Capítulo 14. flowers & sex

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Eran casi las cinco de la tarde y prácticamente todos en la residencia dormían la siesta. Violeta ya se había despertado; quería avanzar, aunque fuese un poco, su Trabajo de Fin de Grado, pero la resaca del día anterior no la dejaba concentrarse. Decidió meterse en la ducha para despejarse un poco.

Chiara, en la habitación de al lado, hacía rato que estaba despierta, no podía dejar de darle vueltas a todo lo sucedido la noche anterior. Buscó los auriculares de diadema negros que había dejado en su escritorio al volver de clase y los conectó a su teléfono. Abrió el reproductor y se quedó estirada en la cama disfrutando de la música, intentando rehuir sus pensamientos. Al principio pareció funcionar; se concentraba en tararear las melodías sin prestar mucha atención a la letra de las canciones, pero cuando empezó a sonar esa canción de EMELINE sus pensamientos volvieron a la noche anterior.

«I just want flowers and sex. You could come over, no text, with a face that look like my ex... got me saying "Yes"» empezó a sonar. «I just want someone to come» notó los beats - toc, toc - en sus oídos y la piel se le erizó; «on my door. Carry me to the bedroom then» de nuevo los beats - pum, pum - notó una ola de calor recorrerle el cuerpo. «me on the floor. You don't gotta talk to me 'cause I don't care for company and love can only lead to regret. I'll tell you my necessity, it's that you conversate with me less». Mientras se repetía el estribillo, la pelinegra no podía dejar de recordar lo cerca que había estado de besar a Violeta. «Si no llega a ser por Bea...» pensaba. La melodía de la canción junto al recuerdo de sus labios rozándose hizo que su corazón empezara a acelerarse. «Lean back, I'll do the rest. Baby, I know what I like best; I'm already undressed. I just want flowers and -». La pelinegra empezó a deslizar su mano por su abdomen. Esa canción tenía algo que la excitaba demasiado y recordar los labios carnosos de la andaluza la acababa de encender. Sus dedos se toparon con una zona húmeda. «Fuck» se dijo a sí misma. Su entrepierna estaba empapada. Se humedeció los dedos y pasó su mano por sus cuatro labios. Suavemente, con cuidado. Buscó su clítoris, ese preciado tesoro que guardaba entre las piernas y que pocas veces había dejado que tocasen otras manos, y empezó a acariciarlo con la yema de su dedo, haciendo pequeños círculos, mientras imaginaba qué hubiese pasado si Bea no las hubiese interrumpido. Su piel ardía, casi tanto como lo hacía su sexo, y notó como el vapor que emanaba de su cuerpo se iba condensando en pequeñas gotas de sudor. Se preguntaba a qué sabrían los labios de Violeta mientras intentaba, con todas sus fuerzas, que no se le escapara ningún sonido de la boca. Ruslana seguía durmiendo en la cama de al lado y lo que menos quería era que uno de sus estruendos gemidos la despertase. En su mente visualizaba cómo se tocaban, imaginando que introducía la mano por debajo de la ropa de la pelirroja y que esta estaba tan mojada como ella en ese momento. La simple idea la estremeció. «Me ahogaría en ese mar sin dudarlo» pensó. Imaginaba que le besaba el cuello lenta y dulcemente mientras introducía dos dedos en su vagina. Su respiración cada vez era más irregular; se entrecortaba al imaginar los gemidos de la joven cerca de su oído y se mordía el labio inferior intentando contener los suyos propios. Cada vez se tocaba más deprisa, más fuerte, con más ganas. Tantas como le tenía a aquella joven. Sentía que no iba a aguantar mucho más, que en cualquier momento se le iba a escapar un gemido y su compañera iba a despertarse. Giró la cara, buscando ahogar sus jadeos en la almohada mientras no dejaba de tocarse. «Joder, Violeta. Mira cómo me tienes» pensaba. Recordó esa sensación electrizante que la había invadido la noche anterior cuando Violeta se había acercado a ella, cuando sus labios se habían rozado por un instante, y sus dedos ardieron en deseo. Deseaba tocarla desesperadamente. Deseaba hacerla suya tanto como vértigo le daba lo que empezaba a sentir por ella. Cerró los ojos fuertemente e imaginó cómo se sentirían las contracciones del cuerpo de la pelirroja en sus dedos cuando se corriese y, justo en ese momento, lo hizo ella. El corazón le iba a doscientos por hora y sentía los latidos en el centro de su cuerpo. Respiró profundamente y se dejó caer exhausta sobre la cama.

ENTRE ACORDES Y RECUERDOS | KIVI AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora