26.ESPOSA DE MENTIRAS

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Cassandra

¡Dios! ¿Por qué se empeña en perseguirme? ¿Nunca me dejará en paz? Pensé que Adriano lo mantendría a raya. ¿Dónde están esos gorilas cuando se necesitan? 

—¿Qué haces aquí, Dean? —me lleno de valor para hablarle—. Pensé que todo había quedado claro entre nosotros. 

—Por supuesto que sí —aunque afirma, no creo que estemos hablando del mismo tema—. ¿Recuerdas mis palabras? 

—Cada una de ellas —respondo con un resoplido. No sé por qué me siento más segura ahora. Tal vez sea porque tengo problemas mayores que lidiar con la obsesión de mi ex. Las consideraciones con él se acabaron desde hace dos días—, así como espero que tú recuerdes las mías. Desaparece de aquí antes de que mi marido te rompa la otra ceja —señalo el notable corte.

—¿Me estás amenazando, Cass? —la sonrisa diabólica que asoma en su rostro me hace dar un respingo y el miedo regresa. Ya se había demorado en aparecer. 

Doy dos pasos hacia atrás dispuesta a huir. Entonces, los guardaespaldas aparecen por fin, enfrentándose a los del Diablo Frost y ocasionando un escándalo en los pasillos del hospital. 

»Descuida, hoy me iré. Tu italiano ha movido sus cartas esta vez —el alivio recorre mis venas al escucharle—, ya veremos qué sucede cuando estemos en mi terreno. Nos veremos muy pronto, amor. No me eches mucho de menos. 

«Dios quiera que no.»

Suspiro tranquila cuando le veo marcharse sin poner pegas. 

—Por nuestro señor Jesucristo, ¡qué hombre! —exclama Leah a mi lado con la vista fija en él—. Si no fuera por lo que me has contado..., me le tiraría encima sin dudarlo. 

—¡Leah! —dejo escapar un chillido con los ojos abiertos como platos. 

—¿Qué? —inquiere con inocencia fingida—. ¿Tú lo has visto? 

—Definitivamente estás loca —niego con la cabeza en tanto los guardias de seguridad calman el ambiente. 

—Un poco sí —admite—. Puede que lo haya heredado de mis padres. Después de todo, una persona que deja a un bebé en la puerta de un orfanato en pleno día de San Valentín no debe estar muy cuerda. 

—Leah... 

—En fin —me corta con rapidez, pues no le gusta hablar sobre su procedencia—, ya has podido comprobar que tu marido tiene la situación bajo control. Olvida a tu ex psicópata y céntrate en tu marido. 

Besa mi mejilla antes de que ambas regresemos a nuestras labores. 

«Conquistar al Magnate de Acero...»

Es una locura. Solo a Leah Falco se le ocurriría algo semejante. 

«Es el único camino que te queda», recuerdo nuestra plática en la cafetería. 

El resto de la tarde se me pasa volando, pero mi cabeza continúa hecha un lío. 

Al llegar a casa, me encuentro con los niños en el jardín helado. Ella corre despavorida soltando chillidos asustadizos mientras su hermano la persigue con una especie de pistola. 

Me quedo contemplando la escena con  una media sonrisa en el rostro. Han  salido a jugar por voluntad propia.  Eso es todo un logro. 

De buenas a primeras un chorro de agua helada me alcanza y lanzo un grito más agudo que el de la niña.

—¡Federico Di Lauro! ¡Se puede saber qué estáis haciendo! 

—Fede quiere mojarme —lo acusa la pequeña— y el agua está muy fría. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora