32.¿QUÉ LES HICE?

1.9K 128 14
                                    

Cassandra

El hambre se me quita de repente y emito un largo resoplido. 

—Cassandra, cielo, esos no son modos de comportarse en la mesa. 

Cierro los ojos y cuento hasta diez para no perder el control frente a los pequeños. 

Si Adriano tiene algo que ver en esto, juro que no se lo perdono esta vez. 

—¿No piensas saludarnos? —vuelve a hablar.

¿Soy una mala persona si por momentos odio a mi madre? 

—Teniendo en cuenta que no fueron invitados, la cortesía sobra —interviene mi esposo con un tono neutro en tanto asesina al maitrê con los ojos, de seguro por haberles dejado pasar. Su actitud me dice que no los llamó y eso consigue apaciguarme un poco—. Voy a preguntarlo una sola vez. ¿Qué hacéis aquí? 

Mi madre abre los ojos como platos al mismo tiempo que forma una gran "O" con la boca para reclamar. Eso es lo único que sabe hacer bien aparte de dirigir fundaciones de caridad.

—¡Cuánta des...!

Se calla a media frase debido al discreto tirón que le da mi padre en el brazo. 

Vaya... Tal parece que Gibson Reid se ha encontrado con la horma de su zapato. Es evidente que se está conteniendo debido a la presencia de mi esposo. Me pregunto qué habrá hecho el italiano para echarse al hombre más influyente de Estados Unidos en el bolsillo. 

—Tenía un compromiso en la ciudad y decidí haceros una visita —contesta mi padre con su habitual diplomacia—. No recibimos una invitación a la inauguración del Complejo turístico y pensé que se te había pasado por alto...

—Yo no cometo esa clase de errores, Gibson —declara mi marido—. Si no la recibiste es porque no estás invitado. 

—Me haré de cuenta que no he escuchado lo que acabas de decir. Debemos dar una imagen de familia unida y feliz a los medios, Adriano —me agarro de la silla con fuerza para no saltar al escucharle—. La campaña... 

Una imagen, eso es todo cuanto le importa; la fachada lo es todo en su pequeño mundo de apariencias. Lo peor es que como él, existen millones de personas. Por más que el mundo evolucione, los perjuicios sociales no se acaban. 

—La campaña está asegurada —le corta el italiano—, por eso no debes preocuparte. Tengo palabra, Gibson y espero lo mismo de ti. 

Así que ese es el secreto. Mi esposo está detrás de la campaña de mi padre para presentarse a Canciller. ¿Por qué lo hizo? ¿Para que fueran a la boda o para que me dejaran en paz? ¿Así de fácil aceptó papá? 

Todo esto me lleva a la misma duda que lleva semanas rondando en mi cabeza: ¿cuál fue el precio que pagó Dean por mi mano? ¿Algo parecido al ofrecimiento de Adriano? Tengo la completa seguridad de que dinero no fue, pues eso tiene de sobra. 

Me mantengo en silencio, contando hasta cien, doscientos... Llego a mil mientras el enfrentamiento verbal continúa con amenazas indirectas hasta que los niños interceden con una inesperada pregunta.

—¿Los abuelos pueden quedarse? 

«¿Abuelos?»

El vino se me queda atorado en la garganta y comienzo a toser para luchar contra el ahogo. Adriano corre a socorrerme ofreciéndome un vaso de agua en tanto Fede me da palmaditas en la espalda y Ella pregunta si me voy a morir. Todo bajo la mirada reprobatoria de mis señores progenitores. 

La escena resulta incómoda, graciosa y desconcertante a la vez. 

—¿Mejor? —indaga mi marido cuando logro respirar con tranquilidad. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 19 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora