nunca he sentido algo por nadie. No sé qué era sentir amor por alguien, porque nunca lo conocí, ni lo experimenté. Yo te mentí, yo no quiero a otra mujer, yo no he tenido interés ni tiempo para estar con alguien. Todo para mí ha sido el negocio, ajustes de cuenta, sexo y nada más. No me explicaba porqué cuando te conocí sentía esas horribles ganas de protegerte y de tenerte cerca. Creí que era solo porque te deseaba, pero me equivoqué. Me acostumbré a ti, a tu compañía, y no puedo imaginar la misma vida solitaria que tenía antes, luego de haberte conocido. Si te hubieras muerto, yo… estaría totalmente perdido. Fuiste una necia y una egoísta. ¿Acaso no pensaste en lo que yo sentía?

—¿Pensaste en lo que yo hubiera sentido, si era a ti que te pasaba algo por mi culpa?

—Yo merezco cualquier cosa que me pase, pero tú no. No mereces pagar por lo que yo hago.

—Tú has hecho mucho por mí, era el momento de pagarte todo. Como tu empleada quise defenderte, era todo lo que podía hacer en ese momento. No podía dejar que te mataran delante de mí.

—¿Cuándo entenderás que no eres mi empleada, Daisy? ¿Crees que a una empleada la trataría como a ti? ¿Crees que movería un solo dedo por una simple empleada? Tú eres más que eso.

—¿Qué soy entonces?

—No eres mi empleada, no eres mi esclava, no eres mi juguete, ¡eres mi mujer! ¿Cuándo vas a entender que eso siempre has sido para mí?

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora