Capítulo 7. La Ciutadella

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Las cuatro jóvenes disfrutaban del sol de Barcelona en el inmenso parque del centro de la ciudad. Habían traído una enorme esterilla de picnic roja y azul y se habían sentado a jugar a las cartas mientras charlaban. Las horas pasaban y las cuatro reían, hacían bromas y disfrutaban las unas de la compañía de las otras. Sin forzarlo, Violeta se había convertido en una más del grupo.

- Personalmente, creo que eres genial – confesó Ruslana.

- Qué va... Para nada... Vosotras sí que sois geniales. Me habéis acogido tan bien que ya me siento como en casa – los ojos se le empezaron a encharcar y las tres amigas la abrazaron fuerte.

- ¿Sabéis qué? – dijo Chiara de repente –. ¡Esto se merece una voltereta! Para celebrarlo.

Antes de que alguna de las tres pudiera detenerla, la joven ya estaba dando saltos, haciendo la rueda y el pino-puente.

- ¡Aaahhhhh! – gritó de repente.

Violeta se sobresaltó e hizo el intento de levantarse.

- ¿Estás bien? – preguntó.

- Sí, sí – respondió Chiara agarrándose la pierna con cara de dolor –. Tranquila.

- ¿Seguro? Déjame echarle un vistazo – insistió la pelirroja.

- No, de verdad. Estoy bien. No te preocupes – se negó. Imaginar a Violeta tan cerca de ella la ponía demasiado nerviosa como para admitir lo que realmente le dolía.

- Igual deberíamos hacer un pensa, se está haciendo de noche y empieza a hacer frío – sugirió Bea.

- Buena idea, así esta cabra loca no se hará más daño – rio Ruslana –. ¿Vamos?

- Sí, un momento que me acabe de recuperar y vamos – respondió la pelinegra.

- ¿Seguro que estás bien? – preguntó Violeta preocupada.

- Seguro – le sonrió.

Poco después se pusieron en marcha. Tras dos metros y un ratito caminando, estaban en la residencia.

- Kiki, llevas todo el camino cojeando. De verdad, deja que Violeta te eche un vistazo. Es ya prácticamente fisioterapeuta – le dijo Bea.

- Bea, es que me da vergüenza... - agachó la cabeza.

- Venga, no seas tonta – le dio un pequeño golpe en el brazo –. ¡Vio! – la pelirroja, que estaba unos metros más avanzada que ellas, se giró –. ¿Puedes mirarle la pierna a Kiki? Lleva todo el camino cojeando y dice que le duele.

- No es necesario, de verdad – dijo lanzando una mirada asesina a Bea –. Seguro que en un rato se me pasa y mañana estoy como nueva.

- No, Kiki. Si no me importa. Mejor asegurarnos de que no es nada grave. Ven un momento a la habitación y te lo miro. Tengo una crema que te puede ir bien, te la presto.

- Vale, voy – se sonrojó.

Ambas entraron en el cuarto de Violeta. La joven era muy ordenada y tenía todo perfectamente colocado.

- ¿Dónde te duele exactamente? – preguntó Violeta.

- Aquí – respondió la joven señalándose la parte medial del muslo, cerca de la ingle.

- Vale. Sácate el pantalón y túmbate en la cama – le ordenó la pelirroja mientras rebuscaba en su armario.

- Ehh... - entró en pánico –. ¿El pantalón?

ENTRE ACORDES Y RECUERDOS | KIVI AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora