28.MI CRUZ Y MI NUEVO PASATIEMPO

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Adriano

Nada más llegar al hospital, mi hija intenta escaparse de su sitio, pero desatar su cinturón de seguridad se vuelve una tarea difícil, lo cual la enfada. 

Sin darme cuenta, una sonrisa asoma en mi rostro viéndola librar la difícil batalla. 

—¿Te ayudo? —pregunta mi mujer, a lo que ella asiente con desespero. Es la primera vez que veo a un niño ansioso por visitar un centro de salud—. Listo. 

—¡Ciao, papi! —deja uno de sus besos infantiles de forma fugaz en mi mejilla y toma la mano del guardaespaldas para salir, no sin antes alentar a la doctora—: ¡Date prisa, Cassie! 

—Parece emocionada —comenta la rubia frente a mí. 

—¿Parece? —enarco una ceja en señal de incredulidad—. Puedo asegurarte que no te dejará trabajar hoy. 

—Sabré mantenerla a raya —asegura y me dan ganas de reír a carcajadas. Aún no la conoce bien. 

—Te lo digo por experiencia propia.

—¡Vamos! —bufa—. No puede ser tan malo. 

—Ya lo verás por ti misma —advierto mientras escucho el jaleo de mi hija, por lo que me apresuro a subir a mi esposa a mi regazo y devorar sus labios—. No vuelvas a dejar la cama antes que yo. 

—Fui a preparar el desayuno... 

—Bajo ninguna circunstancia y sin excepciones —me mantengo firme—. No lo hagas otra vez. 

—¿Es una orden? —indaga con tono divertido a pesar de la seriedad en mi expresión.

Me gusta tanto el margen de diferencia de personalidades entre los dos, es lo que nos hace tan compatibles y compenetrados, la combinación perfecta. Si hay una palabra que la describa es esa y se lo digo cada vez que tengo oportunidad. Cassandra no tiene idea de lo deseable que es. 

—Una que no se discute. 

—¿Recuerdas el día en que me dijiste que sería una mujer libre? 

—Oh, lo eres —mordisqueo su barbilla al mismo tiempo que rozo su nariz con la mía. Si no fuese por los chillidos de Ella, la tomaría aquí mismo—, pero también recuerdo haberte dicho que jamás podrías huir de mí, muchas veces. 

—¿Jamás? —no sé por qué, pero su pregunta parece de suma importancia, como si le diera más de una respuesta. 

—Jamás, cara —aprisiono su boca, deleitándome en su dulce sabor, invadiendo cada espacio de la misma, recorriendo un camino ya conocido y que sin embargo, no termino de explorarlo en su totalidad. 

Ella se mueve incómoda al sentir la dureza bajo su cuerpo y eso solo la aviva más. 

—¡Cassie! —la niña asoma la cabeza por la puerta, rompiendo la magia del momento—. ¿Por qué demoras tanto? —luego repara en nuestras posiciones—. ¿Qué estáis haciendo? 

Mi mujer ríe con naturalidad en tanto yo tomo una profunda respiración para después dejar escapar el aire contenido en mis pulmones. 

—Ya salgo, bambina —declara para que la pequeña entrometida se aleje—. Lo siento. 

—¿Por qué? —rebato—. ¿Por encender un fuego que no piensas apagar? 

—Yo... 

—Tranquila —la callo con un pico más corto de lo que me gustaría—. Ya me compensarás esta noche. Vete antes de que devuelva a mi hija a casa y te secuestre. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora