Capítulo Ocho.

300 49 26
                                    

Nala.

Fui la primera en arroparme y meterme bajo las sábanas. No me sentía bien, el cansancio de todas las noches con insomnio, el enfrentamiento de Ry con Wiley, también estar atenta a cuidarme las espaldas en cada pasillo y sobre todo haber leído más de cinco cuentos infantiles con los pequeños me terminaron agotando toda la energía que me mantenía con fuerzas.

Y como si eso no fuera suficiente, también me sentía mal emocionalmente, estas semanas me había acostumbrado a hablar con Ry y en todo este día nos ignoramos el uno al otro de forma muy notoria.

Lo supe por Lily, quien me preguntó junto con Remi que, si Ry y yo nos habíamos enojado o por qué ya no estaba a su lado, como no podía decirle nada que su inocente mente pudiera comprender, le respondí que a veces se necesitaba espacio entre las personas para luego estar bien.

Como era de esperarse entre su grupito me dijeron muchos consejos para no tener que estar alejada de Ry.

Uno de ellos fue tener una tarde de té, como sus muñecas de trapo. Para convencerlas les dije que lo tendría y que ellas serían quienes lo podrían preparar.

— ¿Estás bien, Nala? — Cora se sentó en el borde de mi cama para tocarme la frente con su palma— ¿Te sientes enferma?

— No... creo que es un simple dolor de cabeza— le sonreí con los ojos entreabiertos— estoy bien, en serio.

— ¿Quieres que vaya con Mama por una pastilla? También puedo ir con la hermana Bria para que te revise— al estarse poniendo de pie le tomé la mano con sutileza para detenerla.

— En serio, estoy bien, no te preocupes— volví a sonreírle— ¡Estoy bien, pueden seguir hablando! — me dirigí al resto que miraban atentamente hacia nosotras.

— Vale, si necesitas algo puedes decírnoslos...

Asentí volviendo a cubrirme con mis sábanas hasta la barbilla, no duré mucho con los ojos cerrados cuando de repente toda la habitación se volvió oscura y las niñas siseaban que ninguna se atreviera a hacer algún ruido.

Me senté sin bajar los pies de la cama y les volví a decir que no era necesario que ellas ya se fueran a dormir, quedaban por lo menos diez minutos más de tiempo antes de que las campanas del reloj viejo sonaran y se tuviera que apagar todo.

— Buenas noches, Nala.

— Descansa.

— Te queremos.

Cada una se acomodó a su modo y el único ruido que rondaba en el dormitorio era el de nuestras respiraciones profundas— gracias...— les susurré regresando mi cabeza a la almohada y concentrarme en mi cansancio pesado.

Lo último que tuve en mente fue la nada, por primera vez dejé de preocuparme por las mentes de Mama o de la hermana Bria, no hubo más ideas ruidosas para el plan, ni mucho menos preocupaciones por mis demás hermanos.

Sólo yo y la nada.

Los rayos del sol me daban directo en los párpados, no había sentido tanta calidez en una mañana como esta. Me froté los ojos sintiéndome con la batería recargada en su totalidad y lo principal de todo, sin dolor de cabeza.

Al bostezar y mirar las demás camas se me esfumó los últimos rastros soñolientos al verlas tendidas y organizadas, por el sonido pacífico, la tranquilidad abrumadora...

¡Me había quedado dormida por mucho tiempo de lo establecido en las reglas de Mama!

Me quité las sábanas a patadas para poder ponerme de pie y cambiarme, si me daba prisa alcanzaría la mitad del desayuno y el castigo no sería tan fuerte. Cerré con fuerza los ojos tras el mareo que me causó vértigo, a pesar de eso debía apresurarme, era normal, todas las veces me pasaba.

El Orfanato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora