Epílogo.

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Nala.

Primera parte.
15 años después.

En las noches, aún despertaba por sentirme vigilada como lo fue durante trece años en aquella cabaña en la que todos crecimos. No tenía sentido seguirlo sintiendo, al menos no en esta nueva casa a la que llamamos hogar.

Todavía el recuerdo de lo que fuimos en aquel orfanato y peor aún, lo que vivimos durante y después sigue pareciendo irreal, casi como si fuese parte de una imaginación muy perturbada de una niña.

Miré hacia el reloj digital que estaba en mi mesa de noche y apenas eran las seis de la mañana, lentamente me fui zafando de los brazos de Ry para ponerme de pie e ir a la cocina, sin duda no iba a volver a dormir con la extraña sensación que me perseguía hasta los confines de los tiempos.

Encendí la cafetera eléctrica (la misma que nos tomó semanas aprender a usarla) y dejé que se hiciera el café cargado, iba a necesitar mucho de eso para lo que restaba de día.

Queremos vivir a nuestro modo, Nala...

Las palabras de Wiley perduran en mi mente como si lo tuviera todos los días repitiéndolas, a pesar de que ya tiene dos años de que me las dijo. Aquel recuerdo está tan fresco en mi memoria como la pérdida de Emma y la de Syla. A diferencia de ellos, perdí a mis demás hermanos de una forma distinta... dejándolos vivir a su manera.

Hace trece años...

— Nala, quiero hablar contigo ¿Puedes? — Wiley recargó el hombro en el marco de la puerta contemplando las uñas de sus dedos.

— ¿Qué necesitas? — le respondí dándole la espalda, aún me quedaban un poco de tazas que enjuagar,

— Hablar, claramente— resopló— afuera... — carraspeó para llamar mi atención, eso lo había aprendido hace años cuando sentía él que era ignorado.

— ¿Debería preocuparme? — me sequé las manos empezando a tejerse la bola de nervios en mi estómago.

— Depende.

Con eso tuve suficiente para correr afuera de la cabaña y que me dijera lo que estaba sucediendo, Wiley no era mucho de secretos, lo que tuviera para decir lo decía sin mas, a menos hasta que los pequeños dejaron de serlo y eran más consientes de lo que había pasado hace años.

La nieve de diciembre nos había perjudicado tanto en la caza como en la cabaña, por más que encendíamos la hoguera no se calentaba el interior y los animales por obvias razones se mantenían lejos del hielo que secaba los prados verdes.

Temporadas difíciles...

Me ajusté hasta el cuello el abrigo, no el que usaba en el orfanato, aquel dejó de quedarme a los dos años que pasamos aquí, este era con una piel de ciervo que calentaba como si tuviera el fuego rodeándome el cuerpo. Cuando bajamos las escaleras de la entrada lo miré expectante de lo que se traía entre manos, pero siguió negando con la cabeza e indicándome que siguiera caminando.

— ¿Quieres salir de la cerca? — asintió con la nariz ya enrojecida.

La ansiedad estaba carcomiendo mi piel, no me gustaba nada la seriedad que se había asentado en su cara, Wiley nunca se ponía serio, ni en los momentos más críticos que tuvimos en el pasado.

Pude haberle preguntado por qué quería alejarse de la cabaña si Ry ni los otros chicos estaban, se habían ido a cazar y con un poco de suerte traerían carne para cenar esta noche, las únicas que estábamos en casa eran las chicas y por lo que vi al salir de la cocina, todas estaban en su mundo, pero de nuevo, su expresión tensa no iba a responderme.

El Orfanato.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora