8.ACEPTO

1.7K 160 5
                                    

Cassandra Reid

Mi amiga bebe de su copa mientras se toma su tiempo para contestar. Apuesto a que está meditando muy bien su respuesta, deduciendo que hay un contexto detrás. Leah es muy intuitiva y en momentos como estos, quiero odiarla por ello. 

—¿Qué pienso de los matrimonios por contrato? Pues que son mis subgéneros favoritos de novelas —responde sin tapujos—, pero eso no viene al caso. ¿Por qué la pregunta? ¿El italiano te pidió matrimonio? 

Me quedo muda y más rígida que una tabla en mi sitio. 

—¡Oh, Dios Mío! —su grito se escucha en todo el salón—. ¿Lo hizo? —asiento con lentitud, lo cual ocasiona que tire de mi mano izquierda y comience a saltar como una histérica, llamando la atención de todos. 

—Si no te calmas, fingiré no conocerte y me marcharé —advierto.

—Vale, vale, me calmo —baja un poco la voz—, pero... ¡Joder! Cuéntamelo todo. 

—Aquí no —señalo con la mirada los ojos curiosos a nuestro alrededor. Por suerte, la mitad de nuestros colegas ha dejado la fiesta para trasladarla hacia otro lugar o simplemente volver a sus tareas. 

—Pues nos vamos ya —ignorando mis protestas, me arrastra hacia la salida. 

En la comodidad de nuestro departamento y aprovechando la ausencia de Romeo, le cuento la historia completa con pelos y señales, robándole infinidad de jadeos. Aun no he firmado, así que no incumplo si le cuento a alguien. Ese pequeño detalle no lo vio venir el gran Adriano Di Lauro. 

—¿Estoy muy loca si medito la propuesta? —inquiero en un hilo de voz. 

—Por supuesto que no, solo que debes pensarlo muy bien, Cassie —alude ella—. La vida no es como las novelas rosas que nos gusta leer y debes tener muy claras las condiciones del acuerdo. Si aceptas, te sacarás un peso de encima y tu padre no podrá interferir en tu vida nunca más.

—¿Eso crees? —hago una mueca extraña al dudar. 

—Estamos hablando de Adriano Di Lauro,  el Magnate de Acero. Incluso tu padre tiene sus límites. 

—Solo conozco a esos niños hace dos días —señalo los nombres escritos en el papel—, pero no me son indiferentes, aunque ser su madre ya son palabras mayores. 

—No te resultará difícil quererlos, Cassie —salta—. El problema no son los hijos, sino el padre. Esta —señala una línea resaltada en negrita— es la cláusula más importante de todas. 

—Al igual que él, estás dando muchas cosas por sentado, Leah —bufo, aunque no muy segura. 

—Solo me adelanto a un posible futuro —aclara con expresión burlona. Como si resistirse al señor Di Lauro fuera una tarea imposible—. Las mujeres caen rendidas a sus pies, ¿qué te hace pensar que tú no lo harás también? Y el hombre ha sido claro, Cassandra. No puedes enamorarte de él. 

Paso el resto del fin de semana leyendo y repasando cada palabra. Las dudas continúan pululando en mi cabeza y tomar una decisión se me hace imposible. 

Termino de recoger mis pertenencias para luego entregar la llave de mi antiguo casillero en recepción. No puedo evitar observar en derredor soltando pequeños suspiros. 

Este lugar ha sido mi hogar por dos años. El único en donde me he sentido segura y he podido ser yo misma. 

—Doctora Reid —una señora se me acerca junto a un rostro que conozco a la perfección—. No sé si me recuerda, soy Vivi, la ama de llaves de la familia Di Lauro. 

—Por supuesto que la recuerdo. Hola, Ella —me acerco a la niña en la que no he dejado de pensar durante los últimos días para dejar un sonoro beso en su mejilla—. ¿Cómo estás? ¿Sucede algo? ¿Tu hermano está bien? 

—A Fede ya no le duele la pancita y no deja de meterse con mi moñitos. 

—Es bueno saberlo —sonrío observando el peinado que la hace ver más adorable. Al tener el cabello corto a la altura de los hombros, las coletas le quedan cortitas y muy graciosas. 

—Yo... —vacila con los brazos escondidos en la espalda—, quería hablar contigo. Vivi me ha traído, pero no le digas a mi papi. 

—Si tú no le dices, yo tampoco lo haré —le guiño un ojo con picardía, como viejas amigas que comparten confidencias—. ¿Quieres que nos sentemos? 

La veo mirar alrededor un poco temerosa y entonces recuerdo las palabras del italiano. 

«Le bastó unos pocos segundos para ganarse la confianza de mis hijos.Algo que no ha logrado nadie fuera de mi familia y el servicio de la casa.»

La cargo entre mis brazos y la llevo hasta la oficina de los residentes. A estas horas todos se encuentran en la ronda matutina. 

—Quédate afuera, Vivi —ordena con una voz tan parecida a la de su padre que me hiela la piel. Por lo visto, la imposición es un rasgo de la familia. 

La anciana se remite a asentir y hacerme señales para que la llame si surge algún imprevisto. 

—Te escucho, bella ragazza «bella muchacha» —dispongo una vez nos hemos sentado en el gran sofá. 

—Yo... quiero que seas mi nueva mami —debo confesar que la hija me deja más desconcertada que el padre. A este paso terminarán matándome. 

—Ella... 

—¿Sabes? Mi mamá murió cuando yo nací —con semejante confesión mi estado empeora—. Y desde entonces, cuido de Fede y de papi, pero los otros niños tienes mamás y yo también quiero una. Ya no quiero más niñeras que me molestan y luego se asustan. Los amigos de mi hermano le dicen cosas feas. Fede se enoja, rompe cosas y llora a escondidas. Además, papi no puede leerme cuentos todas las noches porque a veces trabaja mucho y le veo taaaan cansado —añade alargando las palabras. 

Me resulta inconcebible que una niña de apenas cuatro años hable de esa forma. Crecer sin madre no es el fin del mundo, pero sí te marca y eso es algo que un niño no puede comprender. 

Siento algo quebrarse en mi interior mientras unas repentinas ganas de llorar me atacan. Mi empatía por estos niños crece cada vez más. 

—¿Puedes ayudarme a cuidarlos? Prometo ser una niña buena y ya no lloraré cuando otro niño se me acerque. Le diré a papi que me haga otra fiesta de cumpleaños. También puedes jugar con mis moñitos si quieres. 

¿Cuánto tiempo se necesita para querer a alguien? Porque siento que esta niña me ha robado el corazón con su ingenuidad e inocencia en menos de tres días. 

—¿Lo harás? ¿Serás mi mami? 

Las ideas comienzan a aclararse y soy consciente de que he tomado mi decisión. Me asusta, me asusta muchísimo, pero sé que ya no hay vuelta atrás. 

—Vamos a hacer algo, bambina* —suspiro antes de apretar sus manitas y besarlas—. Lo hablaré con tu papi y lo pensaré. Ahora regresarás a casa con Vivi, ¿vale? 

—De acuerdo —sin previo aviso se lanza a mis brazos. Su carácter es tan voluble como los huracanes o los tornados—. Gracias, Cassie. 

—A ti, pequeña —le devuelvo el gesto.

Ella se marcha junto a la ama de llaves y yo no tardo en buscar el número telefónico que aparece en la primera página del contrato. 

—Doctora Reid —responde al segundo tono—. Dígame, ¿ha tomado una decisión? 

—Sí —nos quedamos en silencio por interminables minutos hasta que emito un largo resoplido—. Acepto, señor Di Lauro. Me casaré con usted. 

Después de todo, mi amiga no se equivocó al afirmar que terminaría siendo la esposa del italiano.

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora