29.MUJER DE ACERO

1.9K 149 12
                                    

Adriano

Por un instante creo no llegar a tiempo, pero mis pies parecen volar y detengo su mano a solo unos pocos milímetros de la cara de mi esposa. 

La sangre corre a través de mis venas enfebrecida, burbujeando en su punto de ebullición y a medida que hierve más, el frío en mi mirada crece. Es un rasgo que me caracteriza: calor por dentro, hielo por fuera. 

—No se te ocurra nunca ponerle una mano encima a mi mujer —mi voz es apenas un susurro enronquecido—. Ni siquiera con el pensamiento. 

—¡Ella me ofendió! —protesta la anciana. 

—Me importa un comino —manifiesto—. He tenido demasiada condescendencia contigo, Francesca y conoces la razón a la perfección, pero yo sigo teniendo el control. No me tientes porque en esta historia eres tú quien lleva las de perder. 

Intenta replicar, pero se detiene antes de lograrlo. De tonta no tiene un pelo y sabe lo que le conviene. 

—Sal de mi vista antes de que te eche de esta casa —ordeno antes de prestar toda la atención a mi esposa. Lo primero que hago es repasar su estado con detalle para después fulminarla con los ojos. 

—No me mires así —me apunta con su dedo índice al recuperar la compostura—. Lo único que hice fue reclamarle por registrar mi habitación. 

—No me interesa lo que hayas hecho tú, sino lo que no puede hacer ella —aclaro—. No puedes permitirle hablarte de esa manera. La señora de la casa eres tú y debes imponer tu voluntad.

—¡Es lo que traté de hacer! —clama exasperada—. Pero mira cómo resultó. Casi pierdo los estribos, la insulté y... 

—¿La insultaste? —detengo su perorata con mi pregunta, obteniendo una mirada esquiva en respuesta—. ¿Qué le dijiste, Cassandra? 

—Yo... lo siento... 

—¿Qué le dijiste? —pregunto una vez más. Murmura algo al mismo tiempo que baja la cabeza, por lo que tomo su barbilla entre mis dedos para alzarla y establecer el contacto visual entre los dos—. Nunca bajes la cabeza ante nadie, Cassandra Di Lauro. Nunca, ¿me oyes?

—Pero... es la abuela de tus hijos... 

—Y tú mi esposa —la corto a media frase. No quiero que le queden dudas sobre mis prioridades—. No existe comparación posible entre vosotras, ¿entendido? Ahora, acaba de responder mi pregunta. 

Emite un sonoro resoplido antes de contestar:

—Bruja —la voz le sale muy aguda y algo extraña, pero audible. 

—¿Cómo? 

—¡Bruja! ¡Le he dicho bruja! 

Si poder resistirlo un segundo más, lanzo una carcajada al aire. Mi mujer sí que las tiene bien puestas. 

—¡No te rías! —estampa la palma de su mano sobre mi brazo izquierdo con gesto enfadado—. ¡No es gracioso! ¡Casi me llevo una cachetada por eso! 

—No me lo recuerdes —mi buen humor disminuye, pero no desaparece del todo—. Mejor hablemos sobre asuntos más importantes —barro su espalda con mis manos hasta llegar a sus mejillas traseras y apretarlas como si de una pelota maciza se tratara—, como por ejemplo, mi esposa rebelde.

—¿Rebelde yo? —bufa con un resoplido nada femenino y que sin embargo, enciende cada parte de mi cuerpo—. No tengo la culpa de que mi esposo sea un maniático del control con más dinero que cordura. 

Levanto sus piernas para impulsarla a colocarlas alrededor de mi cintura. Al instante, ambos jadeamos ante el roce de nuestras intimidades.

—¿Qué has dicho? 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora