Capítulo 36. ¿Y tú quién eres?

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Entre risas las dos jóvenes subían la rampa de la residencia. Se habían acercado al supermercado a comprar algunas cosas para cenar. Chiara arrastraba las dos maletas y Violeta sujetaba las bolsas de la compra. Maria Rosa las saludó.

- Bona tarda, noietes! – dijo con su marcado acento catalán –. Com ha anat per allà adalt?

- Molt bé, Maria Rosa! – contestó Chiara.

- La verdad es que es preciosa toda esa zona. Me hubiese quedado un par de días más si pudiese... – le explicó Violeta.

- Bueno, siempre podéis volver. Que la Costa Brava no se va a ir a ningún lado – bromeó la anciana –. Por cierto, Violeta – dijo mirándola –, ha venido una amiga tuya preguntando por ti. Le dije que no estabas y que no sabía cuándo ibas a llegar, pero insistió en esperarte. Está arriba.

- ¿Una amiga? – preguntó confusa la pelirroja –. ¿Le dijo cómo se llamaba?

- Ostres! No le pregunté... Qué despistada...

- No se preocupe. Muchas gracias – dijo Violeta antes de marchar.

Caminaron hasta el ascensor y pulsaron el botón para que bajara.

- ¿Quién crees que es? – preguntó Chiara curiosa.

- Pues no sé. La verdad. A lo mejor es Laura. Le dejé unos libros la semana pasada. Le dije que me los devolviese cuando quisiera... Pero no sé. Me parece raro que haya venido solo a eso. Veremos... – dijo con la mosca detrás de la oreja.

- Ahora lo descubriremos – sonrió la pelinegra. Se acercó a ella y le dejó un corto beso en los labios –. ¿Vamos? – preguntó cuando las puertas del ascensor se abrieron.

Violeta dudó. Por alguna razón inexplicable su corazón se aceleró y una especie de miedo se apoderó de ella. Un presentimiento le decía que algo no iba bien, pero aceptó. Subieron a la segunda planta y recorrieron todo el pasillo. Cuando se acercaron al comedor vieron una bolsa de deporte negra en el suelo detrás del sofá. Al principio le extraño, pero en seguida supuso que sería de Alex. Obsesionado del deporte y desastre a partes iguales.

Violeta iba por delante, quería dejar las bolsas en la cocina pues pesaban demasiado y las tiras de plástico estaban empezando a cortarle la circulación de los dedos. Entró en la sala y quedó petrificada al ver aquella imagen. Una rubia alta y delgada estaba ojeando los libros de la estantería que ella tanto adoraba. Violeta dejó caer las bolsas por instinto, sin ni siquiera darse cuenta de que las había soltado, y un gritito se escapó de entre sus labios. La rubia se giró al oír el golpe de los cristales contra el suelo y sus ojos se clavaron en los de la pelirroja. Una sonrisa malévola se dibujó en el rostro de la joven, que empezó a caminar hacia Violeta con gran decisión.

- ¡Violeta! – la saludó con entusiasmo. La pelirroja, sin embargo, seguía sin poderse mover.

- Vivi... – dijo Chiara al ver todo el líquido del tarro de aceitunas por el suelo –. ¡Cariño, la compra! – ni tan siquiera se había percatado de la presencia de la otra joven, pues su atención estaba puesta en el desastre que yacía a los pies de la pelirroja. Se acercó a ella para recogerlo y, cuando empezó a alzar la mirada, observó los brazos tensos e inmóviles de la joven, que era incapaz de moverse, y más arriba pudo ver la cara pálida de Violeta, que tenía los ojos como platos, entre las manos de aquella rubia que la agarraba por ambos lados y la besaba en los labios. Entonces fue ella la que quedó petrificada. Se quedó en silencio unos segundos, que a ella le resultaron eternos, y entonces preguntó – ¿Y tú quién eres?

La rubia soltó a Violeta y giró su rostro para mirarla con desprecio. Chiara sintió que esos ojos claros la atravesaban, haciéndola cenizas y tragó saliva ante aquella imponente mirada.

- La novia de Violeta. ¿Tú? – respondió con desdén. Aquellas palabras cayeron sobre la menorquina como una jarra de agua helada. Miró a Violeta, luego a la rubia y, de nuevo, a Violeta.

- Vivi... – dijo en con la voz al borde de quebrarse.

- Kiki, no – se apartó de la rubia para acercarse a ella, pero esta tiró un paso atrás –. Kiki, escúchame. No es lo que parece – agarró su mano con delicadeza y Chiara no se movió. No daba crédito. Quedó inmóvil. Violeta le hablaba, pero ella era incapaz de escuchar nada. Solo ruido – Kiki, tranquila. Respira – la pelinegra había empezado a hiperventilar. Su vista estaba borrosa y no era capaz de pronunciar palabra. Volteó a mirar a la rubia, que sonreía de una forma perversa y sintió su corazón hecho pedazos.

- Yo... Esto... Creo que será mejor me vaya... – consiguió decir, apartando la mano que Violeta sostenía entre las suyas. Dio media vuelta y empezó a caminar sin decir nada.

- ¡No, Kiki! ¡No te vayas! – le suplicó Violeta entre sollozos detrás de ella –. No eres tú la que tiene que irse – dijo mirando a la rubia, pero ya era demasiado tarde. Chiara no iba a detenerse.

- Déjame, por favor. Luego hablamos – le pidió con un hilo de voz antes de girar hacia las escaleras. La pelirroja respiró hondo. Sabía que tenía que darle su espacio. Dio media vuelta y miró a la rubia con rabia. Sentía un fuego ardiendo en su interior y empezó a sentir ganas de matarla –. ¡¿Qué coño estás haciendo aquí, Julia?! – gritó. 

ENTRE ACORDES Y RECUERDOS | KIVI AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora