Capítulo 12. Invierno en el infierno

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- ¿Qué lees? - Violeta estaba tan inmersa en su lectura que esa pregunta la pilló desprevenida. Colocó el marcapáginas y cerró rápidamente el libro que sostenía entre sus manos. Al girarse, sus ojos se toparon con la sonrisa dulce de Chiara apoyada en el respaldo del sofá y el corazón le dio un vuelco.

- Nada, un poco de poesía... pero bueno, a ti los libros no te van mucho, ¿no? - dijo bromeando.

- Quizás si me los recomiendas tú sí. La nota de hoy me ha gustado mucho - no había ni un ápice de ironía en su tono.

- Sara Búho y Elvira Sastre son muy distintas... - empezó a explicar. Las dos autoras la fascinaban, una por la capacidad que tenía de plasmar la fragilidad de los sentimientos de una forma tan sumamente sensible y cuidada y la otra por la crudeza y a la vez delicadeza con la que era capaz de describir ciertos actos.

- A ver - la pelinegra le arrebató el libro de las manos antes de que Violeta pudiera reaccionar -. «Cuarenta y tres maneras de soltarte el pelo» - leyó el título.

- ¡Dámelo! - le exigió intentando recuperar su objeto robado.

- Anda, no te pongas así. Solo es un libro. Déjame ver - respondió apartándola con una mano para que no alcanzara a cogerlo. La pelirroja alargaba sus brazos intentando atraparlo, sin éxito, mientras Chiara sonreía preguntándose por qué tanto ímpetu en recuperarlo. Abrió el poemario y empezó a leer en voz alta -. «Invierno en el infierno» -. La pelirroja quedó muda. No tenía nada que esconder, de hecho, era uno de sus poemas preferidos, pero por alguna extraña razón la idea de Chiara leyendo ese poema en voz alta, la simple idea de que supiera que había leído esos versos, la avergonzaba -

Calculo que te habrán descrito

unas tres veces elevado al cubo

-por eso

de todas

las

entradas

de tu cuerpo-

el tango que se forma en tus labios

cuando bajan a conocerme,

como si tu lengua supiera

que cada vez es la última vez

y se vistiera de saliva

para honrar al último baile,

ya sabes,

el eterno,

el que solo termina

cuando se desliza caliente por tu garganta

y tu sed claudica,

subordinada

a mi mano sobre tu cabeza -. La joven comenzó a arrepentirse de haber empezado a leer. Miró a Violeta con la idea de devolverle el libro y pedirle perdón, pero al observar su enrojecida y tímida cara, decidió continuar. Después de unos días, se había dado cuenta de lo vergonzosa y nerviosa que podía llegar a ponerse con la mínima insinuación - aunque intentara ir de chica dura -, por lo que la idea de ella leyendo este tipo de escritos nunca se le había pasado por la cabeza. La fascinaba e inquietaba a partes iguales y quería ver hasta dónde podía llegar -.

Debes saber ya

que la diferencia

entre mis fantasías y tú

es que a ti te follo con los ojos abiertos

y no son mis labios los que relamo después -. Su mandíbula se desencajó -. Hostia puta - dirigió su mirada hacia la otra joven -. Pero bueno, Violeta. Así yo también leería más - dejó escapar una risa pícara.

ENTRE ACORDES Y RECUERDOS | KIVI AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora