12.CUMPLIENDO UNA PROMESA

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Adriano Di Lauro

Sonrío al escuchar el llamado. El pez ha mordido el anzuelo. 

—¿Papá? —mi prometida se queda rígida como una tabla a mi lado. Por ello debo sostenerla y prácticamente arrastrarla hacia sus padres. 

—¿Qué significa esto, Cassandra? —es evidente que el señor Reid no se encuentra nada contento con las noticias. 

—Yo... —ella balbucea aún ensimismada, alternando la vista entre ambos progenitores—. ¿Qué hacéis aquí? 

—Eso no es importante... 

—¿No lo es? —cuestiona la doctora bastante alterada. Aunque discuten, lo hacen en voz baja. Sin embargo, eso no evita que seamos el centro de atención de los invitados. 

—¿No querías llamar nuestra atención? —le desafía su padre—. Pues ya lo has logrado. Ahora detén esta locura. 

—Yo no... 

—Por fin tengo el placer de conoceros —decido intervenir antes de que la situación se salga de control—. Señor Reid, Adriano Di Lauro. 

—Sé perfectamente quién es usted —indica el mencionado con arrogancia.

«Al parecer no.»

—¿Por qué no entramos a la casa y buscamos un lugar más... privado? —propongo.

Ellos ni siquiera responden, solo se remiten a seguir mis pasos. 

—¿Qué has hecho, Adriano? —pregunta mi futura esposa en un susurro. 

—Cumplir con mi palabra. 

Entramos en mi despacho sumidos en el más absoluto de los silencios y nos quedamos así por varios minutos hasta que el señor Reid se acerca a su hija de forma peligrosa. 

Previendo sus intenciones, me acerco a él y detengo su mano justo a tiempo de golpear el rostro de la doctora. 

—Tenga cuidado, señor Reid —empleo un tono helado a la vez que aprieto el agarre sobre su muñeca para contener la repentina ira—. No vaya a hacer algo de lo cual pueda arrepentirse más tarde. 

—Usted no intervenga, Di Lauro. 

Permanecemos mirándonos con fijeza, enfrascados en una silenciosa pero importante batalla. Es una demostración de valor, hombría... y poder. 

—Adriano —desvío la vista hacia mi recién estrenada novia—. Déjalo..., por favor —añade al ver que no abandono mi posición. 

Me alejo, no sin antes echar una última mirada amenazadora al anciano, hasta quedarme sentado frente a mi escritorio, demostrando quién tiene el control de la situación. 

—¿Qué has hecho? —Gibson decide romper el hielo—. ¿Qué pretendes con todo esto? ¡Nos has dejado en ridículo una vez más!¿Hasta cuándo seguirás con tus niñerías, Cassandra Reid? 

—Dos años... —es todo cuanto responde la aludida—. Dos años sin vernos, sin hablar... Dos años ignorando mi existencia y es esto lo que tienes para decirme. 

—¿Y qué esperabas? —cuestiona él mientras su mujer se mantiene callada. Comienzo a preguntarme si Julietta Reid será muda—. ¿Que aplaudiera tu hazaña...? O que tal vez corriera detrás de ti... 

—Lo has hecho, desde la distancia no has dejado de perseguirme. ¿Pensaste que cerrándome las puertas iba a regresar? —me agrada ver a mi futura esposa no se dejarse intimidar. No me caben dudas sobre su fortaleza y capacidad para ser la mujer del Magnate de Acero—. Pues lamento decepcionarte, papá, pero siempre escogeré escapar por la ventana antes de vivir bajo tu régimen arcaico del siglo pasado. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora