Capítulo Veintiséis.

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Nala.

Cuatro días llevábamos afuera en el inmenso bosque, la comida no iba a rendirnos si seguíamos este paso. Cora y Myron se dedicaban a racionarla, pero gastábamos energías cada minuto que seguíamos sin detenernos en buscar la salida.

Mis porciones las guardaba, no necesitaba todo el pan que me estaba dando Cora, ocupaba unas cuantas migajas y lo demás lo escondía para cuando llegase el día en el que estuviéramos atrapados aquí sin más raciones.

Mi oreja estaba sanando... tan lento que a veces me debía cambiar la gasa tres veces al día, los convencí de que eso no era razón para que se preocuparan por mí, en especial Ry, que me miraba cada cinco minutos preguntándome si me sentía bien, si quería descansar o si necesitaba algo imposible de encontrar...

Tengo que admitir para mí misma que había momentos en los que mi visión se volvía borrosa como aquella noche en la que no podía identificar ni una roca en medio del camino, sin embargo, mi angustia por encontrar donde refugiarnos era más grande junto con mi necesidad de saber si estábamos yendo en la dirección correcta o simplemente estábamos rondando sin rumbo.

No podíamos pasar otra noche escondidos entre los troncos usando nuestras mochilas como almohadas y nuestros abrigos como colchón.

No era la vida que les prometí a mis hermanos.

— Descasaremos aquí— murmuré para Ry— ¡Diez minutos para que descansen! — les grité al resto que arrastraban sus pies por el cansancio.

— Ya era hora— resopló Wiley dejándose caer como un saco de papas— una rama rompió mi suela— me la enseñó en el aire— me entra cada roca diminuta del camino y se me entierra en la planta. Que tedioso es.

— Déjame ver— me hinqué frente a él dejando mi mochila a un lado— tienes que caminar con más cuidado, no podemos lastimarnos aquí afuera, Wiley.

— Lo sé, ojalá hubiéramos traído cinta para pegarla.

— Ojalá... — suspiré— toma, mi bota sigue intacta— empecé a desamarrar las agujetas— dame la tuya, tu pie es del mismo tamaño del mío, creo.

— Ni hablar— escondió su pie debajo de él— estoy bien, en serio.

— Pero...

— Estoy bien, Nala, resérvala para otro imbécil como yo que se rompa la suela.

No me dio oportunidad para seguir protestando, su charla con Kit y los otros de su edad robó toda su atención por lo que me puse de pie y me fui a parar a lado de Ry quien miraba el alrededor con el mismo objetivo que yo; mirar otra cosa que no fueran más árboles.

Mi presencia no lo asustó ni un poco como probablemente la suya haría conmigo, me tomó de la mano y siguió mirando en silencio hasta que sus ojos dieron a parar en mis pies.

— Déjame ayudarte— se arrodilló moviendo ágilmente sus dedos haciendo un nudo perfecto, el resto de las agujetas las escondió dentro de la bota.

— Gracias— sonreí— se la intenté dar a Wiley, la suya se ha roto, pero no la aceptó.

— Menos mal, ese imbécil puede andar con una bota, no deberías preocuparte tanto.

— ¿Alguna vez dejarán de odiarse? — pregunté sentándome en el tronco torcido, necesitaba que la sangre fluyera con mis pies colgando al aire.

— No lo creo— en su voz no había remordimiento— ambos tenemos razones para tratarnos como lo hacemos y estoy seguro de que esta vez no puedes intervenir para hacérnoslo olvidar— su pierna rozó con la mía al copiar mi posición.

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